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Las políticas públicas, al diván

Anticipo de "Otra vuelta a la economía".

06 diciembre de 2012

(Adelanto del libro "Otra vuelta a la economía", de Martín Lousteau y Sebastián Campanario)

El miércoles 16 de noviembre de 2011, el ministro de Planificación, Julio de Vido, tomó el micrófono ante una sala repleta de periodistas y formuló un anuncio que resultó sorpresivo, porque implicaba un volantazo con respecto a la política kirchnerista en los siete años anteriores. Con el titular de Economía, Amado Boudou, a su lado, De Vido dio el puntapié inicial a lo que el relato oficial luego llamó la “etapa de sintonía fina”: el comienzo del fin de los subsidios para los servicios públicos.

En la mesa de la sección política de Clarín, mientras tomaba notas del discurso, a Sebastián le llamaron la atención algunos componentes del anuncio que no tenían que ver con los números fríos de una situación fiscal más ajustada, sino con cuestiones de las ciencias cognitivas. Al otro día, publicó un artículo sobre las “sutilezas de la psicología para atenuar el costo político de las medidas”.

Para empezar, el Gobierno hizo uso pleno de la estrategia de presentar la opción más conveniente (para sí mismo) por default: la quita del subsidio se haría efectiva a menos que se solicitara lo contrario, con un trámite que por varios días nadie supo precisar desde el ámbito oficial cómo se realizaría. Y hay además otro efecto psicológico en esta iniciativa: tendemos a aceptar de mejor forma medidas que son antipáticas cuando sabemos que no son obligatorias y que hay posibilidad de evitarlas, aun cuando en la práctica no ejerzamos la opción de zafar.

En su libro La hipótesis de la felicidad, Jonathan Haidt menciona una serie de estudios hechos sobre tránsito en autopistas. Estos muestran que, para evitar embudos en horas pico en las rutas que carecen de la posibilidad de desviarse, los automovilistas tienden a tomar caminos que demoran en realidad más tiempo. En términos psicológicos, no hay nada peor que la sensación de no contar con vías de salida. En segundo término, con el tema de la quita de subsidios hubo un manejo muy cuidadoso de los funcionarios con el encuadre (conocido en inglés técnicamente como framing) con el cual el ministro presentó la información.

De Vido aludió en su discurso media docena de veces al Barrio Parque y Puerto Madero, los distritos que primero iban a sufrir el recorte en el aporte estatal. Con ello se logró que la atención se centrara en el aspecto más “amigable” de la medida: nadie ?salvo algunos de los afectados? está de acuerdo con que el Estado subsidie la climatización de piletas en barrios de lujo. Y así se logró mantener en segundo plano el costado más impopular: el hecho de que los aumentos de tarifas irían generalizándose con el correr de los meses a los sectores medios, y a disimular que cuando se mira toda la película (los siete años de ayuda estatal previa a los ricos) el carácter redistributivo de la política de subsidios queda muy relativizado.

La gradualidad es otro elemento indispensable de los cultores de la aplicación de conclusiones de la economía del comportamiento a las políticas públicas. Aquí, las pretensiones de “novedad” en la tribu del comportamiento quedan en offside ante enseñanzas que son incluso prefreudianas. La diferencia apenas perceptible (DAP) es un viejo concepto que indica que si un proceso se lleva a cabo en cantidades mínimas y sucesivas, la pérdida (o ganancia) de bienestar ni se advierte en la población. Lo descubrió Ernst Heinrich Weber (1795-1878), un estudioso alemán que fundó la doctrina denominada psicofísica.

Algunos intendentes del conurbano llegaron a igual conclusión: pasaron de bimestral a mensual el pago de ciertas tasas pero dejando inmutable el monto. De esta manera, elevaron la presión impositiva 100%, pero de manera inadvertida para la gran mayoría. El efecto contagio fue la última de las sutilezas conductistas a las que se intentó apelar con el anuncio del fin gradual de los subsidios. Para ello se publicó una lista en Internet de aquellos que renunciaban voluntariamente al aporte estatal, cuya primera firmante fue la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Robert Cialdini, profesor de psicología y marketing de la Universidad del Estado de Arizona, asegura que la gente tiende a cumplir en mayor medida con normas sociales cuando ve que alrededor los demás también lo hacen.

En su libro Influencia: la psicología de la persuasión estudia este fenómeno y lo ilustra con el caso de los países que lograron imponer la costumbre de que los dueños de perros lleven bolsas plásticas cuando los llevan de paseo a hacer sus necesidades: ver en la calle a otras personas cumpliendo esa norma tiene más influencia para que ello se transforme en algo usual que imponer multas u otros castigos. La aplicación local fue, de todas maneras, desprolija: increíblemente, en las primeras horas se podía renunciar a los 269 subsidios con sólo aportar el nombre y el documento, con lo cual hubo infinidad de bromas pesadas, de falsos altruistas inscriptos por amigos graciosos o enemigos.

Otro factor que conspiró en contra fue la difusión de que en varias reparticiones oficiales habían bajado sugerencias para que los empleados se agregaran a la lista, quitándole el carácter de espontaneidad a la iniciativa. Finalmente, la lista se estancó en 20.000 inscriptos y cayó en el olvido. Pero vale el intento: cada vez es mayor la evidencia en el campo del comportamiento que muestra que el efecto contagio, impulsado por mecanismos bien implementados, sirve y es eficiente. Y no sólo en otros países, sino en la Argentina también. Aunque se implemente de manera un poco chapucera o pase inadvertido.

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