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La evolución de los salarios

De la ilusión a la realidad

30 octubre de 2013

(Columna de José Anchorena y Nicolás Mera, director de Desarrollo Económico y economista, respectivamente, de la Fundación Pensar)

Si tuviéramos que medir con una sola variable el progreso de un país, muchos economistas elegiríamos el salario real medio. De hecho, esa variable zanjó en gran parte la discusión capitalista- comunista: puede decirse que el ideal de propiedad comunitaria quedó muy debilitado cuando los salarios medios crecían sin prisa pero sin pausa bajo regímenes capitalistas. Los ricos eran cada vez más ricos pero los pobres también se enriquecían.

Por ello hace bien la Presidenta cuando menciona al salario medio como indicador de prosperidad de un país. A mediados de este año afirmó: “Estamos al tope comparados con Chile, Paraguay, Uruguay, Brasil y Perú, estamos al tope en salario mínimo con US$ 544, en salario medio con US$ 1.351 de promedio, digo dólares porque es la única medida que podemos hacer comparativa con los otros países”.

Si el objetivo es comparar realidades no tiene sentido hablar de salario mínimo pues se trata de una medida legal, no de una descripción de la realidad. En efecto, si no se considera cuánta gente está ganando por debajo de ese mínimo, y hay evidencia de que ese porcentaje aumentó considerablemente respecto a los '90, comparar salarios mínimos no resulta más que una expresión retórica de voluntarismo. Consideremos entonces el salario medio.

Lo ideal aquí es, por supuesto, evaluar los salarios no en dólares sino en términos de una canasta de consumo. Resulta consistente con la destrucción del Indec que la Presidenta considere que “la única medida” de comparación sea en dólares cuando todo economista sabe de la alternativa en términos de canastas.

En esta nota evaluamos el poder adquisitivo del salario en términos de una canasta de bienes durables. Nos restringimos a esos bienes pues son fundamentales en la vida de las personas y resultan fácilmente comparables entre países. Para evaluar el poder adquisitivo del salario, utilizamos nuestro índice de Ley de Precio Unico (LPU), que compara precios en la Argentina, Chile, Brasil, España y Estados Unidos.

El país y los demás

Usando encuestas de ingresos de cada país, obtenemos los ingresos laborales medios en la moneda local. Estos son netos de impuestos (comúnmente denominados ingreso de bolsillo), incluyendo los de trabajadores en negro.

Si los pasamos a dólares (en el caso argentino, a dólar oficial), los ingresos medios de la Argentina y Chile son muy parecidos (cerca de US$ 12.000 anuales), levemente superiores al brasileño, y aproximadamente la mitad del salario medio español y un tercio del estadounidense.

Lo interesante es cuando se evalúa el salario nominal en términos de poder de compra. Ahí las cosas se ponen más feas para nuestro país. La razón es simple: un canasta de bienes durables (que incluye automóviles, tecnológicos, línea blanca y textiles) tiene un precio significativamente mayor en la Argentina que en Chile, España y Estados Unidos, y levemente mayor que en Brasil. Esto lleva a que el poder adquisitivo del salario medio argentino sea similar al brasileño y considerablemente menor al de los restantes tres países.

Así, por ejemplo, mientras que el salario medio anual puede pagar 54% de un auto en la Argentina ($59.528 de salario medio con un precio promedio del auto de $109.613), resulta 41% del mismo auto en Brasil, 73% en Chile, 134% en España y 236% en Estados Unidos. Otro ejemplo: el salario medio anual en la Argentina permite la compra de ocho computadoras, similar al caso brasileño, pero el asalariado medio en Chile puede adquirir 12, el de España 18 y el de Estados Unidos 51. En términos de la canasta de bienes durables, construida a partir de los porcentajes de consumo de cada bien en nuestro país, mientras que el asalariado medio brasileño puede adquirir 5% menos que el argentino, el chileno puede obtener 56% más, el español 160% más y el estadounidense 426% más.

En suma, el poder adquisitivo del salario medio argentino (en términos de bienes durables) es similar al brasileño y significativamente menor al chileno, en tanto que la distancia con España y Estados Unidos es dramática. Esto no cambia en forma importante si se toman sólo salarios formales. Tampoco cambian las conclusiones cuando en lugar de tomar la media se evalúa por quintil: los asalariados de menores ingresos en la Argentina tienen un poder adquisitivo menor al de sus pares chilenos.

Conclusiones

A partir de esta evidencia pueden considerarse una serie de cuestiones. La primera surge del problema cambiario. Está claro que un prerrequisito para que el país vuelva a crecer es la unificación cambiaria, lo que requiere la liberalización de ese mercado. ¿Pero, en ese caso, cómo se afectaría el poder adquisitivo si el tipo de cambio se unifica a un valor intermedio entre el oficial y el blue? Está claro que, en términos de dólares, caerán ambos, el salario y el valor de la canasta. Ahora, en pesos, es probable que el valor de la canasta de bienes durables aumente más que el valor del salario, por lo que un sinceramiento del tipo de cambio indicaría que los resultados de la “década ganada” son aún peores que lo que muestran las cifras brindadas anteriormente.

Otro punto importante: es claro que si se tomara una canasta más amplia, incluyendo bienes no durables (v.g., carne) y servicios (v.g., Fútbol para Todos), es muy probable que se compense en parte lo caro de los durables. Pero no deberíamos alegrarnos demasiado con ese resultado. Si los precios de los bienes durables son una proxy de precios de bienes de inversión, podemos afirmar que el aumento del precio relativo de aquellos bienes ha disminuido la inversión. Esto indica que si bien el poder adquisitivo del salario medio argentino en términos de una canasta más amplia puede ser mayor que la aquí consignada, no lo será tanto en el futuro próximo justamente porque la inversión ha sido baja. Llámeselo pan y circo (o carne y fútbol), populismo o cortoplacismo, el lamentable resultado de largo plazo suele ser un salario real bajo.

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