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2016 fue como 2014...¿y 2017 será como 2015?

27 diciembre de 2016

por Pablo Mira (*)

El 2016 se puede adjetivar, según la conveniencia del evaluador, como “perdido” o “de transición”. Pero en cualquier caso, es claro que la economía completará el período con una recesión que no llega a ser una crisis. ¿Qué nos deparará el 2017?

Como ya hemos sostenido en otras notas, la dinámica observada durante el año refleja en las principales variables una lógica semejante a la del 2014 (y, parcialmente, a la de 2012). Obligados a citar la causa principal de esta lógica, el sospechoso de siempre es el tipo de cambio. En ambas experiencias, las devaluaciones bruscas indujeron un alza de precios no corregidas inmediatamente por el salario nominal, dando lugar a una contracción económica.

Si aceptamos que este fue el disparador principal de la recesión, quizás puede servirnos también para identificar un posible sendero para 2017, basándonos en la historia de 2015. En aquel año, la economía mostró una recuperación incipiente, en parte asociada a una recuperación del salario real que tomó ventaja de la reducción en el ritmo de devaluación durante el año. ¿Podemos esperar para 2017 algo similar? Las consultoras principales prevén un crecimiento del PIB para el año entrante de entre 2,5% y 3,5%, y en casi todos los casos el escenario se espeja en la evolución de las variables que se habían observado durante 2015.

Pero?

Sin embargo, persisten algunas diferencias entre las dos experiencias que ayudan a elaborar una previsión con más elementos de juicio. Comencemos con la estrategia de demanda agregada. El Gobierno anterior interpretó la devaluación como obligada por la especulación del mercado, y tras ella apostó fuerte a la expansión fiscal y monetaria para recuperar el crecimiento. Esto tuvo dos consecuencias. La primera fue que la economía, pese a la incertidumbre de un año eleccionario, recobró dinamismo al año siguiente. La segunda fue que la política expansiva, en un mercado desdoblado, comenzó a generar presiones cambiarias crecientes, volviendo la estrategia demasiado dependiente del “día a día”. En estas circunstancias, una nueva devaluación era poco menos que inexorable.

Las autoridades hoy a cargo no han logrado plasmar en la práctica su discurso de política fiscal, pero se han ceñido a una política monetaria claramente contractiva que logra sostener el tipo de cambio con una tasa de crecimiento muy por debajo de otras variables nominales. ¿Vuelve esta política “sustentable” al tipo de cambio? No necesariamente. Si bien es cierto que una tasa elevada en dólares modera la fuga de capitales y atrae capitales externos, la nueva deuda generada debe ser pagada con la producción y exportación de transables, y una moneda poco competitiva no ayuda demasiado. La contracara de este manejo monetario, claro está, es que la recuperación puede tardar algo más en llegar.

Otra diferencia importante son los efectos diferenciados de las políticas de 2014 y 2016 sobre la composición de la demanda agregada. La intención hace tres años era estimular el consumo de los sectores medios y bajos. Si bien la estrategia no siempre funcionó, la distribución del ingreso no empeoró y la demanda total tuvo su impacto positivo sobre la actividad en 2015.

¿Y ahora?

De cara a 2017, la situación es algo diferente. Las políticas de 2016 desandaron parte de este camino con el objetivo de mejorar la rentabilidad de los sectores empresarios, procurando privilegiar la inversión al consumo. Esta estrategia tiene la desventaja de que la primera reacciona mucho más lentamente que el segundo.

Brasil, clave

La última posible diferencia es la dinámica de Brasil. En 2015 la recuperación fue enteramente basada en el mercado interno porque nuestro socio no paraba de caer. Hoy las perspectivas son algo menos sombrías, pero es difícil saber en qué medida habrá una demanda externa suficiente con un tipo de cambio bilateral que hoy no nos favorece demasiado.

Techo, y no piso

En suma, desde mi punto de vista la recuperación de 2017 depende demasiado de (I) la magnitud del atraso cambiario; (II) el arribo de inversiones basadas en la confianza; y (III) el crecimiento de Brasil. De las tres, solo la primera está a la mano de las autoridades, y ya sabemos que es una estrategia que tiene patas cortas. En estas circunstancias, el crecimiento de 2,5% para el año entrante parece más un techo que un piso.

(*) Economista.

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