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La pregunta es cuándo

La fe en el mercado de los managers del PRO los ha llevado a repetir, a quien quiso escuchar, que esperan inversiones en energía, minería y el agro.

Carlos Leyba 26 abril de 2016

Por Carlos Leyba

Mientras el Gobierno celebra la colocación de bonos para pagar la deuda y “volver a los mercados”, la reunión con líderes empresarios para “insuflar confianza” y conservar los empleos y el programa compensatorio del “ajuste” porque “escucha”, la oposición instala un proyecto de ley que traba los despidos.

La oposición se posiciona con una ley “defensiva” mientras el Gobierno denota incapacidad para desarrollar una política de ataque a los problemas de la recesión y el riesgo de desempleo, inflación y riesgo social.

Los problemas nunca se resuelven con “defensa” sino con “ataque” que puede necesitar una línea defensiva hasta su maduración. Pero no hay línea defensiva que pueda resolver problemas y toda defensa dura poco y lo que brinde el “financiamiento”.

Los ejemplos

La convertibilidad fue ?a pesar del desastre reformista? una estrategia defensiva. Duró lo que la capacidad de endeudarse duró. El kirchnerismo ?con retórica revolucionaria? fue apenas una sucesión de reacciones defensivas que duraron lo que duraron los términos del intercambio de gloria. Con la soja para atrás la línea de defensa se perforó.

El valor de las políticas defensivas es inversamente proporcional a la intensidad de las políticas de ataque. Sin políticas de ataque, las defensivas se tornan imprescindibles.

El kirchnerismo no llevó a cabo ninguna política de ataque a la causa de los problemas centrales de la economía y la sociedad. Ningún ataque al narcotráfico, nada contra la corrupción ni contra la inseguridad. Hizo una estrategia defensiva mediática. “La inseguridad es una sensación”. Las denuncias de corrupción se archivaron o se desestimaron en trámite urgente de una Justicia complaciente. La Argentina “es un país de paso” y no de producción, efedrina mediante.

Lo mismo pasó, primero, con la inflación y, luego, con el estancamiento. No fueron combatidos pero sí negados. Liquidaron las estadísticas. Igual pasó que con el potencial déficit comercial externo. No se promovieron las exportaciones. Frenaron las importaciones. Se repitió con el atraso cambiario y la fuga de capitales: no crearon las condiciones de equilibrio y de acumulación local. Pusieron un cepo defensivo. Lo mismo con el desempleo: se apeló de manera suicida al empleo público y subsidio.

Todas esas estrategias defensivas fueron financiadas por el viento de cola. Y quedaron al descubierto cuando el viento amainó. Y a pesar de la perforación, que la realidad le infería, la línea de defensa resistió hasta el último día. El derrumbe era inevitable.

El destino, y los curitas del conurbano hicieron lo suyo: hizo que la candidatura de Aníbal Fernández le permitiera al kirchnerismo desembarcar cuando las líneas de defensa estaban para estallar. Quedó un campo minado para el que habría de sucederlos. El triunfo de Cambiemos fue una solución inesperada para el kirchnerismo, como en su momento lo fue el triunfo de la Alianza.

El Gobierno

El PRO es una sucesión que heredó los problemas y que no disfruta de viento de cola: ni los términos del intercambio ni Brasil ayudan.

No hicieron el inventario de la herencia para deslindar responsabilidades. Y, gravísimo, asumieron como propias algunas de las decisiones más descabelladas que, estando en la oposición, habían denunciado. Por ejemplo, pagar el dólar futuro que habían denunciado penalmente, o mantener oculto el contrato con Chevron, acción que consideraban emblema de la corrupción. Pagar el dólar futuro y beneficiar a miles con el doble del programa de ayuda social para millones. Escandaloso e inexplicable.

Además de la ausencia de inventario y de dar continuidad a lo denunciado, el PRO ha sido incapaz de exponer el rumbo que aspira para el país y, por lo tanto, de construir un discurso acerca de qué cosa es la que sueña para enamorar a los que los votaron para sacarse de encima el espanto de La Cámpora o a quienes lo hicieron convencidos de que la eficiencia administrativa en una Ciudad se podía convertir en una política nacional refrescante.

El macrismo no elabora un discurso, no revela una estrategia, no describe un rumbo, porque es heredero de la transferencia cultural del management y no de la política como virtud. La política se hace cuando se tienen ideas claras de lo que hay que hacer desde el Estado para construir una Nación. La primera norma es saber que el equilibrio del Estado es cosa muy distinta que el equilibrio de la Nación. Y es el equilibrio de la Nación lo que define el hacer político.

El primero es “escuchamos”. El golpe inflacionario del ajuste provocó el incremento (1,5 millón de personas) en la pobreza (UCA) y la caída de 10,3% en abril de la Confianza en la Confianza del Consumidor (UTDT). Los datos produjeron la “escucha”, que es un valor. Los K no escuchaban. Pero el valor de un Gobierno no es caminar detrás de los problemas sino preverlos. Nadie puede siquiera imaginar que personas razonablemente preparadas y con un mínimo de sensibilidad, necesiten de esos datos ex post facto para compensar los costos del ajuste de precios relativos. Escuchar es un valor. Pero insuficiente. La política es un paso adelante. Entre la escucha y el paso adelante hay un tiempo que corroe. Política es prever.

El segundo eje de la semana pasada fue “confianza”. El Presidente repite “confianza” como si este concepto tuviere capacidad transformadora. En rigor, la confianza se gana. Pedirla sin habérsela ganado es un abuso. Dice verdad el Presidente cuando reclama que despedir personal es como tirar una máquina que funciona y que transitoriamente no se usa. Una falta de criterio. Es cierto. Pero para mencionarlo, como para instar a la inversión, lo que con lógica piden los empresarios es señales, medidas y políticas que despierten las posibilidades de crecimiento y expansión de los mercados. No es por “confianza” a secas. Es en esta política y en ésta otra que pueden romper el estancamiento en lo que los empresarios confían. ¿Pero cómo se puede pedir confianza, en el plazo inmediato o mediano, con una tasa de interés del 38% más la amenaza de que la a inflación la vamos a bajar a martillazos de tasa de interés? Y por qué confiar en una expectativa de crecimiento sin ninguna política que la provoque. La confianza se gana con políticas Y para confiar en el crecimiento hacen falta políticas que lo inspiren. Política es animar el crecimiento y no pedir confianza.

El tercer eje celebrado la semana pasada es que “nos insertamos en el mundo” y “nos respondieron los mercados”. Los mercados respondieron, entre otras cosas, por el nivel de las tasas que la Argentina paga. No es para celebrar. Para salir del default ?que es una desgracia? había que hacer sacrificios y este crédito se logra con el sacrificio de la tasa enorme que hay que pagar. Es menos que lo que pagaba Axel Kicillof. Es cierto. Pero hay comparaciones que hieren la inteligencia. Mucha plata cara para pagar no es para festejar.

El macrismo sustituye el discurso por la publicidad de dentífricos. A punto tal que han incorporado un gurú de la “felicidad” a las reuniones de gabinete. Tal vez sea necesario para su interna que, después de la desgracia de Costa Salguero, escuchó a Franco Macri decir que los K (sus socios con China) le expropiaron el Correo para distribuir “más que cartas”. ¿No habrá sido que lo expropiaron porque no pagó el canon?

Sin discurso ni rumbo especificado, el Gobierno, con las celebraciones mencionadas al principio, instala tres ejes fundamentales de su concepción.

¿Cuándo?

Cuando el kirchnerismo, copiando a Lilita Carrió, lanzó la AUH como un gran mérito y lo celebró, omitió decir que esa asignación era consecuencia de que el 36% del trabajo en la Argentina es en negro. Los trabajadores en blanco ya la cobraban. No era un mérito o un paso adelante. Era una reparación. Aquí aplica lo mismo. Las reparaciones no deberían celebrarse sin poner en claro que no es un mérito. Este crédito es caro porque es una reparación.

El concepto “mercado” tiene mucho arraigo en el PRO. A la manera de Alfonso “El Sabio” (no precisamente Alfonso Prat-Gay) los PRO parecería creer que hay “cuestiones que el mercado ha resuelto y cosas que el mercado resolverá”. Es una fe que no pertenece a la política porque denota una renuncia a su virtud.

Para el desarrollo de las fuerzas productivas, para el desarrollo de la sociedad, para el desarrollo de todas los hombres, que de eso se trata, debe conducir la política y no el mercado. Un ejemplo actual de defensa. La Comisión de Comercio Exterior de los Estados Unidos está estudiando aplicar un arancel del 50% a la importación de aluminio primario por un período de cuatro años. El mercado, librado a su dinámica, puede producir daños irreparables. Por eso el Estado, la política, debe conducir.

La fe en el mercado de los managers del PRO los ha llevado a repetir, a quien quiso escuchar, que esperan inversiones en energía, minería y el agro. Chocolate por la noticia. Explotación de recursos naturales. No crea densidad de empleo, no agrega valor, presente ni futuro. Es lo que sí hace la industria que no tiene, aquí y ahora, el glamour que tiene lo que se apoya en nuestra dotación de factores de la naturaleza. Pero la densidad de la industria resuelve el desempleo y la pobreza. Son acumulaciones de desarrollo que necesitan de un Estado que modifique las condiciones adversas de la inversión propias del subdesarrollo que son las que subdesarrollan.

El mercado no hace política. La política construye mercados.

Escucha, confianza y mercado saben a poco para una filosofía de ataque y, en definitiva, es política a la defensiva.

Atacar los problemas es la gran ausencia nacional. Y hasta ahora el PRO no conjuga ese verbo y lo peor es que, con honestidad, cree que sí.

Toda estrategia permanente de defensa es conservadora. Con trece millones de pobres, con concentración dominante y con US$ 400.000 millones fugados tenemos poco que conservar. Toda transformación, el desarrollo, exige una estrategia de ataque. ¿Cuándo?

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