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En la trampa del atraso cambiario

Otra vez, y van...

17 noviembre de 2014

(Columna de Lorenzo Sigaut Gravina, economista jefe de Ecolatina)

A tres años del nacimiento del cepo queda claro que las restricciones impuestas en el mercado cambiario permitieron posponer el ajuste del tipo de cambio oficial que se atrasó frente a la inflación, morigerando el ritmo de caída de las reservas del BCRA. Más importante aún, como el Ejecutivo no atacó el problema inflacionario, esta política permitió sostener e incluso profundizar el atraso mencionado.

Si bien está comprobado que el Tipo de Cambio Real (TCR) juega un papel preponderante en los ciclos de Stop & Go en la Argentina, seguimos tropezando una y otra vez con la misma piedra. Ya sea con financiamiento externo y/o aplicando controles de capitales, en las últimas décadas nuestros gobernantes (de derecha, de izquierda, de facto o democráticos) cayeron en la trampa del atraso cambiario.

A pesar de diversas me didas/ parches implementados para sostener el esquema, tarde o temprano la restricción externa se hace insostenible forzando una brusca devaluación. Si tras el salto del dólar se logra estabilizar el mercado de cambios y contener la inflación, la economía podrá retomar ?después de un impacto recesivo en el corto plazo? un sendero de crecimiento hasta nuevo aviso (o atraso).

Tras una de las peores crisis de nuestra Historia, emergió a mediados de 2002 un modelo “productivo” que apoyado en un TCR Competitivo y Estable (Roberto Frenkel desarrolló en detalle el concepto y el funcionamiento de un régimen de TCRCE) permitió romper la volatilidad de las últimas décadas (ver gráfico).

Pese a que entre 2003 y 2006 se consiguieron resultados económicos y sociales indiscutibles (tasas de crecimiento al 9%, desempleo e inflación de un dígito, rápida acumulación de reservas, y fuerte caída de la pobreza y de la informalidad laboral), el Gobierno cambió el rumbo económico. En cambio de consolidar el desarrollo a partir de la una visión estratégica (infraestructura, acumulación de conocimiento, inversión reproductiva, etcétera), las autoridades sacrificaron la estabilidad macroeconómica en pos del consumo.

En términos políticos la apuesta tuvo muchos réditos: en 2015 el kirchnerismo va a cumplir doce años al frente del Poder Ejecutivo. Sin embargo, en el plano económico se acumularon desequilibrios (2007-2011) que nos llevaron a la instauración del cepo para prolongar un esquema insostenible y regresivo signado por estancamiento con inflación elevada.

Es en este marco en el que tenemos que evaluar la performance de los máximos responsables de la política económica. Puntualmente, el flamante presidente del BCRA logró en poco más de un mes reducir la brecha cambiaria (principalmente a través de controles y denuncias) y acumular reservas gracias a la activación de un swap con China y un acuerdo con las cerealeras que se remontan a la gestión anterior. Más aún, redujo transitoriamente las expectativas de devaluación dando señales de un posible acuerdo con los holdouts en 2015.

Cambios (con atraso)

Sin embargo, Alejandro Vanoli prácticamente no movió el dólar oficial (subió sólo 0,4% en octubre) y manifestó enfáticamente que no habrá una devaluación. El problema es que si esta política persiste en el tiempo el atraso cambiario (principal problema de la economía argentina junto con la inflación) puede llegar a niveles récord.

En primer lugar, hay que destacar que en octubre el TCR llegó prácticamente a los niveles de fines de 2013, por lo que ya se perdió la mejora lograda en la devaluación de enero. A esto se suma que la inflación en la Argentina tiene un piso del 2% mensual. Por último, la mejora de la economía estadounidense se tradujo en el fin de los estímulos monetarios y una posible suba ?gradual? de tasas de interés de la Reserva Federal en 2015, lo que está consolidando la apreciación del dólar en el mundo. El impacto a nivel local proviene de la depreciación de las monedas de nuestros socios comerciales y la contracción del precio internacional de las commodities que exportamos.

Por los factores mencionados será cada vez más complicado mantener cuasi fijo el tipo de cambio oficial, por lo que si el BCRA persiste en su accionar, las presiones cambiarias volverán a resurgir en el corto plazo. De hecho, la única alternativa viable para profundizar aún más el atraso cambiario sin hundir el nivel de actividad y dejarle el ajuste al próximo presidente electo, es sumar financiamiento externo al esquema de restricciones de divisas vigente.

Si el Gobierno decide tomar ese camino (que excede a la responsabilidad del presidente del BCRA), no sólo va a tener que traer dólares de China, Rusia e inversiones en negocios particulares (infraestructura, YPF, telecomunicaciones, etcétera) sino también acordar con los holdouts para acceder al mercado financiero internacional.

Como mencioné en una nota a mediados de año, el atractivo político del camino del endeudamiento es indudable: si ingresa un flujo de dólares significativo el Ejecutivo terminaría su mandato con una economía más estable. En primer lugar, despejaría el riesgo cambiario (maxidevaluación) y cualquier posibilidad de default de la deuda externa, retroalimentando la baja del riesgo país local. Además, tras el significativo deterioro del 2014, habría financiamiento para apuntalar la actividad, el gasto público y permitir el ingreso de un mayor nivel de importaciones.

Esta lógica se replica en el caso del atraso tarifario (subsidios): a meses de una transición política, el Gobierno saliente (este u otro en similares circunstancias) intentará preservar el statu quo para evitar cualquier costo de corto plazo. Asimismo, la dirigencia que aspira a acceder al poder puja porque el ajuste lo haga la gestión actual o buscará posponerlo para no implementar políticas impopulares. En el medio, la que termina sufriendo el desajuste es la sociedad y especialmente los actores económicos más vulnerables (familias de escasos recursos y pymes).

Los precios relativos

Para que la economía vuelva a funcionar con normalidad hay que implementar diversos cambios. El más importante es corregir las distorsiones de precios relativos (atraso cambiario y tarifario). Sin embargo, a medida que pasa el tiempo los costos de implementar una solución son crecientes, y por ende, menores los incentivos a que el Gobierno de turno los resuelva.

Más allá de los costos de corto plazo que implica toda política de ajuste, en la Argentina la corrección del atraso cambiario suele posponerse por dos motivos estructurales: deuda o inflación.

Un ejemplo del primer caso, es lo que sucedió en las elecciones presidenciales de fines de 1999. Pese a que la devaluación del real profundizaba la necesidad de ajustar el tipo de cambio, el Gobierno de la Alianza gana y asume ratificando la Convertibilidad. La imposibilidad de devaluar provenía del entramado de contratos en dólares de la economía: por descalce de monedas ajustar el tipo de cambio implicaba un default público/privado.

Asimismo, durante los '80, la corrección del atraso cambiario se posponía para evitar que una nueva devaluación acelere aún más la carrera nominal entre precios, salarios y el dólar.

En la actualidad, el principal desafío a la hora de corregir los precios relativos es la elevada inflación. Pese a que en los últimos seis meses se profundizó la recesión y el tipo de cambio oficial ajustó sólo 6%, la suba de precios no baja del 2% mensual. Más aún, como observamos durante 2014, si a un ajuste de precios relativos no se lo acompaña por un plan integral de política económica, la devaluación termina aportando escasos beneficios (la mejora de la competitividad externa ya se licuó) y muchos costos (shock recesivo y aceleración de la inflación).

Corolario para el próximo presidente: lo más probable es que reciba un atraso cambiario y tarifario significativo y una inflación elevada. Por esta razón, debería ir pensando en un plan de estabilización.

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