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Los dilemas que nos dejó Rogelio Frigerio

A 100 años de su nacimiento

04 noviembre de 2014

(Columna de Mario Morando, autor de “Frigerio: el ideólogo de Frondizi” , 2013, Editorial AZ)

"Para ser Nación

hay que querer ser Nación”

La Cultura Nacional, 1965, Rogelio Frigerio

A cien años de su nacimiento (2/11/1914) Frigerio es un economista político olvidado. No nominalmente, pues se lo recuerda como el ideólogo de Frondizi. Olvidado en su contenido. Uno de los más lúcidos pensadores eco - nómicopolíticos de nuestra historia, de esa talla que sólo tuvieron Belgrano, Alberdi, Urquiza, Pellegrini, Bunge, Prebisch (con sus errores).

Los economistas profesionales lo recuerdan con general subestimación por su intento de profundizar, sin éxito estructural, la sustitución de importaciones. Y como terminó su carrera política desbarrancado, a los políticos profesionales no les resulta inspirador.

Los economistas no políticos recetan, ascéticamente, sin tener en cuenta las restricciones políticas, endilgándoles a los políticos la falta de seguridad jurídica. Por su parte, los políticos ensayan soluciones despreciando las restricciones económicas, con la vista puesta sólo en las urnas. Así no se resuelven los problemas económicos ni los políticos.

Desde la salida del desarrollismo del gobierno en 1962 hemos asistido a dos tipos de pretendidas soluciones para los problemas argentinos: el cínico populismo, que rifa el capital acumulado en la hoguera del consumo circunstancial y demagogo, llegando hasta institucionalizar un sistema de limosnas; o el salvaje liberalismo económico, que pretende resolver los grandes males solamente dejando actuar a los mercados, limitando la acción estatal al establecimiento de una moneda con respaldo artificial adquirido, circunstancialmente, mediante prés tamos internacionales, hasta que las velas de las reservas no ardan. Ambos desembocan siempre en crisis: uno por falta de mercado y otro por exceso.

El núcleo del pensamiento frigerista es la noción de integración: a) geográfica, a través de la infraestructura; b) cultural [1]; c) productiva, a través de la integración del campo y la minería a la industria; y d) política, a través de la conformación del Frente Nacional.

Sobre esa integración se asienta la estrategia económica desarrollista:

Dejar que el mercado funcione si hay condiciones de concurrencia, y que el Estado intervenga cuando el poder oligopólico o las asimetrías de información así lo requieran. Jamás se le ocurriría controlar el mercado del dólar, un bien que siquiera producimos.

Privilegiar la inversión por sobre el consumo, pues mientras que la primera induce al segundo, la recíproca no es cierta. nDejar ingresar al capital externo para inversiones directas donde el capital nacional no lo hace, beneficiándose además de la incorporación de tecnología.

Fomentar la industria local, nacional o extranjera, sin dejar de someterla a una soportable y gradual competencia. “La industria fomentando, pero con el mazo dando”. Las materias primas (del campo o la minería) nos hacen vulnerables, condenándonos a mera factoría. El sistema fiscal no redistribuye renta como la industrialización, que además tiene un efecto educativo inductor de progreso tecnológico.

La lección de Frigerio y Frondizi es que el liberalismo económico puro no nos llevará a los argentinos al desarrollo, porque pretende ignorar la necesidad de una estrategia nacional comandada desde del Estado, y las imperfecciones de mercado, que básicamente provienen de las desigualdades en el poder económico y en el acceso a la información; y nunca se preocupó por los pobres, a quienes considera un mal necesario para reasignar eficientemente los recursos. Tampoco el populismo nos servirá, pues trata vanamente de violar las leyes del mercado (que siempre se terminan vengando); por lo tanto, endiosa a los funcionarios públicos como seres superiores y arrogantes (siempre sucedió esto con el populismo), y se conforma con darle dádivas a los necesitados sin ofrecerles un futuro de real progreso. Hasta instauró un sistema generalizado y automático de limosnas, para despreocuparse del progreso.

El integracionismo desarrollista vino a establecer un planteo superador de la antinomia liberalismo- populismo. Pero nadie lo ha aplicado desde entonces, pues los liberales más que énfasis en la inversión extranjera lo hicieron en los préstamos de corto plazo, que prenuncian la próxima crisis. Y los populistas han violado los mercados sistemáticamente, destruyendo el sistema de precios. Unos han ignorado a los pobres y los otros los han engañado con pan para hoy y hambre para mañana.

Surgen tres gigantescos dilemas a resolver:

1) Imposibilidad práctica de explicitar una doctrina: los candidatos a conducir el país bajo democracia no quieren explicitar sus planes. En gran parte porque no los tienen. Pero por sobre todo, para mantener la ambigüedad frente al electorado. De esa manera se colocan un espejo por máscara, para que los votantes se vean a sí mismos y, cual Narcisos autoencantados, voten. Una vez conquistado el poder, ya no es necesario discutir ningún plan. La actual Presidente accedió al poder sin explicitar plataforma electoral. La discusión política se torna intrascendente: mero tráfico de palabras musicales sin significación concreta. Cuando Frigerio se postuló a Presidente en 1983 dijo: “Vengo a tratar de que los otros candidatos se expresen en prosa y no en verso”. Y anticipó varios de sus planes. Obtuvo 1,3% de los votos, desapareciendo para siempre de la política. A este dilema podemos llamarlo el dilema del silencio. Si hablo, pierdo la elección. Y si la gano sin haber hablado, luego no necesito hacerlo. En treinta años de peripecias políticas nunca ví que se debata en serio el Presupuesto Nacional, cuna de todas las políticas. Cada uno debate sólo la partecita que le interesa. El dilema consiste en que no es razonable esperar éxito gubernamental sin discusión de estrategias previas, pues la doctrina es imprescindible si se quiere evitar la improvisación y la inconsistencia de conjunto. Pero explicitarla significa perder la elección.

2) Los problemas económicos que nos aquejan no tienen origen económico sino político: la desunión capitalista pyme. Todas las recetas de decenas de economistas que han pasado por el gobierno en los últimos sesenta años se han revelado, finalmente, impotentes para conducirnos al desarrollo sostenido (como en los exámenes escolares, todos argumentan “me faltó tiempo”). En las escasas etapas con credibilidad, se la construyó totémica y endeblemente sobre los préstamos en moneda extranjera. Pseudo-credibilidad que siempre terminó mal, porque la reputación no se puede comprar; debe conquistársela genuinamente. Pero sin diálogo entre los representantes del trabajo y del capital, no hay plan sostenible posible. Mientras los representantes del trabajo cuentan con personería única y aporte obligatorio, los del capital están disgregados, deslegitimados y no cuentan con financiamiento obligatorio. Frigerio intentó, como luego Gelbard, aunar la representación del empresario nacional en sus distintos sectores. Pero los mismos prefirieron seguir libres para perseguir sus intereses inmediatos. Donde las fuerzas del trabajo no pueden dialogar efectivamente con las del capital, se termina circunstancialmente arbitrado por los políticos de turno, que no ponen trabajo ni capital y por lo tanto se desentienden luego del costo de sus malas decisiones. A este dilema podemos llamarlo el de la desunión capitalista pyme (pues las grandes empresas se las arreglan por su cuenta). Hubo un Perón que unió a los trabajadores. Pero no hubo un equivalente que uniera a los pequeños y medianos empresarios. ¿Dónde está el Moyano de los capitalistas pyme?

3) Una democracia de juguete no sirve para desarrollarse: nuestra democracia es ritual. El Estado se limita a realimentarse a sí mismo.

El error de Frigerio y Frondizi de sus últimos años fue intentar establecer el desarrollo sin democracia. El nuestro es tratar de hacerlo con una democracia subdesarrollada. No puede salirse del subdesarrollo económico sin disponer de una democracia desarrollada. Argentina deambula sin diálogo capital-trabajo, los únicos factores que generan riqueza, y por tanto sin democracia efectiva y sin doctrina políticoeconómica, sustituídas respectivamente por democracia simulada y poesíailusiona- votantes.

Es mi creencia integracionista que una vez establecido institucionalmente el diálogo Capital- Trabajo, surgirá de él la discusión doctrinaria y la democracia mejorada. Pero sin integración empresaria, y de éstos con los representantes del trabajo, jamás habrá desarrollo. Un país sin burguesía nacional organizada no puede conocer el progreso, porque los sindicalistas no tienen con quien acordar sostenidamente y los políticos circunstanciales no encuentran límites a sus decisiones, cuyos costos ellos no pagan. No existen ejemplos en dos mil años de historia de países que hayan llegado así al desarrollo. Mientras la burguesía nacional pyme no se integre, nos esperan gobernantes inorgánicos y oportunistas, que van y vienen, según el humor y la ignorancia popular que alimentan, cual adornos del estancamiento nacional, aprovechando la anomia burguesa.

[1] La revista Todo es Historia de noviembre expande este aspecto.

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