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Distribución poblacional

Continúan las disparidades

26 marzo de 2013

(Columna de Gabriel Molteni y Gonzalo de León, economista jefe y analista económico de la Cámara Argentina de Comercio (CAC), respectiamente)

El último Censo Nacional de Población y Vivienda, realizado en octubre de 2010, mostró que el 66,2% de los habitantes de la Argentina se localizaban en la región pampeana (conformada por la ciudad de Buenos Aires y las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y La Pampa). Este valor está apenas por debajo del registrado en el anterior censo (correspondiente a 2001), que había sido de 66,5%. El segundo lugar es para la región Noroeste, con 12,2% y, el tercero, para la región noreste, con 9,2%. Cuyo, por su parte, concentra el 7,1% y la región patagónica 5,2% (esta última es la única que presentó un incremento de la participación en la población nacional durante el último período intercensal).

Evolución histórica

La gran concentración de la población en el área pampeana no es un fenómeno reciente sino que se remonta a muchas décadas. Los datos disponibles muestran que la incidencia de la población de esta zona en el total de la población del país tenía una tendencia creciente hacia finales del Siglo XIX y comienzos del XX, y alcanzó un máximo en la década de 1920, de 73,6%. Posteriormente se inició una paulatina reducción que continúa hasta la actualidad, aunque luego de más de 120 años la concentración en la región pampeana se ha mantenido por encima del 65%.

Uno de los primeros en advertir las crecientes disparidades regionales de nuestro país fue el ingeniero Alejandro E. Bunge en la década de 1920. Bunge fue un pionero en el desarrollo de las estadísticas nacionales y el análisis económico, tanto por su desempeño como director de la Dirección General de Estadísticas de la Nación como por su profundo interés en la ciencia económica, que lo llevó a fundar la Revista de Economía Argentina en el año 1918 y a realizar importantes contribuciones a este campo del conocimiento en nuestro país.

Con el objetivo de medir estas disparidades regionales, utilizó por primera vez variables demográficas, sociales y económicas. En sus estudios destacó que una de las consecuencias del impresionante período de crecimiento económico que había tenido lugar desde las últimas décadas del Siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial había sido el mayor grado de desequilibrio económico dentro del país ?es decir, entre diferentes regiones?.

Asimismo, advirtió sobre el peligro de perpetuar esa situación en el tiempo, ya que esas disparidades no contribuían al desarrollo del mercado interno, que era fundamental para una mayor diversificación de la producción basada en la expansión agraria y el desarrollo del sector industrial.

Cien años después

Casi un siglo después, y como señalábamos al comienzo, poco parece haber cambiado en lo que respecta al patrón de distribución población, con el área pampeana concentrando a casi dos tercios de los habitantes del país. De hecho, la concentración en esta área sólo se ha reducido en 6,2 puntos porcentuales en los últimos 100 años. La disminución de las disparidades, implícita en las consideraciones de Bunge antes mencionadas y señalada explícitamente como condición necesaria para el desarrollo por diversos analistas, aparece entonces como un objetivo aún lejos de ser cumplido.

Sin embargo, debe advertirse que en todo el mundo los procesos de crecimiento económico sostenido suelen traer asociados migraciones desde áreas rurales hacia las ciudades ?donde las personas encuentran empleos en la industria y los servicios?, lo que convierta a la concentración poblacional en una característica casi inevitable del desarrollo. Más aún, debe destacarse que la concentración poblacional permite el aprovechamiento de las economías de escala y de red, por lo que puede pensarse que es un fenómeno que debe ser bienvenido desde el punto de vista de mejorar la productividad agregada del país.

Problemas y soluciones

Sí hay dos características del fenómeno de concentración poblacional argentino que distan de ser positivas. La primera es su asociación con fuertes disparidades en los niveles de calidad de vida entre zonas del país. Es un hecho que los habitantes de las regiones más alejadas del área central suelen tener un nivel de ingreso per capita mucho más bajo, como así también un menor acceso a los servicios de infraestructura básicos. El segundo aspecto negativo es la enorme concentración de la población en una única área metropolitana (la ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires).

El hecho de que el desarrollo se asocie con el surgimiento de ciudades en modo alguno implica que los habitantes deban concentrarse en una única megalópolis, donde los beneficios de la aglomeración a menudo son más que compensados por fenómenos tales como el hacinamiento poblacional en asentamientos precarios y el colapso de los medios de transporte, amén de los desequilibrios políticos que puedan surgir.

Una disminución mayor sólo tendrá lugar cuando se logre un desarrollo económico más diversificado, que dependa del crecimiento de las economías regionales basado en un aumento de la competitividad de las mismas (infraestructura, transporte, logística y tecnologías de la información, entre otros). Cabe destacar el caso de nuestro vecino Brasil, país en el que si bien históricamente gran parte de la actividad económica y la población estuvieron concentradas en el área metropolitana de San Pablo, en los últimos 50 años hubo un proceso que derivó en una mayor ocupación del interior del país. El mismo implicó la relocalización de la capital, masivos programas de construcción de carreteras e infraestructura, proyectos de colonización a gran escala, y políticas de incentivo fiscal regionalizadas.

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