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La política monetaria

Una vez más, al borde del precipicio

14 octubre de 2014

(Columna de Mariano Fernández, Secretario Académico de la Licenciatura en Dirección de Empresas y Marketing, Director de Admisiones y Economista asociado al Centro de Economía Aplicada de la Universidad del CEMA)

La renuncia de Juan Carlos Fábrega a la Presidencia del Banco Central ha dejado un interrogante sobre el futuro de Argentina. El abismo está cerca y el oficialismo ni la oposición parecen darse cuenta de la gravedad del hecho. La situación monetaria es alarmante y el Gobierno no ha tomado nota del desequilibrio monetario y fiscal en el que ha ingresado nuestro país y del que es responsable. En materia macroeconómica la reputación es un activo invaluable, principalmente en momentos de crisis.

El nombramiento del nuevo presidente, Alejandro Vanoli, no da garantías de estabilización del ánimo del público. La demanda de dinero lleva quince meses consecutivos de caída, lo que significa que el público ya no quiere más los pesos, que valen cada vez menos. Si bien la presidencia de Fábrega comenzó con una suba de la tasa de interés, rápidamente se hicieron oír las voces disidentes del Gobierno presionando al BCRA para que relaje la disciplina monetaria. Hoy solo podemos esperar más de lo mismo y seguramente nos costará caro.

La consecuencia de tamaña irresponsabilidad será una mayor brecha cambiaria, mayores restricciones externas y, sin dudarlo, un proceso de mayor inflación, recesión y pobreza.

El Gobierno ha elegido el camino de la irracionalidad económica, contradiciendo el consenso científico alcanzado en el mundo. El grado de irresponsabilidad de la dirigencia política argentina es tan absurdo que hoy discutimos sobre fantasmas inexistentes, mientras la pobreza se multiplica. Para el mundo civilizado queda claro que el único causante de la inflación es el Estado, al financiarse con expansión monetaria.

En Argentina hemos retrocedido hasta el Medievo o, peor aún, a los tiempos del Imperio Romano. Sólo nos falta creer que existe el dios Sol. Es triste para un economista académico ver como la improvisación, la falta de responsabilidad, el oportunismo, la arrogancia y la ignorancia pueden hacer estallar una nueva crisis en nuestro país. Es frustrante no poder gritar a los cuatro vientos que sin crecimiento de la moneda no hay inflación. Es intolerable escuchar a pseudointelectuales creer en teorías sepultadas por la evidencia empírica y dar cátedra de ello mientras la gente no puede pagar sus cuentas.

Lejos está, en el ánimo de las autoridades, poder reflexionar sobre el hecho de que ellos son la causa de la inflación y no los enemigos imaginarios como los holdouts, los empresarios o simplemente individuos, que frente al desequilibrio y la incertidumbre, quieren mantener el valor de sus activos atesorando dólares. La situación es extremadamente grave. La inconsistente política monetaria y fiscal del Gobierno nos ha llevado al abismo. Antes de la crisis, la inflación proyectada desde el Centro de Economía Aplicada de la UCEMA era de 43% para el año 2014. Luego de las últimas noticias, la confianza ha sufrido un nuevo golpe y la inflación no se puede predecir sin un error estadístico importante.

No es de extrañar que de acuerdo a la lógica irracional de las autoridades, el país se encierre aún más en sus esotéricas recetas, avasallando la propiedad y los derechos individuales. Tomemos conciencia de la profundidad de la crisis que se avecina, de sus causas y consecuencias. Las crisis, aunque tomen distintas caras, siempre dejan al país devastado y a la gente cada vez más pobre. Piensen en ello cuando alguien les diga que la inflación es un problema de los productores y consumidores y no un mal generado por un Gobierno irresponsable.

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