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Córdoba define bastante más que nueve bancas

10 febrero de 2017

La provincia de Córdoba fue clave para que Mauricio Macri lograra llegar a la presidencia. Casi tanto como lo fue el batacazo, material y simbólico, que significó la victoria previa de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires. En aquel balotaje de noviembre de 2015, siete de cada diez cordobeses se decidieron por el candidato de Cambiemos y fueron determinantes para inclinar la balanza. La relación distante, esquiva y hasta conflictiva del peronismo provincial con el kirchnerismo había generado esas condiciones. Que el macrismo supo capitalizar.

Gobernada por el tándem De la Sota-Schiaretti desde 1999, a su vez, Córdoba tiene un esquema establece de pertenencias, en donde la alternancia se ha dado al interior de Unión por Córdoba entre sus dos principales dirigentes, como acuerdo de mutua conveniencia. Y “cordobesismo” como sello distintivo. Para sintetizar cierta fortaleza de ese peronismo de rasgos conservadores y en disputa con el Estado Nacional, pero también las dificultades para trascender los límites de la provincia.

La buena relación entre el gobierno de Juan Schiaretti con el presidente Macri y la necesidad de Cambiemos de retener una buena cuota de ese apoyo, en las elecciones de medio término, se ha convertido en territorio propicio de disputas entre los espacios; pero, sobre todo, al interior de cada uno de ellos. Con recelos en ascenso y un temprano “poroteo” para evaluar fuerzas. Por lo que ya puede afirmarse que en la provincia mediterránea este año se juega bastante más que la conquista de nueve bancas en la Cámara de Diputados.

Tensión entre aliados

José Manuel de la Sota despojó al tradicional radicalismo provincial en 1999 y abrió un largo ciclo de predominio peronista. Con tres mandatos propios y dos de Schiaretti, su principal aliado. No sin algunas rencillas en Unión por Córdoba, el espacio que fundaron, pero sin portazos. En 2015, De la Sota, entonces gobernador, se presentó como candidato presidencial en las primarias de la alianza UNA, enfrentando a Sergio Massa y su Frente Renovador. Quedó bastante atrás en el resultado nacional. Pero ganó holgadamente en su provincia: obtuvo el 38,7% de los votos totales y el 85,4% entre los que optaron por hacerlo por esa interna. Mientras que Schiaretti volvió a revalidar en la gobernación, sin demasiados sobresaltos.

La buena relación de Schiaretti con Macri, durante el primer año de gestión compartida, no obstante, trajo nuevas tensiones. El Presidente consideró al cordobés como parte de los gobernadores aliados, casi desde el inicio de su mandato, y Schiaretti procuró subirse a ese puente tendido. Incluso, formó parte de varios viajes al exterior (por Francia, Bélgica y Alemania, uno de ellos; por Brasil, el más reciente) y de una serie de encuentros tan formales como amistosos. “Nos fue mal con la idea de que mientras peor le vaya a mi adversario político, mejor para mis intereses personales. Hoy, la principal tarea de la dirigencia es evitar las crisis garantizando la gobernabilidad”, dijo el gobernador el 1º de febrero al inaugurar las sesiones ordinarias de la unicameral de su provincia, como argumento para validar esa buena relación.

Por el lado del delasotismo no parecen tan de acuerdo en mantener la intensidad de ese vínculo. Y se lo han hecho saber en varias ocasiones. Incluso, con algunos desplantes. Unión por Córdoba pone en juego tres bancas (de las cinco que tiene) en Diputados y algunos temen que termine perjudicándolos. Es más, los más férreos en esa posición advierten sobre la posibilidad de un acuerdo implícito de Schiaretti con Macri para encarar una campaña de “baja intensidad” en la provincia. Mientras que pretenden consolidar los lazos con Massa y el Frente Renovador.

“Yo no soy parte del espacio político de Massa”, había dicho Schiaretti, en uno de los momentos de mayor tensión con De la Sota, el año pasado. Fue en ocasión de la puja por la reforma del Impuesto a las Ganancias. El gobernador, en sintonía con el Gobierno, rechazó el proyecto de la oposición, mientras los diputados del espacio se manifestaron a favor, bajo la influencia de De la Sota. El “gallego” aspira a encabezar las listas de diputados, con el aval de Schiaretti. Martín Llaryosa, el vicegobernador, aparece como amenaza, si las tensiones crecen.

Pesos relativos

La buena relación entre Macri y Schiaretti, como se dijo, también trajo algunos nubarrones en Cambiemos. O Juntos por Córdoba, como se llamaba en 2015 la alianza entre el PRO, la UCR, Partido Nuevo y la Coalición Cívica. Recelos que se suman a la disputa ya abierta por la distribución de lugares en las listas. Algunos intendentes y legisladores locales llevan la voz cantante, pero a modo de susurro. El radicalismo, por lo pronto, es quien pone más en juego y pretende, en una provincia con tradición y buena presencia en una multiplicidad de municipios, mantener el número de bancas (algo que ya aparece como algo lejano) o no ceder tanto. Tres de los cuatro escaños del interbloque que vencen pertenecen a sus filas. Entre ellos, el de Diego Mestre, hijo del intendente de la ciudad capital. La otra en juego es la Héctor Baldassi, hombre del PRO.

Pero, a su interior, el radicalismo también tiene sus diferencias. Con algunos actores de peso como referentes. El jefe comunal de Córdoba, Ramón Mestre, por caso, controla los principales órganos partidarios provinciales, representa al Foro de Intendentes Radicales y suele canalizar algunos de los reclamos de la dirigencia del partido a nivel local. El diputado Mario Negri es otro de ellos. Tiene para mostrar buena llegada al Gobierno y preside el interbloque de Cambiemos. No renueva, pero sí pretende sumar lo suyo. Mientras que Oscar Aguad, ministro de Comunicaciones de Macri y excandidato a gobernador, no quiere perder peso camino a la carrera a gobernador de 2019.

Cambiemos aspira a renovar las cuatro en juego, pero el macrismo ya avisó que hará valer su peso específico y trasladar la nueva correlación de fuerzas en el país a la alianza en la provincia, con Baldassi como fija. Mientras que Luis Juez, embajador argentino en Ecuador, manifestó sus ganas de dar pelea (“Yo estoy para defender a un proyecto político y mi trabajo está en la Argentina”, dijo en la semana). Aunque los socios (sobre todo, los radicales) no le perdonen viejos agravios y todavía queden heridas por la jugada en la que abandonó la candidatura a senador nacional para enfrentar a Mestre como intendente de Córdoba, con suerte adversa.

Lo que parece un hecho es que no habrá primarias en el espacio. No porque esas disputas no avancen y no lo ameriten. Más bien porque esa es la línea que baja el Gobierno desde Casa Rosada.

En minoría Córdoba fue una provincia resueltamente esquiva al kirchnerismo. Desde los primeros tiempos, cuando la fórmula Kirchner-Scioli quedó quinta en las presidenciales de abril de 2003, con apenas el 10% de los votos. Y durante buena parte de los años subsiguientes, cuando obtuvo en promedio la mitad del porcentaje nacional. Con un piso de ocho puntos en las legislativas de 2009 y un techo de 35, largamente excepcional, en ocasión de la holgada reelección de Cristina de 2011. En 2015, la provincia le dio la espalda a Daniel Scioli y no hay indicios de que esto cambie sustancialmente de aquí a octubre.

El kirchnerismo tampoco logró sumar referentes de peso. Y los que tenía dirigentes que representaban el espacio parecen alejados de la escena. Por caso, los exintendente de Villa María, Eduardo Accastello, y el de Córdoba, Daniel Giacomino. La diputada nacional Gabriela Estévez y el legislador provincia Martín Fresneda aspiran a ocupar ese lugar, siempre cuesta arriba en una provincia adversa. Aunque consideran que el deterioro de algunas variables económicas y sociales y la comparación con las políticas del gobierno anterior puede dejarles mayores espacios en la discusión pública.

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