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La fórmula de la implementación

Conocimiento del mercado y un buen equipo, claves

22 mayo de 2013

(Columna de Andy Freire, presidente de la Fundación Endeavor Argentina y cofundador de Quasar Ventures, Officenet, Restorando y Axialent. Twitter: @andyfreire)

A los emprendedores nos suele cautivar el mito de la idea. ¿Qué es esto? Es aquella sensación de seguridad y éxito que se genera tan sólo por tener una ocurrencia. Esa sensación nos deposita automáticamente frente al peligro de distorsionar la realidad por el hecho de creer que con ella basta, que es todo. La verdad es que con ella siquiera alcanza para empezar. Pongamos las ideas en su justa dimensión: existen alrededor de 6.900 millones de personas en el mundo. Supongamos que el 3% ?207 millones? tiene rutinas similares, que se enfrenta a problemas diarios parecidos y que trata de encontrar soluciones originales a esas situaciones. Imaginemos también que cada persona tiene tres ideas por año, entonces, tendremos 621 millones de posibles negocios cada 365 días. Demasiados.

“Por una idea pago 5 centavos; por una implementación ¡pago una fortuna!”. La mil veces citada frase de Peter Drucker no deja espacio para el debate. La idea es necesaria, pero donde se ve al emprendedor es en la implementación. Ese es el verdadero desafío, y la única instancia de generación de valor. La pregunta vital entonces tendrá que ser: ¿Cómo hago para implementar exitosamente una idea? Como en casi todos los aspectos de la vida no existen respuestas universales a situaciones particulares, pero sí existen fórmulas que de aplicarse pueden generar una razonable probabilidad de éxito. En este caso: información + equipo.

Saber más

En primer lugar, el proceso de implementación, debe ser un proceso de gestión de información extremadamente específica y confiable, que permita tomar las decisiones acertadas frente a situaciones diversas. En ese sentido, el primer paso debe ser siempre un estudio de mercado. O sea, la sistematización de todas las preguntas y respuestas que ayuden a corroborar la factibilidad de que aquella abstracción que intuimos es viable.

Este proceso nos permitirá saber qué pasa de manera integral en la actividad y, también, comprender la oportunidad de negocio que estamos analizando. A partir de este análisis podremos ver “la película” y no sólo la “foto” de esa realidad; es decir, en lugar de obtener una imagen estática en un momento determinado, tendremos la posibilidad de tener información que muestre cómo evoluciona el mercado. Claro, la información no está en libros y ahí radica la dificultad del proceso. Habrá pues que desplegar algunas estrategias tendentes a obtener aquellos datos: buscar información formal disponible, como por ejemplo en cámaras y asociaciones; entrevistar a personas que ya se dedican a la actividad; investigar el comportamiento actual y potencial de los consumidores; generar diálogos abiertos con posibles clientes; encarar un proceso de compras misteriosas, actividad que consiste en actuar como consumidor real para ver cómo actúa la competencia; etcétera.

Una vez que se atraviesa este proceso se está en condiciones de hacer, por ejemplo, una proyección real de las ventas, se entienden cuáles son las principales dificultades, dónde hay necesidades insatisfechas, etc. Todas claves para empezar a transformar esa idea abstracta en algo más concreto y real.

Hay equipo

El segundo componente de la fórmula tiene que ver la traducción de aquella información en decisiones que devengan en gestiones específicas. Y en ese proceso es fundamental la conformación de un equipo que tenga la capacidad y el nivel para hacerlo. No existe ningún caso en el que una idea haya sido implementada con éxito por una sola persona. Los héroes individuales no existen. Los que triunfan son los equipos, y en ese sentido un buen emprendedor siempre se rodea de personas más capaces que él mismo. La construcción social de un emprendedor solitario que tiene una idea brillante y se hace millonario de la noche a la mañana es simplemente eso, una construcción.

El proceso emprendedor tiene poco que ver con la épica mágica y mucho con la planificación, la capacidad de lectura de la realidad y el trabajo diario. Pero, sobre todo, tiene que ver con la capacidad de traducir información en acciones concretas y hacerlo mejor que otros. Tal vez esa sea la única fórmula eficiente. La única posible.

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