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Del super-real al super-peso

Diferencias y similitudes entre Argentina y Brasil

08 junio de 2015

(Columna de Lorenzo Sigaut Gravina, econ0mista jefe de Ecolatina)

Hacia fines del 2002 tanto el tipo de cambio oficial de Argentina como el de Brasil amagaban superar las cuatro unidades por dólar. Si bien la devaluación de Brasil fue más gradual (comenzó en 1999) y la de Argentina más abrupta (concentrada en 2002), ambos países alcanzaron ese año un pico en su tipo de cambio real (el más alto en décadas).

Tras la aceleración inflacionaria del 2002 (más marcada en el caso argentino producto del mayor salto cambiario), ambos países terminaron 2003 con una inflación de un dígito y una significativa apreciación nominal de sus monedas (para fin de ese año el tipo de cambio oficial acumuló una apreciación del 19% en ambos casos).

La situación comienza a diferir en 2004: Argentina abogó por frenar la apreciación nominal del peso (puso controles al ingreso de capitales especulativos) para preservar un tipo de cambio real productivo, pero Brasil privilegió un modelo de atracción de capitales financieros con disciplina fiscal para hacer frente a sus pesados vencimientos de deuda pública.

El principal pilar de la política económica brasileña consistió en tasas de interés elevadas para atraer capitales. Salvo contadas excepciones, las tasas fueron significativamente positivas tanto en términos de dólares como respecto de la inflación, lo que provocó un ingreso masivo de fondos de inversión que apreció el tipo de cambio oficial.

El ingreso adicional de fondos especulativos (potenciado por el efecto carry trade) generó un boom financiero y de consumo (donde el crédito a las familias jugó un papel relevante). De esta manera, Lula logró revertir el adverso clima financiero imperante cuando asumió la Presidencia. El real, que había rozado 4 unidades por dólar a fines de 2002, perforó a mediados de 2008 el 1,6 R/U$S. Además, en dicho período Brasil pasó de estar al borde de un default a lograr el investment grade.

Pese al “éxito” del modelo brasileño, el tipo de cambio real se hundió en cinco años a menos de la mitad del alcanzando en 2002, producto de la fenomenal apreciación nominal. Vale destacar que en términos de crecimiento la performance fue mediocre: en el lustro 2003-2007 Brasil creció casi 1 punto porcentual por debajo del promedio de Latinoamérica, y menos de la mitad respecto de las tasas chinas de expansión observadas en nuestro país.

La crisis financiera internacional de 2008-2009 se tradujo en una fuerte depreciación nominal del real(en 6 meses pasó de 1,6 R/US$ a 2,4 R/US$), producto de la reversión del flujo de capitales provocado por el vuelo hacia activos seguros. Lo que desató tendencias recesivas/devaluatorias en nuestro principal socio comercial.

De todos modos, la respuesta de Estados Unidos para evitar una depresión de su economía ayudó a Brasil. La baja de tasas de interés a 0% y los paquetes de expansión cuantitativa implementados por la Reserva Federal le dieron un segundo aire al modelo financiero brasileño. El fuerte crecimiento logrado en 2010 (+7,6%, la mayor expansión de la década) facilitó el triunfo del PT en las elecciones presidenciales.

Más allá del fuerte rebote del crecimiento (que, como en el caso argentino, respondió en parte a recuperar el terreno cedido durante la recesión de 2009), la economía brasileña comenzaba a mostrar patrones clásicos de atraso cambiario: creciente sesgo proconsumo/ importaciones en detrimento de la industria, y primarización de exportaciones.

Dilma se percató de los efectos negativos del superreal e intentó mejorar la competitividad externa de la economía vía depreciación nominal de la moneda y con estímulos fiscales. Pese a estas medidas, la industria no repuntó y la economía brasileña en su conjunto entró en 2012 en un escenario de magro crecimiento. La reversión de la tendencia a la apreciación nominal del real junto con la pérdida del superávit primario fiscal y el escándalo de corrupción de Petrobras generaron desánimo en los inversores que dejaron de comprar el “fenómeno Brasil”.

Tras ser reelecta, los mercados financieros le exigen a Dilma Rousseff importantes cambios para evitar que su economía pierda el investment grade. Pero dichos cambios tensionan la coalición gobernante: hay legisladores oficialistas que no quieren aprobar el riguroso ajuste fiscal que propone el ministro Joaquim Levy.

En este contexto no sorprende que el tipo de cambio de Brasil vuelva a superar los 3 R/US$, dejando atrás una década de superreal. Tampoco sorprende que la economía haya entrado en recesión con aceleración de la inflación.

La trayectoria del dólar y la inflación en Argentina es conocida. Tras sostener un tipo de cambio real competitivo que apalancó un fuerte proceso de crecimiento con superávit gemelos, la inflación subió a dos dígitos en 2007 y se estabilizó en 25% anual (salvo en 2009 y 2014) gracias a utilizar al tipo de cambio oficial y las tarifas como anclas nominales.

El menor deslizamiento del dólar oficial respecto de la inflación redujo gradualmente la competitividad externa y en 2011 reapareció el déficit en la cuenta corriente. Algo parecido sucedió con el superávit fiscal: producto de crecientes subsidios para mantener quietas las tarifas de servicios públicos el rojo primario volvió ese mismo año.

Las crecientes presiones cambiarias desembocaron en el cepo, instrumento que permitió profundizar el atraso cambiario a costa de menor crecimiento y mayor inflación. De hecho, el tipo de cambio real de nuestro país se ubicó por debajo del brasileño a fines de 2011, algo que sólo había sucedido durante lo peor de la crisis financiera internacional.

No queda claro qué va a suceder en Brasil, pero más me preocupa nuestro país. Pese a la frustrante experiencia brasileña y el fracaso de la convertibilidad, el kirchnerismo termina apelando al endeudamiento externo (a tasas chinas) para profundizar el atraso cambiario. Esto va a lograr un “veranito” del consumo en los meses invernales, pero la industria ni las exportaciones van a repuntar. Y sin la mejora de los sectores transables, para crecer el modelo financiero requiere mayor ingreso de capitales que financien un creciente déficit comercial.

El próximo Presidente puede apelar al atajo del endeudamiento externo (aprovechando el bajo ratio heredado) para evitar una devaluación. Pero, a diferencia del caso brasileño, partimos de un nivel de atraso cambiario significativo. De hecho, en cambio del superreal hoy prima el superpeso: en 2015 nuestra moneda va ser una de las pocas que se aprecie en términos reales respecto del dólar.

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