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La relación comercial con China

El desafío del intercambio intraindustrial

26 julio de 2014

(Columna de Luciano Damián Bolinaga, doctor en RR.II. y autor del libro “China y el centro económico del Pacífico Norte”)

Hace tiempo que China se ha posicionado como el segundo socio comercial de la Argentina. En 2013 representó el 7% de sus exportaciones y el 15% de sus importaciones totales. Esto le permitió ubicarse por detrás de Brasil pero la diferencia, entre uno y otro socio, se explica en base a los términos del intercambio. Mientras que la relación con Brasil opera sobre la lógica comercial intraindustrial (manufacturas por manufacturas), el intercambio con China reproduce la vieja lógica centro-periferia (manufacturas por materias primas).

Tras la visita de Xi Jinping los analistas internacionales se encuentran divididos entre los que aseguran que China ha adoptado la agenda para el “desarrollo industrial” argentino y aquellos que sostienen que se ha “reprimarizado” la relación comercial. En efecto, como otrora ocurriera en noviembre de 2004, cuando Hu Jintao visitó el país, la Argentina volvió a “comprar futuro” en vez de negociar sobre lo que parece ser ?a juicio propio? la cuestión central: aumentar el valor agregado de sus exportaciones al mercado chino.

Más allá del discurso, en el cual ambos gobiernos sostienen la lógica de una cooperación Sur-Sur, un desarrollo equitativo y el fomento de una relación simétrica, la evidencia empírica transita por la vereda de enfrente y dista mucho de esa retórica oficial. Las exportaciones argentinas a China concentradas en el período 2003-2013 indican que sólo tres productos alcanzaron más el 85% de lo comercializado: poroto de soja (55%), aceite de soja (20%) y petróleo crudo (10%). Más aún, si comparamos la evolución de estos tres rubros en los períodos 2002-2006 y 2009-2013, se constata la lógica de reprimarización: el aceite de soja cayó de 25% a 14%; el petróleo crudo pasó de 9% a 10% y el rubro que más incremento su participación sobre el total exportado fue el poroto de soja, que pasó de 47% a 60%.

De modo que, en lo fáctico, lejos de haber brindado China la posibilidad de “industrializar el agro” y generar mayor reciprocidad en los beneficios del intercambio, truncó el camino hacia tal objetivo y acentúo la asimetría a su favor. Esto se ve convalidado por estudios recientes que indican que, al calcular el índice de Grubel y Lloyd (mide el comercio intrasectorial de un producto determinado), el grado de solapamiento es mínimo, lo cual sostiene que sólo hay comercio de una vía y no de “dos vías” (intraindustrial). Hay que agregar que desde 2008 las ventas argentinas a China se han estancado, dando lugar a un déficit que se mantiene hasta nuestros días y que ha acumulado más de U$S 18.000 millones a favor de China.

La idea de una “asociación asimétrica” se nutre de manera inevitable en los datos comerciales y se contrapone a la retórica oficial de una “asociación estratégica” o a su nuevo nivel de “asociación estratégica integral”. En este contexto, el swap ?por un valor de hasta U$S 11.000 millones? da oxígeno al Gobierno argentino ante la escasez de divisas pero, al igual que en 2009, su objetivo es facilitar la operación monetaria para comprar productos chinos.

Por lo tanto, es de suponer que el déficit estructural vigente desde 2008 no se revertirá en el corto plazo. No hay duda de que China es un socio clave para la inserción internacional del país, pero lo que sí se cuestiona es el tipo de vínculo que se ha desarrollado durante la última década y que parece prolongarse. En suma, el gran desafío es reorientar la relación comercial hacia un esquema de beneficio más simétrico, que permita incrementar el valor agregado de nuestras exportaciones. Si bien los protocolos de acceso al mercado chino para manzanas, peras y maíz que se lograron son importantes, en rigor se orientan a seguir promoviendo la relación centro/periférica.

Negociar con China implica negociar en asimetría de poder porque se ha convertido en una gran potencia, pero esa negociación debe tener un límite concreto para ceder a favor de los intereses chinos, es decir, nuestro propio desarrollo económico.

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