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La política industrial y exportadora

Entre el relato y la realidad.

20 agosto de 2012

(Columna de opinión de Juan Miguel Massot, director del Instituto de Investigaciones

Económicas de la USAL)

¿Qué tiene de raro que un país no pueda cambiar su estructura productiva y exportadora en tan sólo ocho años? Nada. Lo raro es que haya argentinos que crean que tal cosa fue posible o, lo que es peor, que piensen que existen numerosos empresarios que están dirigiendo (y dirigirán) sus inversiones a sectores en que el riesgo y el rendimiento no se combinen de tal manera que valga la pena hundir capital. Sería como pretender que los empresarios argentinos y extranjeros encarnasen la personalidad de jóvenes “transgresores” que dan rienda suelta a millonarias inversiones para realizar sus “sueños juveniles y provocativos”, los cuales, al mismo tiempo, servirían de ejemplar castigo a la cruel alianza tejida entre las mentes agoreras de siempre y las anticuadas teorías de la inversión serviles al capitalismo multisecular. A todas luces, una total insensatez.

Por ello, cuando cualquier persona con inquietudes sobre los cambios económicos del país se asoma a las cifras oficiales y se encuentra con que la canasta de exportación de la Argentina no ha variado sustantivamente en casi una década de políticas activas, tiene todo el derecho a preguntarse sobre la consistencia entre la realidad y el relato sobre los cambios en la estructura productiva y exportadora del país.

En este marco, también debería hacerlo sobre si los empresarios son miopes y autodestructivos, o toman decisiones eficientes de inversión según las señales que perciben; o si estamos en presencia de un proceso revolucionario o de un proceso de afianzamiento de una matriz productiva basada en los recursos naturales.

Para confirmar que resulta interesante reflexionar sobre estas cuestiones entre relato y realidad se puede recurrir a las estadísticas del Indec. Mientras en 2003 los complejos exportadores con alto contenido del factor recursos naturales sumaban el 73% del total exportado y 87% del total exportado por los complejos exportadores, en el año 2011 esas participaciones fueron del 65% y 80%, respectivamente. Si para esta comparación se toman sólo los complejos agroexportadores, éstos representaron 51% de las exportaciones totales y 61% de lo exportado por los complejos en el año 2003, mientras en el año 2011 estos porcentajes fueron de 52% y 64%. Cabe mencionar, adicionalmente, que el complejo automotriz explicó 6% y 13% de las exportaciones totales en los años 2003 y 2011, respectivamente, y 7% y 13% de las ventas al exterior de los complejos exportadores. Como puede observarse, no hay claros vestigios de algún cambio revolucionario en el patrón de exportación nacional.

Esto no significa que no haya “brotes verdes” de sectores no tradicionales que ahora exporten (hoy un tanto agotados por la persistente apreciación real del peso), o que no se haya registrado un notable crecimiento de la actividad industrial, pero claramente el país sigue asentando su patrón exportador en los complejos productivos de bienes intensivos en recursos naturales y en un sector que goza de un régimen administrado de comercio exterior, como es el automotor.

¿Qué tiene de malo un patrón de exportación de este tipo? En sí, no tiene nada de malo. Es el resultado de la dotación de factores productivos del país, de las decisiones tomadas por los argentinos durante años, del cambio ocurrido en la demanda mundial de commodities en la última década y en las corrientes de inversiones transnacionales. Ahora bien, para ciertos relatos, sí tiene repercusiones negativas, y mucho, porque en ellos el país ahora “es” un país industrial, renacido de sus cenizas, va en vías de semejarse a Alemania o Austria y, por ejemplo, la ruralidad, es parte de un pasado atrasado y atávico independientemente de su real vínculo con el desarrollo tecnológico y la frontera del conocimiento.

Sería también un hecho negativo si el patrón de producción y exportación del país fuese contrario al desarrollo nacional.

Pero, como desde la última década se cuenta con un escenario internacional a largo plazo muy posiblemente diferente al prevaleciente en las décadas pasadas, aun la exportación de bienes intensivos en recursos naturales podría ser parte de una historia económica exitosa si la gestión de la matriz generadora de valor fuese administrada con cierta sabiduría.

Por ejemplo, sería una estrategia ganadora si las rentas generadas por el conocimiento, y el capital humano en general asociadas a las cadenas agroalimentaria, minera o hidrocarburífera fuesen apropiadas por residentes, y éstos las ahorrasen y las reinvirtiesen y, con el paso del tiempo, lograsen conformar un círculo virtuoso de progreso económico y social nacional. Por lo tanto, puede afirmarse que se está ante una situación inmejorable, ya que depende de nosotros que las actuales y futuras rentas de los recursos naturales y del capital humano argentino aplicados a dichas producciones se traduzcan en mejoras de la calidad de vida para toda la población.

En definitiva, aun cuando las estadísticas de exportación siguen machacándonos con la cruel idea de que la Argentina sigue siendo un país dependiente de los recursos naturales, igual que cien años atrás, el desarrollo sustentable del país no está por ello perdido. No es necesario una industrialización casi germánica ?relato fantástico si lo hay? si se aplicasen políticas públicas orientadas a un desarrollo sectorial y regionalmente equilibrado, y socialmente responsable a partir de la actual matriz productiva y exportadora. La Argentina desarrollada no es una utopía; es un proyecto factible y fascinante pero lamentablemente nunca sucederá tal como se lo imagina en algunas usinas de pensamiento o de propaganda.

Por ello, aunque tengamos que soportar estoicamente una realidad que se impone sobre cierto relato, la verdad es que esa “maldita realidad” no está nada mal, y si la administrásemos razonablemente, hasta nos permitiría vivir bastante bien por generaciones.

(De la edición impresa)

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