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Argentina y Brasil

El juego de espejos

18 septiembre de 2015

En los servicios públicos, devaluación de la moneda, ajuste macroeconómico, fuga de aliados y descontento político extendido. Es decir, crisis. Tranquilos: no hablamos (necesariamente) de Argentina 2016 sino de Brasil 2015. Pero el temor está en el aire. ¿Lo que hoy ocurre en Brasil es un reflejo de lo que podría llegar a ocurrir en Argentina en unos meses más? Puede ser. La respuesta, sin embargo, no es económica sino política.

Si bien algunos de los problemas macroeconómicos son compartidos (en ambas economías, las políticas expansivas se pasaron de largo) y el ajuste parece ser inevitable (en Brasil está ocurriendo hace varios trimestres) en un contexto global más adverso, Argentina tiene margen para evitar un desenlace similar. Eso es lo que opina Jorge Vasconcelos, investigador jefe del IERAL de la Fundación Mediterránea, que acaba de cumplir 38 inviernos.

“Lo que ocurre actualmente en Brasil no es un adelanto inevitable del futuro de Argentina, pero es una seria advertencia acerca del escenario que puede abrirse paso si, inmediatamente después de las elecciones, el próximo Gobierno no define una agenda de acción a la altura de los desafíos y si el Congreso no colabora a la hora de tomar decisiones”, escribió hace unos días. La política es la llave para plantear esa agenda y, fundamentalmente, tener las espaldas para implementarlo.

Según Vasconcelos, “correspondería comenzar a prestarle mucho mayor atención al lado de la oferta de la economía”. Los estímulos a la demanda (“priorizamos Mar del Plata antes que Rosario”, dice) ya no funcionan: pese a los esfuerzos por estimularla, el PIB está estancado hace cuatro años. ¿A qué se refiere Vasconcelos con la oferta? “A los elevadísimos costos para producir que enfrentan las empresas, tanto del campo como de la ciudad, la carga impositiva récord, las trabas burocráticas que han proliferado, la falta de automaticidad en las operaciones de comercio exterior y cambio, el estancamiento de la productividad laboral, entre otros”, escribe. En otras palabras, recuperar la rentabilidad de la producción.

¿Y el tipo de cambio? “El contexto no deja opciones”, expresa, categórico. La clave, dice, es evitar el famoso pass-through, esto es, que la devaluación del peso se vaya íntegramente a precios. Como en 2014. Para evitar ese desenlace la clave, dice Vasconcelos, “es el diseño de un sólido plan de estabilización” con anclas fiscales y monetarias en el marco de un nuevo “pacto de competitividad”. Un dato alentador es que muchos empresarios ya están trabajando con un dólar más alto que el oficial, es decir, se ha incorporado una parte de la (eventual) devaluación en los precios actuales.

El temor a que les ocurra lo mismo que a Dilma está latente entre los posibles sucesores. Un recetario económico similar no es rendidor políticamente y la sociedad está más cerca del siga siga que del cambio rotundo en el esquema macroeconómico. Por eso, es probable que ninguno elija un enfoque de shock que atente violentamente contra el consumo privado y ponga al nuevo Gobierno contra las cuerdas. Serán, más bien, gradualistas. El problema, sin embargo, es que sean demasiado gradualistas: se limiten, sin más, a administrar los desequilibrios a la venezolana y no se enfoquen en estimular la oferta, como pregona Vasconcelos.

Los problemas de las “salidas” a la brasileña y la venezolana están a la vista. ¿Aparecerá la tan mentada creatividad argentina para lograr darle rienda suelta a la producción reprimida en sectores clave (sobre todo, en aquellos generadores de divisas) e idear una estabilización expansiva en 2016? La moneda está en el aire.

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