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Lo que siempre quiso saber sobre el campo...

...y nunca se animó a preguntar

25 septiembre de 2015

La agricultura es una compleja historia de diez mil años, nació para superar el principal desafío de la humanidad: obtener una fuente regular de alimentos”. Así comienza “Campo. El sueño de una Argentina verde y competitiva” (Aguilar, 2015), el nuevo libro de Iván Ordóñez (economista con posgrado en agronegocios y socio de I+E Consultores) y Sebastián Senesi (ingeniero agrónomo y magister en agronegocios con varios libros en su haber). Desde entonces, “mucha agua pasó bajo el puente”, dicen los autores, y se suben a la máquina del tiempo porque no se trata de un libro de historia sino sobre el presente y, más que nada, del futuro. “En los últimos sesenta años la agricultura cambió por completo: alimentaba a 2.500 millones de personas y en la actualidad son 7.200. En el mismo lapso el porcentaje de tierra dedicado a producir comida en el planeta Tierra se mantuvo prácticamente estable”, describen.

Esta revolución productiva global tuvo, tiene y (esperemos) tendrá a Argentina como uno de sus protagonistas estelares: en 1990/1991 producíamos 36,2 millones de toneladas de granos y sembrábamos 16,2 millones de hectáreas. En 2013-2014, 99,6 y 30,6 millones, respectivamente. Triplicamos la producción de granos y duplicamos el área sembrada y todos coinciden que, con los incentivos correctos, podremos ir por (mucho) más. El libro cuenta, entre otras muchas cosas, cómo hacerlo.

Mientras tanto, el campo se fue poniendo tecno y no sólo se encarga de producir alimentos solamente: también nos provee fibras, combustibles (biodiésel o etanol, por ejemplo) y una (creciente) lista de etcéteras. “El campo argentino es mucho más que vacas, trigo y soja. Es una fábrica a cielo abierto de alimentos, telas y biocombustibles. Un complejo sistema de inversión, planificación, producción, logística y transporte”, dicen la contratapa. “Este libro trata sobre los productores agrícolas argentinos, su rol en el sistema de agronegocios argentino y el global, las profundas transformaciones que ellos atravesaron en los últimos veinte años, cómo son observados por la Argentina urbana, y cuáles son los principales desafíos que tiene el país para dejar de ser el granero del mundo y transformarse en la gran fábrica verde sustentable a cielo abierto del planeta Tierra”, proponen los autores.

Y un día aparecieron “los chinos”: en rigor, el mundo emergente, con China a la cabeza, se urbanizó. “Cuando un asiático elige pasar del mundo rural al urbano, la Argentina gana un cliente de por vida, porque no hay vuelta atrás: una vez que se participa de la economía urbana de mercado es imposible volver a la economía rural de subsistencia”, escriben. “Una de las primeras decisiones que toma un ser humano al elevar su ingreso es diversificar su dieta (?) elevando el consumo de proteínas animales”, amplían. “La tensión global por los alimentos que la humanidad experimentó a finales del siglo diecinueve y principios del veinte revivió”, explican. Lo que pasó con los precios en las pizarras de Chicago es historia conocida. El fenómeno urbanizador aún tiene carretel “y no está concluido”. Además, la población mundial sigue creciendo y más temprano que tarde llegará a los 9.000 millones. Una buena para el país: demanda para nuestros exportables estrellas no faltará.

El libro también trata las ramificaciones del agro, que “son miles y están íntimamente ligadas a todos los sectores de la economía”. Veamos. “Por ejemplo, movilizar la cosecha anual de 100 millones de toneladas demanda 3 millones de viajes de camión ida y vuelta, y está estimado que se emplean alrededor de 32 mil camioneros para esa tarea, con una masa salarial involucrada de aproximadamente 720 millones de dólares. Pero eso no es todo; cada campaña argentina demanda que estos camiones recorran alrededor de 14 millones de kilómetros, lo que consume 295 millones de litros de gas-oil. Además, los camiones hacen, en promedio, un cambio de juego de ruedas por campaña, lo que a 14 ruedas por camión equivale a 319 mil ruedas, o poco más de 300 millones de dólares. Esos camioneros consumen un viático promedio de 40 dólares por viaje, lo que implica que todos los años se derraman al costado de las rutas argentinas, al menos unos 110 millones de dólares entre asados, guisos, ravioles con tuco, milanesas y ensaladas mixtas”, dicen. Pero la cosa no se agota allí, es obvio. “Las ramificaciones son infinitas”. Según los autores, sólo “el nodo logístico del susbsistema de agronegocios agrícola genera un movimiento en la economía de al menos 1.700 millones de dólares”, es decir, todo lo que exportó el complejo siderúrgico en 2013.

El libro, de poco más de 300 páginas, también destierra algunos mitos. “Contrariamente a lo que se cree, es Europa el principal cliente que tiene la soja argentina en el mundo, comprando casi todo el biodiésel que exporta el país, y un tercio de la harina de soja (?) El continente africano también es un importante demandante de harina y aceite de soja”, dicen Ordóñez y Senesi. “Desmintiendo otro mito, los clientes del sistema de agronegocios argentino, y particularmente del complejo sojero, no están concentrados en un grupo de dos o tres países; por el contrario, están atomizados en el mundo”, dicen. “El potencial productivo y exportador del agro argentino está lejos de ser explorado”.

“Los productores agrícolas tienen certeza sobre el grueso de sus costos, pero desconocen por completo cuáles serán sus ingresos”, sostienen y se meten de lleno en el tema de cómo se gestiona esa incertidumbre inherente a la agricultura, una “profesión de riesgo”, y en las últimas novedades tecnológicas que han llegado a éstas pampas. Pooles de siembra, traders, arrendatarios, contratistas, gestores y megafarmers pululan por las páginas.

Tal como prometen al inicio, el libro tiene un capítulo de índole más sociológico: la relación entre “la Argentina urbana” y “el sistema de agronegocios”. Ordónez y Senesi se basan, como en todo el libro, en informes, encuestas y, en este capítulo en particular, con entrevistas a referentes económicos y mediáticos. ¿Qué piensan los citadinos del agro? “Es mentira que el productor de hoy es un tipo que heredó un campo arrebatado a los indios y está todo el día jugando el polo”, sugiere Lino Barañao. Infaltable, también hay varias páginas dedicadas a la infame 125.

El libro también es prospectivo, es decir, sugiere políticas. ¿Sirven los derechos de exportación para “defender la mesa de los argentinos”? “Las retenciones son un instrumento de índole puramente fiscalista, que además es tosco”, sentencian y sugieren, en cambio, implementar un programa similar al “food stamps program” que existe en EE.UU. ¿Qué debe hacer el Estado con el agro? Y, sobre todo, ¿qué no debe hacer? “Es crucial para el agro tener un Estado que contribuya a su desarrollo. Hace mucho que la industria no cuenta con uno de sus principales aliados: un Estado inteligente que comprenda sus necesidades y logre articularlas con políticas públicas de calidad, diseñadas y ejecutadas en colaboración con los actores del sector privado”, escriben los autores. ¿Qué pasó con las exportaciones de carne y por qué cayeron desde 771.000 toneladas (2005) a “sólo” 151.000 (2014)? ¿Cuánto dinero se perdió el país por las políticas de desincentivo a la producción y exportación? Ni hablar del empleo.

Con un enfoque multidisciplinario y un lenguaje abordable (y didáctico), el libro es una buena aproximación recomendable para entender más a un sector (en rigor, un complejo sistema compuesto por múltiples nodos) estratégico para el país.

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