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El impacto económico global de la obesidad

Radiografía de una epidemia que crece

23 octubre de 2015

(Columna de Eliana Scialabba y Liliana Lerda, economistas)

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), desde 1980 la obesidad se ha duplicado en todo el mundo. A fin de ilustrar un poco más el problema, cabe mencionar que en el año 2014, 39% de las personas adultas de más de dieciocho años tenían sobrepeso y 13% eran obesas, mientras que en Argentina, según la Encuesta Nacional de Factores de Riesgo realizada por el Ministerio de Salud, la obesidad se incrementó 42,5% entre 2005 y 2013.

Esta problemática no sólo tiene impacto a nivel salud, sino también económico. El primer impacto que se percibe es el incremento del gasto en salud por los costos asociados a la misma, ya que una persona obesa incurre en costos de salud 25% mayores que una persona de peso normal, según estimaciones de la OCDE.

No obstante, en el análisis intertemporal se verifica que los problemas se incrementan debido a la reducción de la productividad y el aumento de la muerte temprana de los trabajadores: una persona obesa es propensa a morir entre ocho y diez años antes que una persona de peso normal.

La mala salud va de la mano con los malos prospectos de trabajo para mucha gente obesa. Las empresas prefieren contratar candidatos de peso normal en lugar de gente obesa, en parte debido a expectativas de menor productividad. Esto contribuye a un diferencial de empleo y salario. Asimismo, los salarios de la gente obesa son hasta 18% menores que los de la gente de peso normal. Necesitan faltar más días al trabajo, demandan más beneficios por invalidez, y tienden a ser menos productivos en el trabajo que la gente de peso normal.

A fin de ilustrar la problemática en términos económicos, cuando se suman las pérdidas de producción a los costos de atención médica, la obesidad equivale a más de 1% del PIB en Estados Unidos.

En el escenario descripto, la OCDE propone que una estrategia comprensiva de prevención evitaría, cada año, 155.000 muertes por enfermedades crónicas en Japón, 75.000 en Italia, 70.000 en Inglaterra, 55.000 en México y 40.000 en Canadá. El costo anual de dicha estrategia sería de US$12 per capita en México, US$19 en Japón e Inglaterra, US$22 en Italia y US$32 en Canadá. El costo ganado por año a través de la prevención es menor a US$ 20.000 en estos cinco países.

Un problema del mercado

No existe una razón única que explique la epidemia de la obesidad. Más bien, una serie de cambios han causado una catástrofe de acción retardada. El aumento en el suministro de alimentos, combinado con cambios significativos en los procesos de producción y un sofisticado uso constante de promoción y persuasión ?con el fin de generar una demanda inexistente? han reducido de manera dramática el precio de las calorías y han aumentado la disponibilidad de los alimentos preparados.

Al mismo tiempo, las condiciones cambiantes de vida y trabajo hacen que menos gente prepare comidas tradicionales a partir de ingredientes crudos. Menos actividad física en el trabajo, más mujeres en el mercado laboral, mayores niveles de estrés e inseguridad en el trabajo, y jornadas laborales más largas son todos factores que contribuyen, directa o indirectamente, a los cambios de estilo de vida que causan la epidemia de obesidad.

Las políticas gubernamentales también han contribuido. Por ejemplo, los subsidios otorgados a la producción agrícola y los impuestos que afectan los precios de los alimentos; las políticas de transporte que fomentan el uso de automóviles privados y hacen que caminar al trabajo sea una rareza; las políticas de planeación urbana que hacen los largos desplazamientos al lugar de trabajo una necesidad, y conducen a la creación de áreas urbanas marginadas sin tiendas de comestibles verdes, muchos establecimientos de comida rápida, y pocos jardines de recreo e instalaciones deportivas.

El rol de los gobiernos

Los gobiernos pueden ayudar a la gente a cambiar su estilo de vida haciendo disponibles nuevas opciones saludables o facilitando el acceso y asequibilidad de las ya existentes. De manera alternativa, pueden usar la persuasión, educación e información para hacer las opciones saludables más atractivas.

Este enfoque es más costoso y más difícil de realizar y controlar. Un enfoque más duro, a través de reglamentación y medidas fiscales, es más transparente pero afecta a todos los consumidores indiscriminadamente, así que puede tener costos políticos y de bienestar social. Asimismo, existe la posibilidad que sea difícil de organizar y hacer cumplir y tener efectos regresivos.

Un examen de las políticas nacionales de la OCDE y otros países de la UE muestra que los gobiernos están aumentando los esfuerzos para fomentar una cultura de la alimentación saludable y una vida activa. La mayoría tienen iniciativas dirigidas a los niños en edad escolar, como cambios en los alimentos servidos en las escuelas y máquinas expendedoras, mejores instalaciones para actividades físicas, y educación en salud.

Muchos también diseminan directrices de la nutrición y mensajes de fomento a la salud como alentar el “transporte activo” ?andar en bicicleta y caminar? y recreación activa. Los gobiernos se resisten a utilizar reglamentaciones y medidas fiscales debido al complejo proceso regulatorio, a los costos de aplicación, y la probabilidad de confrontación con las industrias dominantes.

El sector privado, incluyendo patrones, las industrias de alimentos y bebidas, farmacéutica y deportiva juegan también un papel. Los gobiernos están exigiendo que la industria de alimentos y bebidas tomen medidas: reformular la producción de alimentos para evitar ingredientes particularmente malsanos (como las grasas saturadas y la sal en exceso); reducir el tamaño de porciones excesivas y proporcionar alternativas de menús saludables; limitar la publicidad, particularmente a grupos vulnerables como los niños, e informar a los consumidores respecto al contenido de los alimentos.

Este tipo de intervenciones otorgan a los individuos años extra de vida saludable, reduciendo los costos de atención médica. No obstante, también significa mayor esperanza de vida, por lo que se incrementa el grupo de personas de edad más avanzada, incrementando la necesidad de atención médica.

El resultado es que las políticas de prevención efectiva de la obesidad no reducen en gran medida los gastos totales en salud y podrían, cuando mucho, generar reducciones en el orden de 1% del gasto total para las principales enfermedades crónicas. Dicho esto, el objetivo principal de la prevención es mejorar la salud y longevidad de la población, y de esta forma incrementar la productividad de los trabajadores y el crecimiento económico. Los resultados expuestos por la OMS y la OCD muestran que la intervención gubernamental puede ser efectiva.

Consideraciones finales

Desafortunadamente, ninguna de las estrategias hasta ahora ha podido, por sí sola, alcanzar siquiera ese pequeño logro. Una estrategia efectiva de prevención debe combinar fuerzas complementarias: enfoques poblacionales ? campañas de promoción de salud, impuestos y subsidios, o reglamentación gubernamental ? con enfoques individuales como consejos de médicos de familia, para cambiar lo que la gente percibe como la norma en comportamiento saludable.

Adoptar un enfoque de “intereses múltiples” es un curso de acción sensato, los gobiernos retienen el control de las iniciativas para prevenir enfermedades crónicas y alientan el compromiso y contribuciones del sector privado.

La lucha contra la obesidad y las enfermedades crónicas asociadas exigirá la cooperación completa de todas las partes involucradas. Pero al existir múltiples intereses contradictorios se requiere un compromiso, y habrá perdedores. El fracaso impondría pesadas cargas a las futuras generaciones.

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