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Pobreza en Argentina: ¿cuánto queda para llegar a cero?

Habrá que identificar concretamente la pobreza y definir políticas que apunten a sacar a los que están dentro e impedir que entren otros

30 noviembre de 2015

(Columna de Jorge Paz, economista, investigador del CONICET y director del IELDE)

La pobreza es un síntoma y no una causa. Es un síntoma de la incapacidad de un sistema económico de distribuir recursos y de satisfacer las necesidades más elementales de la población. Una pregunta precede a toda discusión sobre el tema. ¿Es posible un país sin pobreza? Para alejarnos de la retórica, tan común en el tratamiento de este tipo de temas, recurramos a la evidencia empírica: hay muchos países en el mundo que lo lograron. La pobreza absoluta tal como la conocemos hoy en la Argentina, en América Latina y hasta en EE.UU., es una pieza de museo de buena parte de los países de Europa.

¿Qué es ser pobre?

El problema de identificar un pobre implica ejecutar un conjunto de operaciones que incluye desde la definición misma de pobreza que se adopte, pasando luego por la elección de la unidad (persona o familia), por la definición de la privación (o privaciones) relevante, y culminando con la determinación de un umbral de privación. Por ejemplo, si consideramos pobreza un consumo insuficiente de bienes y servicios, tendré que ser capaz de determinar el valor monetario de una canasta de bienes que le permite a una persona “funcionar” biológica y socialmente y luego comparar el resultado con lo que esa persona consume efectivamente. Es lo que hace, por ejemplo, el Banco Mundial al establecer en US$ 3,8 por día el valor de esa canasta.

Según esta estrategia de identificación, en Argentina actual hay aproximadamente diez millones de personas en esa situación: ingresos insuficientes para cubrir una canasta de bienes y servicios elementales. Este es un primer dato a tener en cuenta.

La retórica comienza al plantear que la reducción de la pobreza pasa por el desarrollo productivo, el reordenamiento de las economías regionales, el mejoramiento del mercado laboral, etcétera. Notenemos un conocimiento adecuado del origen de los ingresos que esas personas declaran. Puede que vengan de una inserción débil en el mercado laboral, pero puede ocurrir también que sean insuficientes porque deben alimentar a una prole numerosa no sólo de niñas y niños sino de adultos mayores, entre tantos otros factores.

Lo que resulta probable también es que esos ingresos no sean insuficientes, sino que se hayan hecho insuficientes, es decir, que sigan siendo los de antes (o que hayan aumentado apenas un poco), y que la canasta con la que se los compara se haya valorizado a una velocidad mayor que la actualización de esos ingresos.

Posibilidades y límites

La población de pobres, como cualquier otra población, crece por entrada de individuos a ese estado y decrece por salida. Los mecanismos de acción y de intervención deben ser pensados en esas dos direcciones. Se sabe, por ejemplo, que la pobreza por ingresos en Argentina pasó de 17% en 2014 a 25% en 2015. Esto puede haberse dado por dos motivos relacionados pero diferentes. Que las personas que abandonaban ese estado (que dejaban de ser pobres) no hayan salido con la misma celeridad con que lo veían haciendo, o bien que individuos que se encontraban cerca del umbral, pero sin ser pobres, hayan entrado al estado. Todo parece apuntar a que el valor de la canasta básica que incluye alimentos y otros bienes se movió en un sentido ascendente y que los ingresos de los que salían bajo otras condiciones no pudieron alcanzarla y que aquellos que estaban cerca no pudieran evitar la caída.

Los estudios que analizan estos movimientos demostraronque un aumento del valor de la línea de pobreza (del umbral) va acompañado sistemáticamente por un aumento en la pobreza, lo cual resulta obvio. Pero, por otro motivo menos obvio, esos estudios destacan otro efecto cuya importancia económica es crucial: a medida que se aumenta el valor del umbral, cada vez más personas pasan a ser no sólo pobres sino más persistentemente pobres. Esto lo que la literatura especializada llama “el efecto umbral”.

Muestran también estos estudios que los jefes de hogar de mayor edad y con mayor educación (a partir del décimosegundo año de escolaridad formal, o educación primaria completa) y la mayor cantidad de perceptores de ingresos en el hogar, tienden a aumentar significativamente la probabilidad de escapar de la pobreza y reducen también la probabilidad que tiene un hogar no pobre de entrar en la pobreza.

Por eso resulta imprescindible estar atento a otros factores además de la política social propiamente dicha. Los movimientos en el valor de la canasta vienen dados por desajustes en el sistema productivo y, como vimos, causan estragos en los niveles de pobreza. Los precios de ciertos bienes como los alimentos y los servicios públicos, tienen mucho peso en el valor de la canasta y, a la vez, son altamente sensibles a medidas de política como una devaluación, por ejemplo. Un aumento brusco de esos precios puede provocar el “efecto umbral” mencionado.

Hay otros aspectos menos coyunturales pero que no pueden ser dejados a un lado. Los factores más importantes en la determinación de la pobreza por ingresos son el crecimiento económico y la distribución de los ingresos y, principalmente, este última. Además, cualquier cambio en el patrón distributivo no causará molestia ni zozobra social, en la medida en que vaya acompañado por crecimiento económico. Es decir, en un juego en el que todos ganen.

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