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Julio H.G. Olivera (1929-2016)

Héctor Rubini 29 julio de 2016

por Héctor Rubini (*)

El lunes 25 de julio falleció a los 87 años Julio Hipólito Guillermo Olivera, impulsor fundamental de la investigación económica de la segunda mitad del Siglo XX, y para buena parte de la profesión, el economista más eminente que ha dado nuestro país hasta hoy.

Nacido en Santiago del Estero en 1929, demostró desde muy joven una capacidad intelectual fuera de lo común a la que su padre, profesor de física, matemática y economía política, contribuyó sin dudas a su formidable desarrollo. A los 22 años se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires con calificación sobresaliente en todas las materias, y tres años después aprobó la tesis que le permitió obtener con honores el doctorado en derecho y ciencias sociales.

Su vocación, sin embargo, fue hacia la economía, a la que dedicó toda su vida. A los 27 años ya publicó sus primeros trabajos científicos sobre los aspectos monetarios y no monetarios de los procesos inflacionarios, que le permitirían posteriormente desarrollar su enfoque de la inflación “estructural”. A los 28 años fue uno de los fundadores de la Asociación Argentina de Economía Política, y entre los 30 y 33 años fue subgerente general del BCRA. Dirigió el Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad de Buenos Aires, desde su creación en 1961, y a los 34 fue designado ya miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, que luego presidió entre 1989 y 1992, y entre 2001 y 2004.

Jamás fue un economista mediático ni fue su vocación la función pública. Además de haber trabajado en el BCRA en los '60, y previamente en la provincia de San Luis, fue rector de la Universidad de Buenos Aires entre 1962 y 1965, y tuvo unos pasos fugaces a posteriori, como secretario de Ciencia y Tecnología entre 1973 y 1974, y como miembro del Consejo de Consolidación de la Democracia entre 1985 y 1989.

Además de su carrera como investigador, participó como miembro activo en las academias nacionales de Ciencias Económicas, de Educación, de Ciencias de Buenos Aires, de Derecho y Ciencias Sociales, entre otras. Durante de su vida recibió varios premios y distinciones, y en cuatro oportunidades integró el equipo de economistas de consulta de la Academia Real de Suecia para proponer candidatos al Premio Nobel de Economía. El mismo fue dos veces propuesto como candidato a ese premio, en 2000 y 2004.

Si bien no recibió el Premio Nobel, ha sido economista de referencia por décadas para abordar cuestiones macroeconómicas extremadamente complejas con una sencillez y refinamiento teórico fuera de lo común. A su inicial interés por la inflación y las cuestiones macroeconómicas y monetarias de corto plazo siguió luego un creciente interés sobre la relación entre seguridad jurídica, estabilidad macroeconómica y crecimiento y desarrollo económico en el largo plazo. Desde mediados de los '70 se aprecia un salto aún mayor hacia la formalización matemática pura, y la concentración en problemas de teoría pura de la más alta complejidad. Como lo destacara en esta semana uno de sus dilectos alumnos de la Universidad de Buenos Aires, Santiago Chelala, en uno de sus últimos trabajos Olivera proveyó hasta una formalización matemática sobre la imposibilidad lógica, no sólo empírica, de la llamada competencia perfecta.

Sus contribuciones sobre los aspectos monetarios y no monetarios de los procesos inflacionarios, y en particular, sobre la llamada inflación estructural desde mediados de los '50 hasta principios de los '60 fueron planteadas como fundamentalmente opuestas a la explicación monetarista tradicional de la inflación, según la cual la emisión o contracción de la oferta de dinero es la única causa de la suba o baja de los precios de bienes y servicios. Su producción posterior atestigua una serie de introducción de conceptos que hoy son un “must” en la formación de cualquier economista profesional mínimamente idóneo, como el llamado “teorema de los precios relativos” de la inflación estructural, la existencia o no de regímenes de dinero “pasivo”, el efecto de los rezagos en la recaudación tributaria sobre la inflación, el análisis de la estanflación, y de inflexibilidades a la baja de los precios y de las tasas de interés. Las contribuciones de Olivera, entre otros, fueron sumamente útiles para que una generación de economistas brasileños y argentinos más jóvenes desarrollaran en los '80 el “enfoque neoestructural de la inflación inercial”, que sirvió para diseñar los programas heterodoxos de estabilización de shock aplicados en Brasil y Argentina, con ciertas afinidades a la estabilización exitosa de Israel en esa década.

De estilo breve y preciso, siempre estuvo preocupado por las dificultades para controlar la inflación en nuestro país. Un ejemplo reciente son estos tres impecables párrafos del maestro Olivera de su breve trabajo “Inflación y Bienes Públicos”, publicado en 2013 en los Anales de la Academia Nacional de Ciencias económicas:

“Existen tres clases de inflación reconocidas en el ámbito del análisis Económico: la inflación de demanda, causada por un exceso de la demanda total respecto de la oferta total de bienes y servicios; la inflación de costos, derivada de un aumento de la tasa de salarios a un ritmo mayor que la productividad del trabajo asalariado; y la inflación estructural, originada por el cambio de los precios relativos en un contexto de inflexibilidad descendente de los precios monetarios.

“Las tres especies pueden coexistir. La secuencia inflacionaria puede alcanzar entonces un alto grado de complejidad, al punto de resultar imposible trazar la línea demarcatoria entre factores de impulso y factores de propagación, variaciones autónomas y variaciones inducidas, causas y efectos.

“En tales circunstancias toda política antiinflacionaria eficiente debe satisfacer dos criterios básicos: 1 debe actuar conjuntamente sobre los tres tipos de inflación; 2 debe actuar sobre la inflación sin crear o agravar otros desequilibrios y, especialmente, sin generar mayor desempleo”.

Nos deja Olivera no menos de dos centenares de publicaciones y trabajos científicos de primer nivel. Y su lectura se torna recurrentemente obligatoria, especialmente en países como el nuestro, tan partidarios a repetir errores del pasado y no aprender de ellos.

(*) Instituto de Investigaciones en Ciencias Económicas. USAL

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