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Es la inflación, estúpido

29 abril de 2016

Por Martín Polo

Parece un título agresivo, pero en realidad lo que quiero marcar es que este BCRA tiene como único objetivo bajar la inflación, y no pierde oportunidad para recalcarlo. Esto es un gran cambio respecto a la gestión anterior dado que una premisa clave que se quiere instalar es el rol independiente de la autoridad monetaria. La aspiración de Federico Sturzenegger es que, en el mediano plazo, Argentina pueda contar con un régimen económico similar al de los países de la región en los que la volatilidad del tipo de cambio de cambio no es determinante para el equilibrio general.

De acuerdo a la visión del BCRA, el contexto inflacionario que tiene Argentina impide la profundización del sistema financiero y, por lo tanto, el crecimiento económico sostenido y la creación de empleos genuinos, y mucho menos desarrollo con equidad social. ¿Cuándo nace entonces este problema? Para el kirchnerismo, la inflación era la consecuencia de una puja distributiva que impedía mejorar la distribución del ingreso y, para ello, había que combatirla con más intervención del Estado en el mercado y más gasto público, independientemente de la restricción presupuestaria pues mantener la demanda agregada generaba su propia oferta. La política monetaria tenía un rol secundario. Ahora, en cambio, para el Gobierno de Mauricio Macri la inflación es un fenómeno monetario y el BCRA debe actuar en consecuencia. Como suele decir Sturzenegger, “hemos pasado de un BCRA que pensaba que podía hacer de todo y que no tenía nada que ver con la inflación, a uno que piensa que no puede hacer casi nada, excepto bajar la inflación (?) La misión principal del BCRA es preservar el valor de la moneda”. ¿Y la solución? Para reducir la inflación y que con ella vengan los beneficios, se requieren tasas de interés reales positivas, es decir que le ganen a la inflación, de manera de fomentar el ahorro interno que a la larga generará más crédito, más inversión y lograr que el PIB efectivo iguale al potencial.

Bajo este esquema de fondo hay que analizar la reciente presentación del BCRA sobre el Plan Monetario 2016. Nada nuevo a lo que ya teníamos en nuestro escenario base, pues el presidente de la entidad hizo una descripción prácticamente idéntica a la que realizó en otras ocasiones tratando de convencer a capa y espada su rol. A saber: I) la política monetaria apunta a un esquema de metas de inflación, en el que la confianza será el punto de inflexión para las expectativas y esto permitirá disciplinar a los agentes a través de los movimientos en las tasas de interés, II) la política cambiaria apuntará a un tipo de cambio flotante con la menor intervención oficial posible pues es el mercado el que pondrá el mejor precio, y sólo intervendrá cuando entienda que hay una distorsión de precios relativos, III) los giros al Tesoro serán de $160,000 M, tal como lo vienen diciendo desde principios de año, y IV) las reservas internacionales ya no juegan un rol principal dado que los ajustes se harán por precio y no por cantidad, salvo cuestiones excepcionales.

Así las cosas, el equipo económico ya definió el plan para este año. La política fiscal buscará ordenar las cuentas públicas acomodando precios relativos y mostrando un sesgo contractivo, mientras que el BCRA combatirá la tasa de inflación con tasas de interés elevadas. El menú que le habrán comentado al Presidente es que lo peor ya pasó y que en el más que ansiado segundo semestre empezará la cosecha: caerá la inflación, bajarán las tasas y se reactivará la economía con fuerza. Sin dudas, es un plan deseado pero que no está exento de riesgos. El mayor es que la demanda tarde en reaccionar alargando la recesión. La hoja de ruta está planteada y de acuerdo a los resultados de los próximos tres meses el Gobierno la reafirmará o tendrá que buscar un camino alternativo apurado por un clima político y social complicado. Habrá que ver “hasta dónde llega el amor”.

Economista jefe de Analytica

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