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El déficit fiscal

Siempre termina en deuda o inflación

29 marzo de 2013

Existen sólo dos maneras de financiar el déficit fiscal: emitir deuda pública o emitir moneda. Ninguna de ellas es gratis en términos macroeconómicos y ambas conllevan sustantivos riesgos. De hecho, la Argentina tuvo sus mayores crisis macroeconómicas tras el retorno a la democracia, primero, por abusar de la emisión de dinero y, luego, por abusar de la emisión de deuda pública. Son pocos los años en que la Argentina vivió con las cuentas públicas en orden. Por décadas financió el déficit fiscal con emisión monetaria y, en consecuencia, convivió con elevadas tasas de inflación. La última dictadura, con fluido financiamiento externo, abrió el camino para cubrir el déficit público con endeudamiento y evitar su monetización. El financiamiento externo dio rienda libreal gasto público,generando un sideral incremento del endeudamiento público. Según números del FMI, la deuda pública pasó de 13,8% al 46,8% del PIB durante la dictadura, que se declaró en default con la guerra en 1982.

El cierre del financiamiento externo y un gasto público lanzado, llevó a Latinoamérica a vivir los '80 financiando al Estado nuevamente con inflación, mientras se procuraba afianzar la democracia y recuperar el equilibrio fiscal. Pero la caída en los precios de las commodities, sumado a una seguidilla de sequías que mermaban la producción, terminó por pulverizar los pocos recursos fiscales y todo esfuerzo por controlar el gasto público fue en vano. Casi toda la región terminó la década con crisis hiperinflacionarias. Brasil fue el último en salir de la hiperinflación, recién en 1995.

Los '90 arrancaron con el Plan Brady, diseñado para que gobiernos democráticos reconozcan como propia la deuda pública que tomó la dictadura, “anzuelo” que abrió nuevamente el financiamiento externo al Estado. Sin remordimiento ni sacando alguna moraleja del pasado, la Argentina en particular arrancó otro ciclo de endeudamiento externo para financiar el déficit del sector público. Nuevamente, con financiamiento externo se logró evitar la monetización del déficit fiscal y “jactarse” de que se erradicó la inflación. No obstante, el déficit fiscal simplemente dejó de materializarse en aumento de precios para hacerlo en aumento de deuda pública. La estrategia en pocos años elevó la deuda pública nuevamente a un monto impagable, que desencadenó el default a fin de 2001.

Luego de la crisis

El default quitó el grillete de la deuda pública y la devaluación pulverizó el resto del gasto público, combinación que hizo reaparecer el superávit fiscal casi al día siguiente que terminó la convertibilidad. La exitosa renegociación de la deuda pública en 2005, sumado a la recaudación vía retenciones en un contexto de auge de commodities, permitió que el superávit fiscal esté presente incluso hasta el 2008. Ese año, la economía ya tenía un salario superior al de la convertibilidad y el Gobierno pagaba la deuda con la recaudación, eliminando toda necesidad de apelar a la emisión, ya sea de deuda o de moneda. La crisis internacional y la sequía local del 2009 fue un colosal golpe a las finanzas públicas con el que reapareció el déficit fiscal.

Por exacerbar el rebote económico de 2010- 2011 no se procuró recomponer el superávit fiscal y, posteriormente, el deterioro de la situación energética no hizo más que profundizar el rojo fiscal. Según números oficiales el déficit fiscal fue de $ 55.500 millones en 2012, equivalente a 2,5% del PIB.

El desafío actual

Sin superávit ni acceso a los mercados, el Gobierno se financió casi exclusivamente con el Banco Central, tanto para cubrir un creciente gasto público como también el pago de la deuda. Si bien la necesidad de financiamiento del Gobierno Nacional es chica en comparación con el pasado o con países de la región gracias al canje y la política de desendeudamiento, resulta lo suficientemente elevada como para que su financiamiento exclusivamente monetario tenga impacto sobre la tasa de inflación. En números, la necesidad de financiamiento es de sólo 3,3% del PIB este año. De ello, las dos terceras partes son en moneda local. En 2001 la necesidad de financiamiento era de 11% del PIB, y todo en moneda extranjera.

Por lo tanto, los actuales montos involucrados llevan a descartar desbordes inflacionarios de mayor escala al actual. No obstante, asegura un elevado piso de inflación, suficiente para cobrar impuesto inflacionario y cubrir el actual bache fiscal. En suma, el racconto histórico permite advertir que la forma de financiar el déficit fiscal terminó marcando la suerte de las últimas décadas. Dependiendo si el Gobierno de turno decidió monetizar el déficit fiscal u ocultarlo bajo una montaña de deuda pública, terminó dedicando buena parte de su gestión buscando artilugios para bajar la inflación o bajar el riesgo país, atento a su elección de financiamiento. En este sentido, las actuales restricciones cambiarias y acuerdos de precios como únicas medidas y sin un plan que busque reducir el déficit fiscal terminan siendo sólo parches sobre la coyuntura que buscan dilatar el traslado a precios que conlleva la recurrente monetización del déficit fiscal. No es necesario pecar de monetarista para considerar que crecer al 2% y emitir al 40% deja amplio margen para presionar los precios al alza.

No es casualidad que cuando la Argentina crecía a tasas chinas hace sólo unos años, el sector público mostraba un elevado superávit fiscal que evitaba emitir deuda o moneda. La recuperación de la cosecha y sus precios yde Brasil, así como los menores pagos de deuda gracias al desendeudamiento, otorgan una oportunidad única este año para bajar el déficit fiscal y su consecuente monetización, lo que permitiría comenzar a moderar la inflación y volver al sendero de crecimiento económico.

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