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La performance electoral

Sigue siendo la economía, estúpido

20 agosto de 2013

(Columna de Martín Tetaz, economista, profesor de la UNLP y la UNNoBA, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana -IIL- y del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales -CEDLAS-. Twitter: @martintetaz)

El tipo debe tener unos 45 años. Entrado en kilos, algunas canas y lentes con pretensiones de acreditar un paso inconcluso por dos facultades de la UBA.Son exactamente las siete de la mañana y lee mientras desayuna, las últimas noticias políticas, mira la evolución del PIB intradiario y aprovecha una nueva app que le permite identificar exactamente qué parte de la evolución de la economía tiene estrictamente que ver con las decisiones que acaba de tomar ayer nomás el Presidente y qué porcentaje responde a los caprichos que localmente vistos parecen del azar pero que, en rigor, responden a la evolución de la tasa de interés internacional y el precio de las commodities. A las ocho menos cuarto se sube al metrobala (una novedosa mezcla entre el Metrobus y el tren bala) y llega puntualmente a su oficina, en pleno centro de metrópolis.

Puede parecer una exageración de la ficción pero, detalle más detalle menos, algo así tenía en mente Anthony Downs cuando postuló su teoría económica de la democracia. En las tierras recónditas de los libros de economía política, los candidatos elaboran propuestas (plataformas) que alteran (o no) el statu quo de un modo tal que beneficia o perjudica a los votantes, quienes decidirán su voto a favor de aquellos que los dejan más cerca de sus estados deseados de la naturaleza. El sistema tiene, no obstante, sus fallas.

Winston Churchill, aun a pesar de haber defendido la democracia a capa y espada (literalmente, a bala y bombas), solía decir que el mejor argumento en contra de ese sistema era una conversación de cinco minutos con el votante mediano. Pero incluso si los votantes no conocieran todas las propuestas, lo cierto es que pueden aproximarlas a partir de la ideología de los candidatos, o simplemente de la imagen, en caso de que apenas tengan en claro cuáles son los distintos escenarios a los que uno u otro político puede llevarlos.

Lo que quizás algún día en el futuro pueda hacerse, aunque no lo logren los electores en la actualidad, es resolver lo que en econometría se denomina “el problema de identificación”; o sea: determinar qué parte de los resultados económicos que se observan y perciben, son consecuencia de las políticas adoptadas por los funcionarios de turno y sobre qué resultados (buenos o malos) no tienen la culpa.

Los dilemas

El riesgo que esa incapacidad conlleva y que pone en jaque la efectividad del sistema democrático es, por lo tanto, que los ciudadanos cometan lo que en estadística se denomina “error tipo 1”; esto es: ver una correlación donde en realidad no existe. Daniela Campello, de Princeton y Cesar Zucco, de Rutgers University, acaban de publicar justamente un artículo revelador al respecto, intitulado “Merit or Luck? International Determinants of Presidential Performance in LatinAmerica”.

En resumen, los autores construyen un índice de “buenos tiempos económicos” que tiene en cuenta la tasa de interés internacional y los precios de las commodities para un período de 31 años que va desde 1980 hasta 2011. En efecto, el índice correlaciona notablemente con el ciclo económico de 10 de los 18 países latinoamericanos analizados, siendo la economía argentina la que muestra una relación más fuerte de dependencia respecto de las condiciones internacionales. Más aún: en aquellos países en los que la economía local depende más del índice de buenos tiempos económicos, la probabilidad de reelección del presidente es hasta 50% mayor cuando las condiciones externas son favorables que cuando el viento sopla de frente, mientras que en las otras economías (no dependientes del clima externo) no existe relación alguna entre el contexto y la suerte política del gobernante de turno.

El caso local

Parece que tal y como predice la economía del comportamiento, la gente “salta a conclusiones” y tiende a premiar (o castigar) a los gobiernos por los resultados económicos, más allá de que éstos no estén determinados por sus políticas, como sucede cuando son el resultado de cambios en la tasa de interés internacional y los precios de las commodities.

El domingo 11, el oficialismo (FpV + aliados) perdió 4.863.053 votos respecto a la elección de octubre del 2011. Pero en aquella oportunidad había sacado 5.721.678 más que en 2009, al tiempo que cuatro años atrás, en esa elección en la que Francisco De Narváez le ganara a Néstor Kirchner, el oficialismo había perdido 2.279.721 votos respecto de las presidenciales del 2007. Una volatilidad fenomenal que torna insensato cualquier análisis que pretenda explicar los resultados por el apoyo u oposición “al proyecto” o “al modelo”, dado que aunque existan diferencias perceptibles para el ojo del experto en ciencia política, en el relato oficial se ofrece una solución de continuidad que no permite hablar de aquel versus este kirchnerismo.

Lo que sí hay es una correlación notable entre la imagen del oficialismo y el Indice de Confianza del Consumidor (ICC) que confecciona la Universidad Di Tella (0,84 para ser más precisos), lo que termina de comprobar que en nuestro país la gente vota con el bolsillo, independientemente de si la percepción favorable de la situación económica se debe a factores externos (boom de commodities del 2006, crisis financiera del 2009, recuperación de los precios de commodities en el 2010, etcétera) o internos (crisis del campo, AUH, cepo, etcétera) En rigor, la predicción económica basada en la correlación entre los resultados electorales y el ICC, da cuenta del 70,7% de la caída electoral del oficialismo en la última elección, de modo que todavía queda un porcentaje para ser explicado por “la política”.

Pero lo cierto es que los vaivenes del ciclo electoral de la última década se corresponden casi exactamente con la evolución de las expectativas respecto de la situación económica y, salvo honrosas excepciones, las oscilaciones en la actividad que dan forma a esas expectativas, como lo demuestra la investigación de Campello y Zucco, estuvieron determinadas mayormente por el contexto externo.

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