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¿Y la inversión?

La estabilidad macroeconómica es clave para que la inversión sea elevada

08 julio de 2015

Pese a que no se habla mucho de ella (o tanto como se debería), la inversión es fundamental para una economía. Si es insuficiente, se resiente la capacidad de crecimiento de la economía en el presente pues la inversión forma parte de la demanda agregada y también en el futuro dado que la inversión amplía la frontera de producción de una economía y permite aumentar la oferta agregada. La lección es simple: si no se invierte hoy, no se crece mañana. Y si no se crece hoy, difícilmente se invierta. Primera conclusión: una economía en crecimiento es fundamental para que haya inversión.

“La generación de empleos productivos depende del crecimiento económico y el crecimiento de la inversión. Por eso, los incentivos para la inversión, tanto de los ahorros internos como de los que pueden provenir del exterior, son clave para cualquier estrategia que apunte a dinamizar la producción y mejorar la situación social”, apuntan desde Idesa. Los economistas de todo el espectro ideológico coinciden con esa premisa (más allá de que discrepen sobre qué hace falta para estimular la inversión).

Asimismo, si el hundimiento de capital es escaso, se limita el cambio tecnológico, se atrasa el aparato productivo, la industria no suma valor agregado, las exportaciones no se diversifican y la productividad no avanza. En suma, el país no se desarrolla. “Cuanto más capital acopie un país, más productivo será el trabajo, mayores serán los salarios, mejor será la calidad de vida de los trabajadores y mayor será el ingreso por habitante del país”, complementan desde Economía & Regiones.

Si Argentina aspira a crecer a tasas elevadas (y por un tiempo prolongado) y diversificar su menú productivo como ha hecho, por ejemplo, Corea del Sur, debe invertir más de lo que invierte hoy. Según calcula Jorge Todesca, la inversión sobre el PIB hoy no supera el 17% del PIB. Es un guarismo escaso y que limitará la capacidad de crecimiento en los próximos años. Según Miguel Bein, la cifra debería acercarse al 30% (y, aun así, no llegaríamos a los niveles asiáticos). Es decir, estamos invirtiendo apenas más de la mitad de lo que deberíamos.

Una macroeconómica estable, sugiere el economista Ricardo Bebczuk, es clave para liberar un gran proceso inversor, y quizás por eso la inversión amagó con repuntar en los primeros años de los 2000 cuando el país tenía una macroeconomía más sana y previsible que la actual. Y el PIB crecía a tasas chinas. Pero luego volvió la volatilidad, y la inversión se resintió. En rigor, según calcula el economista José María Fanelli, Argentina es uno de los países más volátiles del mundo (incluso en comparación con los demás emergentes) y eso conspira contra la decisión de invertir y producir aquí. Prevalecen, en cambio, las inversiones conservadoras para canalizar los excedentes.

Según Todesca, hay que volver a crecer: “La primera cuestión que determina una decisión de inversión es la perspectiva de crecimiento de la economía, y nuestra economía lleva virtualmente tres años estancada”. Por supuesto, la incertidumbre también mete la cola, dice Todesca: “Luego hay inestabilidad o incertidumbre en dos factores clave para un proyecto de inversión: el tipo de cambio y las tarifas de los servicios pú- blicos. A eso se agregan las dificultades para importar insumos y para girar utilidades. Las restricciones financieras son una limitante para inversiones de pequeñas y medianas empresas”. Oferta y demanda “La inversión es un gasto irreversible e irrecuperable en un escenario desfavorable”, dice Bebczuk. “Por el lado de la oferta, Argentina presenta una tasa de ahorro relativamente baja, pero comparable al promedio de América Latina. Mi impresión es que no es un problema de falta de ahorro”, dice. “Por un lado, más de la mitad del ahorro nacional lo generan las propias empresas (ganancias retenidas), por lo que no son dependientes del ahorro de las familias. Pero el sector privado prefiere invertirlo en dólares o activos inmobiliarios, que le inspiran más confianza que los bancos”, profundiza. Otro indicador de que el ahorro no es el problema ?complementa Bebczuk? es que los bancos mantienen alta liquidez y tí- tulos públicos en parte porque la demanda de crédito es baja. Más bien, sugiere, es un problema de demanda y ésta “es baja comparada con otros países por la ausencia de reglas claras y la falta de previsibilidad macro”. No hay mucha magia.

Todesca, en cambio, sí cree que la disponibilidad de financiamiento es una barrera: “Para los grandes proyectos no hay suficiente financiamiento en el país porque el mercado de capitales es muy pequeño y esto difícilmente cambiará en el futuro, de modo que estas empresas se apalancan con financiamiento externo, de casas matrices, etcétera”. En ese sentido, el aislamiento financiero internacional de la Argentina es un obstáculo importante, dice. “La deuda externa privada de la Argentina es pequeña y mayormente generada por el crédito comercial con un horizonte de no más de 24 meses. Eso nos está dando una señal clara de falta de confianza”, explica.

No se olviden de la IED

Por supuesto, también hay que poner un ojo afuera, es decir, en la Inversión Extranjera Directa (IED). Según un informe de Idesa, la IED es importante porque “al tratarse, en general, de empresas de competitividad internacional son proyectos que pueden contribuir a la incorporación de tecnología, formación de recursos humanos y mejores prácticas de gestión”. Sin embargo, el país apenas recibió 9% de la IED que arribó a la región entre 2004 y 2014: US$ 90.000 millones sobre US$ 978.000 millones. Por lo tanto, también se precisan políticas para captar más IED que la que se capta hoy.

n suma, para que haya más inversión se precisa más crecimiento, más previsibilidad, más financiamiento y, también, más inteligencia para captar inversiones extranjeras.

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