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Elecciones en Brasil

Entre la continuidad y la demanda de cambios

08 septiembre de 2014

(Columna del economista Eduardo Crespo, profesor e investigador de la Universidad Federal de Río de Janeiro)

El 5 de octubre de 2014 se realizarán elecciones nacionales en Brasil, para elegir, entre otros cargos, al Presidente de la República. El escenario se presenta incierto tanto en términos políticos como económicos. No resulta sencillo establecer una conexión directa entre el panorama macroeconómico y los vaivenes de la campaña electoral con su rutina de encuestas y debates. A primera vista no debería sorprender que en un escenario signado por la recesión ('técnica'), por primera vez existan posibilidades ciertas de que el PT, en el poder desde 2003, pueda perder las elecciones.

Sin embargo, la relación entre ambos fenómenos no es sencilla, ya que en Brasil, paradójicamente, el módico crecimiento económico coincidió con mejoras sociales insoslayables. Así, aunque en el último trimestre la economía se contrajo y los últimos años se caracterizaron por tasas de crecimiento próximas al estancamiento, aún no se perciben perjuicios visibles para la población que puedan influir en forma decisiva en la elección. El desempleo abierto se mantiene en niveles históricos reducidos (4,9%), durante los últimos años la pobreza y la miseria se redujeron como en toda la última década, los salarios ?especialmente los más bajos asociados a la institución del salario mínimo? siguieron aumentando y la desigualdad disminuyó de manera apreciable. La inflación no frena las subas salariales sino que en buena medida es su consecuencia, al tiempo que se mantiene controlada (6,5% en doce meses) y tiende a desacelerarse.

Muchas otras estadísticas van en el mismo sentido. Por ejemplo, los índices de violencia se redujeron apreciablemente en la mayoría de los centros urbanos.

Un escenario complejo

¿Cómo se explican entonces las masivas protestas del año pasado y el ascenso amenazador de la oposición encabezada por Marina Silva? Entendemos que desilusión es la palabra que mejor refleja el actual momento histórico brasileño. El segundo mandato de Luiz Inácio Lula da Silva prometía introducir a Brasil por la puerta grande del progreso, al tiempo que renacían los viejos anhelos de convertir al país en una potencia regional. No solamente la economía crecía y avanzaban las reformas sociales. El país se embarcaba en grandes proyectos y desafíos internacionales. En medio de una auténtica fiesta popular se disponía a organizar un Mundial de fútbol y Río de Janeiro era escogida como ciudad sede de los próximos Juegos Olímpicos. La crisis internacional fue superada con facilidad y optimismo.

Dilma Rousseff parecía destinada a profundizar el cambio. Pero la decisión fue otra. La economía se desaceleró irreversiblemente a partir de 2011 a causa de una torpe e inoportuna contracción fiscal. La inversión tanto pública como privada no volvió a recuperase y muchos de los ambiciosos proyectos de los últimos años de Lula fueron abandonados o perdieron relevancia para la política oficial. La evaluación negativa del Mundial de Fútbol ?más allá del resultado deportivo? que hoy realiza la mayor parte de la población brasileña, es un ejemplo claro del cambio de clima político.

¿Por qué aquello que en un principio fue recibido con euforia después se convirtió para muchos en un monumental desperdicio de recursos? Los simpatizantes del PT más aguerridos responsabilizan a los medios de comunicación. Sin embargo, no debe pasarse por alto que a la organización de este tipo de eventos se les suele adjuntar la promesa por reformas en las infraestructuras urbanas, mejoras de los medios de transporte, la ejecución de inversiones postergadas. Más allá de los grandiosos estadios, poco de todo esto se pudo observar en las ciudades brasileñas. Incluso el ministro Guido Mantega llegó a responsabilizar al Mundial por la recesión con la excusa de los numerosos feriados, cuando meses atrás el gobierno los justificaba aludiendo a los ingresos por turismo y al impacto de las reformas urbanas. Sectores de las más diversas extracciones participaron en las protestas y manifestaciones del año pasado.

Sin dudas había grupos de clase media acomodada irritados por las reformas sociales y el visible acceso de los sectores populares a los privilegios del consumo y a espacios antes exclusivos, como las universidades. Pero también había manifestantes humildes y grandes contingentes de jóvenes que se iniciaban en la vida política con una asombrosa variedad de reclamos, a veces contradictorios. Son las demandas normales de sectores sociales en ascenso, gente que en el pasado no importaba para las grandes decisiones gubernamentales de un país en extremo elitista y desigual.

Dilma & Marina

La confusa candidatura de Marina Silva aglutina buena parte de este descontento. Evangelista fervorosa, ecologista desde sus primeros pasos en la militancia, partidaria de una política económica de orientación neoliberal y censora del actual proceso de integración regional. Pese a estas características, a nivel personal no le faltan rasgos populares. Sus orígenes familiares son aún más humildes que los de Lula. Mujer, nacida en la Amazonia, descendiente de indios y negros, alfabetizada a los 16 años. Para el PT habría sido más sencillo limitar la disputa electoral al tradicional Partido Socialdemócrata de Brasil (PSDB), y su candidato Aécio Neves ?hoy sin posibilidades?, fácilmente identificable con las privatizaciones, los magros desempeños en materia de empleo e inclusión social y las políticas neoliberales del gobierno de Fernando Henrique Cardoso.

Las encuestas de opinión disponibles ?prematuras y siempre equívocas? hasta el momento indican que Dilma tiene su principal base de apoyo entre los más humildes que viven con un máximo de dos salarios mínimos (1.448 reales, 650 dólares aproximadamente), grupo que representa un 40% del electorado brasileño. Entre quienes ganan entre 3 y 5 salarios mínimos (la “nueva clase media”) el apoyo se dividiría en partes iguales entre ambas candidatas, mientras que Marina se impondría con holgura entre quienes ganan más de 5.

Cualquiera sea el resultado, es poco probable que el futuro gobierno brasileño revierta el rumbo macroeconómico, impulse políticas de desarrollo de largo plazo y se convierta en una locomotora de crecimiento regional. Es improbable que lo haga Dilma, quien se mantuvo imperturbable durante sus cuatro años de gobierno signados por los modestos resultados macroeconómicos. Y es una quimera que lo haga Marina, quien promete un Banco Central independiente, reducciones del gasto estatal y objeta al Mercosur públicamente. Pero no todas las perspectivas son aciagas. También es improbable que en Brasil se puedan revertir con facilidad las mejoras sociales ocurridas desde 2003 y a las que el pueblo brasileño parece haberse acostumbrado.

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