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Industria, manufactura y desarrollo

Un debate que debe actualizarse

08 mayo de 2013

(Columna de José Anchorena, director de Desarrollo Económico de la Fundación Pensar)

La industria argentina se encuentra nuevamente en una encrucijada afectada por diversas cuestiones. El tipo de cambio real apreciado la hace cada vez menos competitiva internacionalmente, y un crecimiento destacado a mediados de la década ha sido seguido de un decepcionante estancamiento a partir de 2008. La alta inflación, por su parte, causa mucha variabilidad en los valores nominales y en los precios relativos, lo que lleva a horizontes más cortos y un escaso planeamiento e inversión de largo plazo. Esta misma inflación, sumada a la imprevisibilidad de políticas y jurídica, induce un sistema financiero pequeño y cortoplacista, que impide a su vez el financiamiento a tasas bajas.

Tanto la complicada coyuntura macroeconómica como las perspectivas neblinosas de futuro llevan a replantearnos el rol de la industria en la economía argentina. De hecho, cualquier plan nacional de desarrollo para los próximos años tiene un eje fundamental en la naturaleza prevista de esa industria.

El primer punto que hay que aclarar es cómo se define industria. Tradicionalmente se la asocia al sector manufacturero, y se la mide a través del valor agregado, el empleo y las exportaciones de ese sector. Sin embargo, esta definición adolece de problemas a la hora del análisis. En efecto, así como la unidad de análisis de la cadena agroindustrial ha reemplazado a la idea de sector agropecuario, tiene mayor sentido referirse a las cadenas de valor industriales que meramente al sector manufacturero. Esas cadenas incluyen las conexiones hacia arriba y hacia abajo, tales como insumos primarios y servicios de producción, distribución y comercialización. La otra dirección en que el término manufactura es limitante es en cuanto a que existen industrias, como las del software, la telefonía o la financiera, que no están clasificadas como productoras de bienes.

Lo que sucede es que se utilizan usualmente dos acepciones de industria, una más bien restringida, muy asociada al sector manufacturero y a la transformación de bienes tangibles, y otra más amplia, asociada a la ciencia y tecnología que requieren muchas de las actividades modernas. De esta manera, la primera revolución industrial se basó en el cambio del sector manufacturero, y en particular del sector textil, pero hoy en la literatura económica el término revolución industrial se asocia a toda una serie de innovaciones, muchas veces de proceso y no siempre relativas a una manufactura.

Así, se consideran los cambios en tecnologías de información pero también los aumentos de productividad en servicios profesionales, en el sector financiero (hoy algo opacados por la crisis, que descubrió innovaciones espurias), en comercialización y en comunicaciones.

Industrialización, por lo tanto, indica dos cosas fundamentalmente distintas para distintas personas. Mientras que un grupo tiene una imagen de industria algo anticuada, asociada a la producción física e intensiva en empleo, otros tienen una imagen que la asocia con desarrollos tecnológicos, intensiva en capital y, por tanto, de altos salarios reales. No hace falta decir que la industrialización que han logrado en las últimas décadas los países desarrollados es del último tipo, y la industrialización que empiezan a abandonar los países emergentes con alta población es del primer tipo.

Lo llamativo es que varios en el oficialismo parecen añorar ese tipo de industrialización que otros quieren abandonar porque está relacionada con la pobreza. Cuando se asocia industria a ciencia y técnica en vez de a manufacturas per se se entiende que se afirme que hay más industria hoy en el sector agropecuario pampeano que en la manufactura textil o del cuero. En efecto, las innovaciones en genética, en fertilizantes, en técnicas de siembra, en maquinaria agrícola, en redes de producción y comercialización son una revolución mayor que la que vemos en varias ramas de la manufactura argentina.

Ahora, ¿qué indica esto sobre el sector manufacturero? Con datos del Banco Mundial sobre peso de la industria manufacturera e ingreso per capita, hemos encontrado sólo dos países, Luxemburgo y Noruega, de ingresos mayores a los US$ 20.000 anuales per capita con un peso de la industria manufacturera menor a 10%. Esto indicaría que si querés ser un país rico relativamente poblado (digamos, más de 5 millones de habitantes) debés desarrollar un sector manufacturero significativo. También hemos encontrado que sólo un país rico tiene un sector manufacturero con un peso mayor al 20%: Irlanda. Esto indicaría que la tendencia declinante del peso del sector manufacturero en el total (con una asíntota cercana al 10%) se ha dado para casi todos los países desarrollados, y que enfatizar el incremento de ese índice puede provocar el estancamiento más que la modernización.

En suma, la industrialización del país es un objetivo prioritario en la medida en que se entienda a aquella como desarrollo de actividades con fuerte base en el cambio tecnológico. Lo que debe ser una prioridad es la producción con alto valor agregado, sea en el sector agropecuario, manufacturero o de servicios. Ese alto valor agregado es concomitante con altos salarios.

El sector manufacturero en países desarrollados es de alta calidad; emplea poca mano de obra en la producción misma del objeto pero mucha en investigación, marketing y comercialización; y la tecnología usada corresponde a la frontera. El resto del mundo está interesado en esos productos, pero muchas veces no tiene el poder adquisitivo para obtenerlos. Si queremos que el sector manufacturero argentino sea parte de una estrategia integral de desarrollo debemos construir un sector que tienda a aquellas características y que ofrezca los productos a precios menores.

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