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Argentina cara en dólares, consecuencia de las decisiones de inversión

La correlación entre el tipo de cambio y la inversión es alta: a mayor atraso, menor inversión

31 mayo de 2017

Por Guido Lorenzo Economista de ACM 

Hace poco más de una semana, un economista presentaba un ingenioso e interesante ejercicio sobre una empresa en particular que daba cuenta de que los elevados costos locales no le permitían obtener ganancias tan altas como en otros países.

Independientemente de esto, el ejercicio se planteaba para argumentar que nuestro país es caro en dólares. Más allá de la comparación regional de esta empresa en particular, el hecho de que nuestro país venda productos similares (no es el caso del ejercicio pues tiene operaciones distintas en Argentina que en Chile, Brasil y los demás) a un precio más alto se debe simplemente al hecho que no existe la competencia suficiente para generar que las empresas decidan hundir capital, ganar competitividad vía mejora en los costos de logística, por ejemplo y obtener una rentabilidad que deje satisfecho a los accionistas.

El ejemplo era ilustrativo, y que se entienda que no se está criticando el ejercicio. El planteo es por qué nuestro país no puede lograr la productividad necesaria sin que los márgenes brutos elevados se escurran en las líneas de gastos del estado de resultados de la compañía. Para esto, hay que comprender que la obtención de costos por unidad de producto relativamente bajos a otros países es la consecuencia del gasto en inversiones de capital (neto de depreciaciones y amortizaciones) que haya realizado cada empresa o, en términos agregados, de la inversión bruta de la economía. La función de inversión de cada unidad decisoria es compleja, pero en algún punto prointuitiva.

En primer lugar, es fuertemente procíclica: nunca la inversión privada creció en períodos de recesión. En segundo lugar, algo que quizás a veces es olvidado, la aprobación de un proyecto de inversión depende de la percepción del grado de apreciación cambiaria que existe en el país por parte de los CFO de casas matrices de empresas multinacionales o empresarios locales.

En Argentina la tasa de inversión (a precios corrientes), alcanzó en 2016 el 16,2% del PIB, el menor guarismo desde 2007, cuando la misma llegó a tocar el 20,1% del PIB, mientras que en Chile la inversión ronda el 23% del PIB. La razón es intuitiva: nadie cambia sus dólares a un precio bajo para obtener un repago a futuro en moneda local a un tipo de cambio más elevado. En ese sentido, el gráfico es ilustrativo. La correlación entre el tipo de cambio real multilateral y la inversión es alta: a mayor atraso, menor ratio inversión a PIB.

También, cabe recordar que la demanda de inversión depende del costo de oportunidad sobre el que influyen factores estructurales tales como la reputación del gobierno en cumplir sus propias reglas, la seguridad jurídica y la estructura (no sólo la tasa) impositiva.

Por lo tanto, no es simplemente que devaluando la moneda nuestro país dejará de ser caro en dólares: los elevados mark-up no se reducirán si no hay competencia, y los únicos costos que se bajarán serán los salariales, y temporalmente. Nuestro bajo nivel de productividad y, por lo tanto, nuestro “altos” salarios en dólares para que la demanda social de los trabajadores no choque con el equilibrio político depende del sendero de decisiones que fueron acumulándose en los últimos 25 años.

El atraso cambiario de los década de los '90 desalentó la inversión. Luego la conflictividad política desalentó cualquier proyecto de apostar al país para luego pasar a un período (del 2004 al 2007) donde las condiciones parecían mejorar en los términos macroeconómicos como en los factores estructurales, pero que sólo duró tres años dado que a partir de allí se emprendió otra vez la profundización de un tipo de cambio apreciado. La trampa del atraso cambiario es peligrosa y desalienta la competitividad no sólo a través de ser un país caro en dólares sino que juega un rol desalentador en la función de inversión, lo que genera problemas intertemporales haciendo que la corrección del tipo de cambio tenga que ser cada vez más alta.

El drama con este último punto es que intentar corregir el tipo de cambio al alza podría reducir los salarios reales y, en consecuencia, afectar a la demanda de inversión por el primer punto planteado, que es el más intuitivo de todos: si las empresas no reciben demanda en sus mostradores, difícilmente decidan invertir en el país.

Un tipo de cambio estable, algo que logró el Gobierno con éxito, fomenta la inversión al dar previsibilidad, pero al mismo tiempo necesita convencer a quien toma la decisión de inversión que el nivel no se encuentre rezagado.

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