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Un libro cautivante (y el eterno retorno de los mismos problemas)

“El eslabón perdido. La economía política de los gobiernos radicales (1916-1930)”, el libro de reciente aparición de Pablo Gerchunoff, es quizás su obra más trabajada.

07 octubre de 2016

por Luis Tonelli

Hacía tiempo que un libro sobre Argentina moderna no cautivaba mi atención y me permitía el placer de la lectura como lo ha hecho “El eslabón perdido. La economía política de los gobiernos radicales (1916-1930)” (Edhasa, 2016), el libro de reciente aparición cuyo autor es Pablo Gerchunoff quizás sea su obra más trabajada. Aunque su subtítulo precise el período y el tema sobre el cual hará foco, es en el título donde se encuentra, implícita, la intención de más largo aliento del libro.

Es que si el eslabón perdido remite a la búsqueda paleontológica del fósil transicional que hubiera podido completar la explicación lineal evolutiva del mono al hombre (cosa que se sabe ahora que no existió), aquí la economía política de los primeros gobiernos radicales (ese primer encuentro entre economía y democracia, como señala Gerchunoff) es la que portará en su ADN la clave para entender lo que sucederá luego en esa Argentina posterior, caracterizada por el ruido y la furia.

El libro trata tanto las limitaciones estructurales como las de “los saberes de la época” que caracterizaron el contexto bajo el cual Hipólito Yrigoyen y Marcelo T. Alvear desarrollaron con astucia diversas estrategias para sobrevivir e incluso ampliar su poder.

Yrigoyen llega al poder en medio de una grave situación económica por la caída del comercio internacional que causó la Primera Guerra Mundial. Los números que Gerchunoff consigna son impresionantes: Argentina sufre económicamente más la guerra que los mismísimas potencias beligerantes (Francia y Alemania) y la depresión solo fue menor que la experimentada por Austria y Finlandia. La caída de 1914 (11 puntos del PIB) es quizás la más alta para un año y la del promedio del período 1914- 1917, la más alta para un cuatrienio de todas las experimentadas durante el Siglo XX y las del principio del Siglo XXI.

No deja de ser interesante que, en diferentes ocasiones, los gobiernos radicales se hayan constituido como alternativa política justo cuando los oficialismos comenzaban a encontrarse jaqueados por problemas económicos que, según la perspectiva popular, eran causados por la corrupción y la ausencia de ética en el Gobierno. Los triunfos de Raúl Alfonsín en 1983, Fernando de la Rúa en 1999 y, en cierta medida, Mauricio Macri en 2015, apoyado por una coalición electoral integrada también por el radicalismo, se producen todos en estos términos. Cosa que no resulta extraña en absoluto para un partido cuyo ideario se ha basado históricamente en la “reparación moral”, ya que sólo puede haberla si hay degeneración previa.

El libro da cuenta de cómo Yrigoyen instruye a Domingo Salaberry, su ministro de Economía ? quien lo acompañará durante todo su mandato?, para que enfrente la compleja situación fiscal y financiera tratando al máximo de que el ajuste no afectase a la población de menos recursos. Téngase en cuenta que, al asumir Yrigoyen, la recaudación real originada en la Aduana era menos de la mitad que la de 1913.

Sin mercados de capitales, y descartada la emisión ya que Argentina se encontraba bajo el patrón oro, Yrigoyen produjo un descomunal recorte del gasto público que alcanzó durante sus dos primeros años la friolera de 20%, utilizando como herramienta maestra la inflación. Asimismo, el Presidente sostuvo el empleo público pero congeló las vacantes y, aunque coqueteó con un impuesto a la renta (técnicamente difícil de implementar en esa época), se decidió por imponer retenciones móviles en 1918 que cosechó el apoyo sorprendente de la Sociedad Rural. Luego, la situación económica mejoró e Yrigoyen sacó provecho de ello.

Sumados a las diferentes intervenciones federales y al armado de una extensa maquinaria política, Gerchunoff coincide con Joel Horowitz en señalar la eficacia de políticas concretas de sesgo obrerista que, a la postre, posibilitarán a que la elección recaiga en otro radical (Alvear), que las continuará, disfrutando de la vuelta del crecimiento. Así, el salario real promedio aumentó desde 1920 a 1928 más del 70% y se ubicó 40% sobre el nivel promedio que habían tenido durante los gobiernos conservadores que se sucedieron entre 1902 y 1912. Y la participación de los trabajadores en el ingreso nacional resultó, en 1928, 50% mayor que la de 1920.

Los debates

Asimismo, el libro tercia sobre el debate historiográfico del período: ya para 1914, la que había sido la exitosa inserción en la economía internacional vía la provisión de alimentos a cambio de bienes industrializados, estaba exhibiendo síntomas agudos de agotamiento. Frente a esta situación están los que, como Guido di Tella y Manuel Zymelman, pondrán el énfasis en la falta de política industrial de los radicales; otros posarán su atención sobre la falta de inversión tecnológica en el campo, como lo hizo el australiano John Fogarty y los que, como Alan Taylor, considerarán que el ahorro interno nunca pudo compensar la caída del financiamiento externo por la guerra. Por el contrario, Carlos Díaz Alejandro argumentará que por esas épocas nada malo estaba pasando y, en todo caso, vendría después.

Gerchunoff tomará una diagonal: así entenderá que para la época en que Yrigoyen asume ya el modelo económico vigente se dirigía a una segura crisis y que, más allá de la situación crítica generada externamente por la Primera Guerra Mundial y luego por el impacto de la Gran Depresión, a la postre hubieran comenzado a expresarse por sí mismas las consecuencias económicas y políticas de su agotamiento.

La macroeconomía de la época de los primeros gobiernos radicales se estaba alejando de la influencia de Gran Bretaña y estaba ingresando a la esfera de influencia estadounidense, donde los productos de ese país invadían Argentina pero los productos argentinos no podían traspasar las fronteras del Gigante del norte enfrentando aranceles del 60%. Había llegado, en cambio, la hora de la minería y los productos tropicales demandados por Estados Unidos.

Un tema central en el libro es la pregunta sobre la supuesta falta de visión estratégica que se le endilga a Yrigoyen y Alvear para comprender el agotamiento del modelo económico sobre el que se había basado por un lapso importante el progreso ?ceguera que, tal como señala al pasar, fue generalizada en los hombres de esa época? y obviamente, la Primera Guerra Mundial fue un desgraciado accidente que, dejado atrás, permitiría que la anterior situación de crecimiento se reestableciera. Gerchunoff señala que para la época, pese a la caída del poder de compra de las exportaciones per capita, Argentina se constituía en el granero del mundo (y también en su corral): para mediados de los '20, la producción de cereales y lino representaban un tercio de los mercados mundiales. Eso se debió a las consecuencias negativas que para Rusia tuvo la revolución bolchevique. Sumado a otro factor: la reapertura de los mercados de capitales que, junto con la inversión extranjera, financió los desequilibrios del sector externo.

Sin embargo, los problemas latentes se acrecentaban. Nadie mejor que el mismo Gerchunoff para dar cuenta de ellos: “El trasfondo de las dificultades era el siguiente: la modernización de la economía y la mayor justicia social derivaron en una expansión relativamente veloz de sectores que se orientaban exclusivamente hacia el mercado interno y en el caso de la industria, con un alto componente de insumos importados. Agotada le frontera agrícola, eso requería como contrapartida un crecimiento permanente en la producción de los sectores exportables si no se quería caer en pocos años en una dinámica de endeudamiento insostenible. Visto ex post, esa era la cuestión macroeconómica principal que enfrentaron los gobiernos radicales. Mientras tanto, los cambios en el patrón productivo y en el patrón distributivo pusieron en jaque la arquitectura fiscal y monetaria antes que la inconsistencia de fondo que acabamos de describir emergiera (de hecho, nunca emergió porque la crisis mundial de 1929 cambio el sentido de la historia)”.

Es precisamente entonces cuando se exhibe el ADN del eslabón perdido hallado por el autor ya que, luego y más allá del alcance de su libro, la diferencia entre los dólares requeridos por la sociedad argentina y su capacidad para generarlos se hará presente varias veces. Incluso a pesar de la expansión de la frontera agrícola y el fuerte crecimiento del precio de las commodities. Así, el stop and go se siguió manifestando en un proceso cíclico entre “populismo de la deuda” durante el menemismo para luego, en su crisis, ingresar en un “populismo de la soja” que felizmente no ha estallado por sus aires pero que, para que el gradualismo de Cambiemos se realice, demanda nuevamente del “populismo de la deuda”.

Por último, Gerchunoff da cuenta de la sagacidad de Yrigoyen para no solo capear el durísimo temporal económico sino utilizarlo a su favor en la construcción de una nueva fuerza política ?aunque siempre estará ese gorila jocoso que señalará que tuvo la suerte de no tener al peronismo en la oposición y que aún no existiera el conurbano?. Lo cierto es que “El eslabón perdido” es un elogio al liderazgo.

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