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La relación con China

Entre lo inmediato y el futuro

16 julio de 2014

(Columna de José Rousseaux, economista y director de CBN TRADE, consultora especializada en negocios con China / Twitter: @PP_Rousseaux)

El presidente de la República Popular China, Xi Jinping, visitará la Argentina el 19 y 20 de julio, luego de su paso por Brasil tras reuniones con sus pares del BRIC. En esta oportunidad, Cristina Fernández lo recibirá con el propósito de firmar acuerdos que permitirían avanzar con el requipamiento del ramal Belgrano Cargas y la construcción de las represas hidroeléctricas de Santa Cruz “Néstor Kirchner” y “Jorge Cepernic”. Ambos proyectos contarán con el financiamiento y el asesoramiento técnico de China.

La visita se produce casi diez años después de la última realizada por un presidente chino: en noviembre de 2004 los entonces presidentes Hu Jintao y Néstor Kirchner se reunieron para anunciar con bombos y platillos acuerdos y una serie de cartas de intención que permitirían realizar futuras inversiones por unos U$S 20.000 millones para los diez años venideros.

El avance del comercio bilateral motivado por la complementariedad entre ambas economías es más que evidente. A mi entender, no se le dedica la suficiente consideración al tema teniendo en cuenta que la tendencia sugiere que China será en unos años el principal socio comercial de la Argentina. En este sentido, si bien resulta sumamente difícil en un país como el nuestro realizar una escisión entre lo inmediato (que responde a resolver urgencias coyunturales) y lo estratégico de largo plazo, no deberíamos dejar de repensar la relación bilateral en función del perfil de la matriz productiva argentina que se pretende alcanzar en los próximos veinte años.

Para tomar dimensión de la evolución de la historia de los intercambios comerciales entre la Argentina y China, he aquí una breve reseña. Se inicia oficialmente el 19 de febrero de 1972 cuando ambos países establecieron relaciones diplomáticas. A partir de entonces, el crecimiento fue exponencial. El promedio del comercio bilateral total, medido en millones de dólares, fue pegando saltos decenio a decenio: de 98 (1972-1981), a 390 (1982- 1991), a 1.395 (1992-2001), a 2.638 (2002-2011) hasta alcanzar U$S 17.749 millones en 2013. Sin embargo, cabe aclarar que el año pasado, U$S 11.391 millones fueron desde China y U$S 6.358 millones, exportaciones hacia China. Por ende, hubo un déficit bilateral de U$S 5.033 millones.

Para que el intercambio retorne a una senda de equilibrio, la Argentina debería sumar a las exportaciones de soja y sus derivados otros productos con mayor valor agregado como carnes congeladas, leche en polvo y demás productos alimenticios provenientes de sus economías regionales. A su vez, será fundamental alentar una mayor participación de bienes de capital e insumos dentro del total de importaciones provenientes de China, permitiendo incrementar así las exportaciones de manufacturas de origen industrial desde la Argentina hacia otros países latinoamericanos.

Un estudio de McKinsey pronostica que 1.000 millones de chinos vivirán en centros urbanos en 2030. Esto representa un incremento de casi 300 millones en los próximos quince años. A su vez, se deberá tener en cuenta que los salarios medios seguirán creciendo año tras año, con lo cual el incremento en el consumo deberá ser suplido por una mayor producción interna y crecientes importaciones. Cada vez quedan menos dudas respecto a la complementariedad de las economías y a la necesidad por parte de China de importar alimentos. Las estadísticas son prueba de ello: las importaciones chinas de vinos crecieron de U$S 138 millones en 2006 a U$S 1.184 millones en 2012 y las de la leche en polvo pasaron de 320.000 toneladas en 2011 a 420.000 en 2012, previéndose que alcanzarán este año las 480.000. Esto representa un incremento del 50 % en sólo dos años.

A estas demandas, se les irán sumando otras más sofisticadas como suele ocurrir cuando los países se desarrollan. En el mejor de los casos, China no resolverá los problemas que hoy en día posee nuestra matriz productiva exportadora, demasiado sesgada hacia la producción primaria. Se requiere, para generar empleos de mayor calidad, avanzar en el desarrollo de otros sectores además del automotriz. Sin embargo, puede ser una excelente oportunidad sumar exportaciones de manufacturas de origen agrícola que complementen una estrategia exportadora que no dependa sólo de buenas cosechas de soja.

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