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El modelo está agotado

Una herencia pesada

05 diciembre de 2014

Ocho años consecutivos de alta inflación terminaron con los superávit gemelos y pusieron al borde de la quiebra el balance del BCRA. Alejados de los mercados financieros internacionales, sin la ayuda de un shock de términos de intercambio y de la debilidad del dólar a nivel global, la actividad económica se quedó sin motores. El 2014 el contexto viró hacia un fuerte deterioro, siendo este el peor año económico del ciclo kirchnerista. La inflación se duplicó, cayó el salario real y aumentó el desempleo y el consumo privado tuvo la mayor caída desde la salida de la convertibilidad. Con una dinámica de precios que no tiende a bajar, la recesión continuará en 2015, independientemente de si se alcanza o no un acuerdo con los holdouts.

Ante la acelerada caída de las reservas internacionales desde el segundo semestre de 2013, el Gobierno ensayó a fines de enero un acomodamiento de precios relativos. Además de soltarle la mano al tipo de cambio y devaluar el peso más de 20% en apenas una semana, subieron las tasas de interés y ajustaron gradualmente las tarifas de algunos servicios públicos, como gas y agua. Si bien se logró estabilizar el mercado cambiario y las reservas dejaron de caer, la consecuencia inmediata fue la aceleración de la inflación, que en el primer trimestre del año fue superior al 4% mensual, la más alta desde 1991.

El nuevo escalón inflacionario resultó un enorme golpe para el ingreso de las familias, que ya venían siendo castigadas desde 2013, año en el cual el salario real dejó de subir. Al mismo tiempo, las restricciones establecidas a las importaciones para mantener el superávit comercial siguieron afectando a la industria, que profundizó la caída y con ello se aceleró la destrucción de empleos. De esta manera, la reducción de la masa salarial real (menos salarios y menos empleo) llevó a un ajuste del consumo privado que ya se veía a fines de 2013, aunque con la característica distintiva de que ahora llegó hasta la demanda de bienes de consumo masivo.

Si bien posdevaluación el BCRA llevó a cabo una política monetaria más restrictiva, la política fiscal no acompañó. La recesión afectó la dinámica de los ingresos, que cayeron en términos reales, en tanto el gasto público creció por encima de la inflación impulsado por el mayor dinamismo de los subsidios al sector energético. La brecha entre ingresos y gastos triplicó el déficit fiscal. De hecho, estimamos que el déficit primario de 2014 finalizará en torno al 2% del PIB (4% excluyendo los ingresos por rentas de la propiedad transferidos por el BCRA). De esta manera, la asistencia financiera del BCRA al Tesoro se duplicó y fue el principal determinante del incremento de la Base Monetaria. Para moderar la expansión de los agregados monetarios, el BCRA esterilizó dos tercios de esta emisión con la colocación de letras, que más que duplicaron el stock de fines de 2013.

La decisión de la Corte norteamericana de no aceptar el caso argentino en el conflicto con los holdouts fue una muy mala noticia para la transición. Al quedar firme el fallo del juez Griesa, que obliga a pagar al Estado Nacional el 100% de la deuda que no ingresó al canje, puso en la encrucijada al Gobierno, que prefirió correr el riesgo de un default selectivo antes que violar la cláusula RUFO que pondría en peligro los canjes de 2005 y 2010. Fue un gran retroceso frente a los avances que se venían verificando para normalizar la situación con la comunidad financiera internacional, como fue el pago a Repsol y los acuerdos en el CIADI y con el Club de París. El default aumentó la restricción externa al frenar el financiamiento externo en un contexto de caída continua de las exportaciones.

Para no perder más reservas internacionales y evitar un nuevo ajuste abrupto de tipo de cambio que acelere aún más la inflación, el equipo económico buscó descomprimir la tensión cambiaria con una apertura heterodoxa de la cuenta financiera, por medio del swap con el Banco Popular de China, préstamos de corto plazo del Banco de Francia, y un acuerdo con las cerealeras para que anticipen la liquidación de divisas de la próxima campaña. Con esto pudo estabilizar el stock de reservas internacionales en torno a los US$ 28.000 M aunque con una continua restricción a la demanda para importadores. Sin resolver las cuestiones de fondo, tolerando una creciente caída del PIB, el Gobierno apuesta que la pax cambiaria le otorgue aire suficiente para salvar la transición.

Así las cosas, la administración kirchnerista arrancará su último año de mandato con una economía en recesión. Lo que ocurra en enero en cuanto a las posibilidades de llegar a un acuerdo con los houldouts y normalizar las relaciones con la comunidad financiera internacional sólo podrá moderarla. En un escenario de no acuerdo, las expectativas tendrán un rol determinante para evitar la profundización del ciclo bajista.

De todas maneras, con acuerdo o sin él, los problemas de fondo seguirán intactos. El atraso cambiario y el déficit energético acumulado en los últimos años impiden un repunte de las exportaciones. El potencial ingreso de capitales derivado de un acuerdo sólo podrá moderar la caída de las reservas internacionales y difícilmente tenga impacto inmediato la economía real. Por otro lado, el desequilibrio de las cuentas públicas seguirá subiendo dado que el Gobierno no tiene voluntad de contención del gasto, menos aún en un año electoral. Tampoco notamos un plan antinflacionario creíble y difícilmente la inflación baje del 30%, lo que deterioraría aún más el consumo privado.

Termina el cliclo kirchnerista “sin incendio de Roma”, pero con una herencia que obligará a quien lo suceda a poner en práctica cuanto antes un plan antinflacionario creíble y duradero. Si no se combate a la inflación en serio, la recesión seguirá limitando la agenda del desarrollo y deteriorando el tejido social.

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