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Informalidad laboral

El regreso del fantasma

25 septiembre de 2013

(Columna de Jorge Paz, economista e investigador del CONICET)

Las nuevas cifras de informalidad revelaron un grave y endémico problema de las economías latinoamericanas en general y argentina en particular. Según se supo, en el segundo trimestre de 2013 en las áreas urbanas del país, alrededor de 34,5 de cada 100 asalariados son informales. La noticia es “la cifra es alta”, pero considero que el verdadero problema no es éste sino la persistencia del indicador: tanto en 2011 como en 2012 el porcentaje de asalariados sin descuentos jubilatorios arrojó idéntica cifra: 34,5%.

Esto quiere decir que la informalidad laboral no cede a pesar de la recuperación económica ocurrida desde 2003 a esta parte y de los esfuerzos hechos desde el Ministerio de Trabajo a favor de la registración del trabajo. Además, como todo promedio, este 34,5% esconde divergencias aún más preocupantes. Por ejemplo, las regiones de menores ingresos del país son las que tienen tasas de informalidad laboral más elevada: el Noroeste Argentino (NOA) lidera la lista con 43,3%, seguido de cerca por el Nordeste (NEA), con el 43%.

Y si la mirada se centra en las ciudades, Tucumán aparece con 46% de informalidad laboral y hay una lista no menor de aglomerados urbanos que superan ampliamente el 40%: La Rioja, Salta, Formosa, Corrientes, Resistencia y otras más.

Tasa de no registro entre asalariados. Argentina 2004-2013 (2° trimestre de cada año)

El baile de la silla

El problema es claro: los puestos de trabajo que genera la economía no alcanzan para satisfacer las necesidades de empleo de las familias. La acumulación de capital físico (inversión) es insuficiente y cuando la economía entra en una etapa de enfriamiento o ralentización, dicha insuficiencia se expresa ya sea por desempleo liso y llano (cosa que no pasó en la Argentina), o por la creación insuficiente de empleo de calidad. Sucede como en el baile de la silla: hay menos sillas que jugadores y a medida que éstos se van sentando desaparece una silla, hasta que sólo queda una y un jugador que es el ganador del juego.

He aquí una diferencia fundamental entre las economías de ingresos bajos y medianos con respecto a las economías capitalistas de ingresos elevados. En estas últimas la protección social está desarrollada de tal forma que la insuficiencia de acumulación propia de las recesiones de la economía se expresa en tasas de desempleo más elevadas. El seguro de desempleo cubre las necesidades mínimas de la población desocupada y las políticas activas de empleo ayudan a la reinserción de los trabajadores. Al decir de la economista inglesa Joan Robinson (1903-1983), el desempleo es “un lujo de los países desarrollados”.

Por el contrario, en un país pobre, un jefe de hogar que necesita generar ingresos y que no cuenta con un seguro de desempleo termina aceptando puestos de cualquier tipo y color.

¿De dónde viene la informalidad?

Para Hernando De Soto y, a partir de allí, para un amplio grupo de economistas, la informalidad es la expresión de la asfixia a la que somete el Estado a todo aquel que desea emprender una actividad económica. Claramente eso podría darse en el contexto del trabajo por cuenta propia, pero resulta difícil de sostener cuando la informalidad laboral aparece en los puestos asalariados. Si se quiere trasladar la explicación desotiana al empleo asalariado, el fenómeno podría describirse así: el asalariado no registrado prefiere estar estándolo porque eso le proporciona beneficios no pecuniarios (flexibilidad horaria, por ejemplo). Se trataría entonces de una informalidad “voluntaria” generada por la excesiva intervención del Estado.

No obstante, prácticamente todos los estudios hechos en América Latina han mostrado que la informalidad laboral entre los asalariados es involuntaria y responde más a la segmentación del mercado laboral que a la excesiva presión del Estado. Traducido, esto remite a la primera explicación dada en esta nota: la insuficiente acumulación de capital en la fase recesiva del ciclo combinada con la necesidad de las familias de generar ingresos genera un ejército de asalariados periféricos que cobran salarios bajos, que carecen de todo tipo de protección social (aportes jubilatorios, seguro de salud y vacaciones pagas, entre otras) y que están propensos a ser despedidos en cualquier momento ante una agudización de la recesión económica.

El perfil de los asalariados informales es muy claro: se trata principalmente de jóvenes, de mujeres y de individuos de uno y de otro sexo con bajo nivel educativo. Ocupan puestos laborales que requieren de escasa o nula cualificación para ser desarrollados y se agrupan en ramas de actividad prototípicas, tales como la construcción, el comercio y el servicio doméstico. Cobran una remuneración que, en promedio, apenas supera el 60% del salario de un trabajador similar pero que desarrolla sus actividades en la formalidad. En todos estos casos hay siempre un atenuante que disminuye la gravedad del síntoma. Algunos jóvenes suelen usar la informalidad como una estrategia para acceder a puestos formales y de buena calidad.

Pero según las investigaciones sobre el tema, éstos no explican toda la informalidad laboral juvenil. Muy por el contrario, muchos de los jóvenes que comienzan a trabajar en la informalidad reproducen esta condicióndurante toda su vida.

Políticas públicas

Un problema muy importante que concierne a la informalidad es la resistencia a las medidas de política pública. Así, por ejemplo, al no estar registrados, muchos ocupados informales perciben remuneraciones que están por debajo del Salario Mínimo Vital y Móvil. Además, los empleadores no promueven la capacitación laboral entre estos empleados, dado que son usados como variables de ajuste a los vaivenes del ciclo económico y cualquier tipo de inversión en capacitación sería desperdiciada si estos trabajadores fueran despedidos. Entre los asalariados no registrados también es común encontrar historias laborales repletas de estigmas. Estos trabajadores son los que transitan frecuentemente por períodos de desempleo, de subocupación y de inactividad (entre los más jóvenes se suman los tránsitos por los estados “no-ni”).

Claramente en estos tránsitos (que pueden ser captados limitadamente por las estadísticas en nuestro país) implican salarios bajos, nulos e irregulares aportes a la seguridad social y a otro tipo de impuestos al trabajo. Así, la informalidad laboral aparece emparentada de manera directa con otros graves e irresueltos problemas: inestabilidad laboral, pobreza, desigualdad de ingresos y de oportunidades, financiamiento de la seguridad social y otros de recaudación fiscal, y exclusión social. Cual el fallecido Rey Hamlet en la obra de Shakespeare, el fantasma de la informalidad asoma y crece en la Argentina actual. Cual el fallecido rey Hamlet, es la venganza de la falta de un crecimiento económico inclusivo.

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