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La salud y la política

Dos asignaturas pendientes

14 abril de 2014

(Columna de Silvana Melitsko, economista de la Fundación Pensar)

La celebración del Día Mundial de la Salud el 7 de abril ofreció una buena oportunidad para poner en la agenda la situación actual y perspectivas del sistema de salud en la Argentina. El avance vertiginoso de la medicina ha permitido aumentar la esperanza de vida y alcanzar reducciones más notables aún en la mortalidad infantil.

No hay prácticamente ningún país del mundo que no haya mejorado estos indicadores durante la última década, y la Argentina no es la excepción. Sin embargo, la comparación con los países vecinos no nos deja tan bien parados. Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, la esperanza de vida al nacer en la Argentina es de 76 años, uno por debajo de Uruguay y tres por debajo de Chile, cuando hace 20 años los tres países registraban valores similares. La misma fuente indica que la tasa de mortalidad de menores de 1 año fue de 12,7 defunciones por cada 1.000 nacidos vivos en 2012, prácticamente el doble que la de Uruguay y superior en 63% a la chilena.

Cabe señalar que hay discrepancias entre los datos relevados por la Organización Mundial de la Salud y las direcciones de estadísticas nacionales. Si tomamos como referencia los datos publicados por agencias oficiales de los países respectivos, las diferencias se reducen pero siguen siendo significativas. Según estas fuentes, en 2011 la tasa de mortalidad de menores de 1 año habría sido de 11,1 en la Argentina, comparado con 8,9 defunciones en Uruguay y 7,7 en Chile.

Como sucede en educación a la luz de las últimas pruebas PISA, aunque gastamos más que nuestros vecinos obtenemos peores resultados. Según la Organización Mundial de la Salud, en 2011 la Argentina destinaba el 8,1% de su PIB a gastos de salud, lo que equivale a US$ 1.434 per capita en paridad de poder adquisitivo. En cambio, Chile y Uruguay gastaron US$ 1.292 y US$ 1.210 per capita, respectivamente, y nos superaron en los indicadores antes mencionados.

Además de ser poco eficiente, nuestro sistema de salud no satisface criterios básicos de equidad. Según datos del censo 2010, existen más de 14 millones de personas que no cuentan con un seguro médico y dependen exclusivamente de los servicios provistos por el Estado o deben afrontar gastos de bolsillo muy superiores a quienes están cubiertos por obras sociales, prepagas u otros planes de salud.

También persisten brechas significativas a nivel regional: la tasa de mortalidad infantil de Formosa es más del doble que la de CABA, Neuquén y Tierra del Fuego.

Las causas

El diagnóstico consensuado en círculos sanitaristas asocia la falta de eficiencia y equidad de nuestro sistema de salud a su alto grado de fragmentación, segmentación y complejidad. La coexistencia de múltiples subsistemas constituidos por obras sociales, instituciones gubernamentales a menudo desfinanciadas y mal gestionadas (incluyendo el PAMI) y prestadores privados en un esquema segmentado geográficamente da lugar a superposiciones y sobrecostos, limita la diversificación de riesgos y genera fuertes inequidades en el financiamiento y la calidad de los servicios prestados.

El problema es que a la hora de avanzar en una dirección concreta partiendo de este diagnóstico aparecen restricciones institucionales vinculadas a la viabilidad política y a las condiciones de implementación de una reforma sustantiva. Conspira contra la viabilidad política una combinación de tres factores: I) debilidad de la demanda social, ya que los ciudadanos tienden a concentrar sus preocupaciones en problemas percibidos como cercanos e inmediatos, II) fuertes intereses económicos asociados al manejo de los subsistemas, y III) un sistema político que actúa de manera oportunista y exhibe serias limitaciones a la hora de actuar por el bien común cuando los beneficios de una acción no son visibles e inmediatos pero sí lo son sus costos.

Con respecto a la implementación, vale señalar que si bien existen líneas de acción y recomendaciones relativamente consensuadas para reformar el sistema de salud, ponerlas en práctica exige recursos humanos capacitados y con un alto grado de compromiso, liderazgo, capacidad de gerenciamiento y negociación.

Un sector valioso

Los servicios de salud son un sector estratégico por el creciente peso que tienen en la composición del PIB a medida que una Nación se desarrolla y por las oportunidades de innovación y modernización que traen consigo. Por otro lado, las políticas sociales eficientes y equitativas son factores de competitividad y fuentes de cohesión social. Renunciar al desafío de encarar reformas en este sector, al igual que en otras áreas sociales, es un síntoma del cortoplacismo y falta de visión estratégica que ha retrasado el desarrollo económico argentino. La oportunidad de recuperar el tiempo perdido existe y, la para lograrlo, política debería ser una vía antes que un obstáculo.

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