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Economía y educación

Las dos caras de la verdad

16 agosto de 2013

(Columna de Jorge Paz, economista e investigador del CONICET)

Los economistas comenzaron a ocuparse seriamente de la educación hace cinco décadas. Advirtieron que puede ser usada por las personas que invierten tiempo y dinero en ella para obtener beneficios económicos. Así, son muchos los estudios que muestran que los trabajadores más educados no sólo perciben mayores ingresos monetarios sino que tienen amplias posibilidades de elegir empleos, de crecer en sus carreras laborales y de acumular saberes y habilidades más específicas de un oficio o de una profesión. También quedó claro que estos beneficios podían extenderse allende de la vida laboral de las personas: a quienes les había ido mejor en el mercado de trabajo podían retirarse también con un stock de riqueza más elevado y con mayores ingresos jubilatorios.

Desde una perspectiva más agregada se argumentó, también, que la educación contribuía no sólo a un mayor bienestar individual sino que era uno de los factores claves para explicar el crecimiento económico de las naciones. Con esa idea en mente se propuso que el presupuesto destinado a la educación no podía considerarse un gasto sino una inversión; una inversión en un capital muy especial: el “capital humano”.

Estos argumentos son difíciles de rebatir, y más de medio siglo de estudios sobre el tema no han hecho sino apoyar con evidencia empírica el conjunto de hipótesis surgidas en los estudios pioneros de los economistas de Chicago, Gary Becker y Theodore Schultz. La educación potencia la productividad de las personas, el aumento de la productividad trae consigo mayores salarios y mayor bienestar para los trabajadores. Productividad más elevada y tasas más altas de crecimiento, a su vez, potencian la capacidad social de invertir más y más en educación.

Estos razonamientos trascendieron los límites de los ministerios de economía y de educación de los estados nacionales. ¿Cuál es, si no, el sentido de impulsar programas sociales gigantescos de transferencias monetarias condicionadas (PTC) a la asistencia a la escuela de niñas, niños y jóvenes? Prácticamente todos los países de América Latina (y muchos países desarrollados también) tienen sus PTC (la AUH en la Argentina) y el sustento de los PTC es el supuesto de la sinergia positiva entre educación, productividad e ingresos.

No es oro todo lo que brilla

Si bien, como se dijo, la evidencia es abundante, contundente y favorable a la idea del efecto positivo de la educación sobre ciertas variables económicas, hay varios elementos que quedan fuera de esta consideración y que deberían formar parte del debate. Voy a mencionar sólo dos por obvias razones de espacio: a) la mayor capacidad que proporcionan los saberes y las habilidades requieren de condiciones materiales para ser desplegadas, y b) un exceso de inversión en educación puede provocar inflación de credenciales educativas y pérdida del poder diferenciador de capacidades que los empleadores usan para seleccionar personal.

Voy a tratar de explicar estos dos puntos con un par de ejemplos. Acerca del punto a), de nada sirven los conocimientos adquiridos por un piloto de aviación si no tiene aviones para volar. En consecuencia, a la par de formar pilotos es necesario fabricar aviones, para que esa productividad “en potencia” se materialice. Acerca del punto b), si la educación funciona como un filtro seleccionador de habilidades útiles para el mercado de trabajo, y si los empleadores usan esa señal para contratar a los más aptos,el aumento de la cantidad de diplomados diluye el poder de diferenciación del diploma. Así, el empleador se ve obligado a buscar otros mecanismos de diferenciación, generalmente desplazando hacia arriba los requerimientos educativos. Hoy, por ejemplo, las maestrías están claramente cumpliendo el rol de diferenciador en el mercado de trabajo profesional.

Una consecuencia de la sobreoferta de trabajadores educados es, precisamente, la sobreeducación, es decir, personas realizando tareas que requieren menos cualificación que las que tienen esos individuos. La famosa metáfora del “arquitecto taxista” de los años '90 ilustra bien este punto: claro está que no se requiere seis años de educación en la Facultad de Arquitectura para poder conducir un automóvil. En este caso, el aumento de la productividad por la educación invertida es muy cercano a cero.

La Argentina actual

La Argentina ha sido desde siempre un país con alto nivel educativo, y uno de los más elevados al menos a nivel regional: ocupa el puesto 45 (de 187 países) en el ranking de Desarrollo Humano por educaciónelaborado por Naciones Unidas. Sin embargo, el desempeño macroeconómico de largo plazo no parece condecirse ni con el nivel ni con los progresos educativos. Este es el típico caso en el que cabe preguntarse ¿qué pasó? Algunos datos permiten ubicar el problema. Por ejemplo, en los últimos diez años el nivel educativo de los ocupados en la Argentina aumentó.

Pero ocurrió algo curioso: si se clasifica a las ocupaciones en cuatro niveles de acuerdo a la dificultad para ser desarrolladas, se observa que la educación requerida para las más complejas no cambió en absoluto, pero sí lo hizo la de de las ocupaciones con requerimientos de cualificación media y baja (tareas simples y extremadamente simples), como se ve en el cuadro 1. ¿Esto qué significa? Lo que uno observa en la vida cotidiana: trabajadores demasiado cualificados realizando tareas simples (sobreeducación).

Cuadro 1: Desocupados con estudios secundarios completos (% sobre la población)

Profesional

Técnica

Operativa

No cualif.

2004

14,1

13,0

9,9

7,6

2007

14,2

13,1

9,9

8,0

2012

14,1

13,3

10,6

8,9

Pero, lo que sigue en esta historia es un tanto más dramático desde una perspectiva social: ¿Dónde están quienes realizaban esas tareas medianamente simples y extremadamente simples? Claramente: desocupados o inactivos por desaliento, como se ve en el gráfico 2. ¿Cuál es el resultado entonces? Si la economía no crece lo suficiente y si no se generan puestos de trabajo que requieren de las cualificaciones más elevadas adquiridas por la población, la educación vuelve a convertirse en un gasto. Además, como cualquier capital, el capital humano sufre un proceso de deterioro y de atrofia por falta de uso; se deprecia.

Gráfico 2: Años de educación por tipo de tarea realizada

?El resultado es un tanto kafkiano: profesionales esforzándose en conseguir señales (gastando tiempo y dinero en posgrados o en cursos de capacitación), profesionales desempeñándose en puestos que “le quedan chicos”, una desocupación cada vez más calificada desde el punto educativo y una desigualdad de ingresos difícil de explicar y de entender también: la que se origina dentro de los grupos de calificación similar. Por ejemplo, entre universitarios que lograron colarse en puestos que les permiten ser más productivos y universitarios que no lograron hacerlo y trabajan en sectores de baja productividad.

En el Presupuesto de 2013 la educación ocupa un lugar importante: casi $48.000 millones (12% del gasto público social). A esto se debería sumar el monto de ayuda social que pretende redistribuir a largo plazo vía educación de niñas, niños y jóvenes. Esto es muy bueno y,de hecho, muchos países a los que les va muy bien lo hacen y gastan quizá más que la Argentina. Pero debe quedar en claro que hay aristas que considerar. Esa cantidad enorme de dinero es una apuesta (vale la palabra) a una relación (más educación-más productividad- más ingresos) válida, dado el contexto productivo. Que no sirva, entonces, para lavar conciencias.

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