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Clases medias del mundo unías...

... rompan sus cadenas

11 julio de 2013

Muchos analistas políticos rastrean las causas de las multitudinarias protestas que hoy se viven en distintos países del mundo emergente, desde Turquía y Brasil hasta Chile y la India, en el resultado del éxito económico reciente de aquellos países. A primera vista, la tesis luce contraintuitiva y desafiante a la lógica más básica.

Desde ya, quienes protestan no se oponen a ese éxito. El componente mayoritario de las movilizaciones son los sectores medios de dichas sociedad, es decir, quienes más se beneficiaron (luego de los sectores altos, por supuesto) de la movilidad económica reciente. Quienes protestan tienen, en muchos casos, empleo e ingresos estables, los estómagos llenos y están “dentro del sistema”.

Por eso, a primera vista, entender de qué se quejan no es una tarea fácil. Grosso modo, la tesis establece que las presiones democratizadoras por parte de la sociedad aparecen como corolario del crecimiento de la clase media.Cuando la gente deja de preocuparse por su supervivencia más inmediata, lejos de conformarse, quiere “ir por todo”. “Prosperidad y protesta”, es el título de un artículo reciente de The Economist. “La revuelta de las clases en ascenso” es el título de una de The New York Times. Si bien es difícil unificar las protestas en una sola variable (siempre son muchas las fuerzas en juego) y asimilar las distintas protestas en una sola historia, sí podemos decir que Chile, Turquía, la India y Brasil han tenido, en líneas generales, buenos desempeños económicos recientes. Por lo tanto, la tesis anterior tiene algún asidero.

Macro y micro

Desde ya, la chispa de la protesta no es el éxito sino la reversión, por más moderada que sea, de ese progreso. Y es lógico que la sociedad busque no dar marcha atrás a lo conseguido. Aun cuando esas economías sigan creciendo por encima de su promedio histórico, e incluso con una alta utilización de los factores productivos (por ejemplo, la tasa de desempleo en Brasil no supera el 6%), cuando empiezan a vislumbrarse algunos retrocesos, la sociedad se rebela y está menos propensa a legitimar el esquema económico imperante. La Argentina es un claro ejemplo: la corrupción se tolera más en la bonanza que en las épocas de vacas flacas, y lo mismo ocurre con la tasa de inflación o la elevada presión impositiva.

Visto de esta manera, podemos sostener que lo que estamos viendo son protestas típicas en contextos en los cuales las economías, por sus éxitos, llegan a un cierto punto de equilibrio. Escenarios que la literatura económica denominó como “la trampa de los ingresos medios” (midlde-income trap): los países llegan a un cierto umbral de éxito, pero se estancan y no pueden “graduarse” como economías maduras. Es un fenómeno a tener en cuenta porque son más las economías que no logran pasar ese umbral que las que sí lo hacen. Y la Argentina, sin dudas, forma parte del primer grupo.

El panorama, ahora, está un poco más claro: las protestas no son, entonces, por el éxito económico reciente sino por el futuro.La sociedad reclama, cuanto menos, no dar marcha atrás a las conquistas y generar un esquema aún más inclusivo para superar la “trampa de los ingresos medios” y poner en igualdad de condiciones a todas las fuerzas productivas. Los brasileños quieren que el gasto del Estado sea invertido en los bienes públicos con mayor utilidad social (y los estadios no son uno de ellos), los chilenos quieren que todos tengan acceso a la educación superior, los indios no quieren más corrupción ni un sistema de castas y los turcos no están dispuestos a ceder libertades a cambio del crecimiento económico.

También hay reclamos no-económicos, como mayor acceso a la información pública, inclusión de las minorías sexuales o una mayor protección del medio ambiente. No son reivindicaciones egoístas ni conservadoras sino, más bien, reclamos racionales y justos. Tampoco son protestas rupturistas ni destituyentes como las del Mayo Francés o del tipo “que se vayan todos, y no quede ni uno solo” si no consignas puntuales y programáticas.

Buscan, en definitiva, un statu quo pero mejorado.

Los desafíos

Con sociedades más despiertas, movilizadas y ávidas de participar no sólo en el cuarto oscuro, “dormirse en los laureles” pasados no es la mejor opción para las autoridades. Para decirlo en términos económicos, la elasticidad “nuevas demandas-crecimiento económico”es muy elevada. Las sociedades que consiguen más, quieren más y no siempre es fácil para las autoridades hacer una buena oferta, más aún cuando el crecimiento es rápido, e incluso sorpresivo para las autoridades mismas, o los reclamos son tan variados.

Por supuesto, también hay desidia o desinterés por parte de las autoridades. Pero el costo de la inacción es grave: puede ser una derrota electoral inminente o un crecimiento de la conflictividad social que, casi siempre, atenta contra la propia economía y perpetúa “la trampa de los ingresos medios”. Actuar ante los reclamos, ya sea a partir de una lógica altruista (el futuro del país) o egoísta (las próximas elecciones), tiene beneficios.

Por lo tanto, el futuro depende de la capacidad de las autoridades políticas de oír esa “maravillosa música” (Perón dixit) y actuar en consecuencia. Como reza el refrán, las crisis también son una oportunidad.

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