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La desigualdad pone en riesgo a EE.UU.

Una preocupación que crece.

08 agosto de 2012

“Veamos el caso de la familia Walton: los seis herederos del imperio Walmart son dueños de una fortuna de US$ 90.000 millones, equivalente al patrimonio total del 30% más pobre de toda la población de Estados Unidos. (El magnate) Warren Buffett explicó el asunto acertadamente cuando dijo: hubo una lucha de clases durante los últimos 20 años, y mi clase ganó”.

El último libro del Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, apunta, con ejemplos contundentes y aguda ironía, al que parece haberse convertido en el tema predominante del debate intelectual en Estados Unidos tras la última crisis: el avance de la inequidad económica en el país que alguna vez fue reconocido como el reino de las “oportunidades para todos”. “El precio de la desigualdad” no busca siquiera conmover la sensibilidad o los principios humanitarios de los lectores, sino que expone, crudamente, que en ese fenómeno anida el mayor peligro para el futuro del país. “Las sociedades marcadamente desiguales no funcionan eficientemente y sus economías no son estables ni sustentables. Las pruebas que brindan tanto la Historia como el mundo moderno son inequívocas: llega un punto en que la desigualdad se convierte en una disfunción económica para todos, y cuando eso pasa, hasta los ricos pagan un elevado precio”.

El interés por el tema no es nuevo. Un testimonio de esta inquietud es el libro que el economista James K. Galbraith publicó en 1998. “Created Unequal” echó luz sobre la divisoria de aguas que marcó la década de 1980, al plantear que, así como en los años '50 y '60 las políticas públicas y los entonces poderosos sindicatos habían favorecido la creación de empleo y la mejora de los ingresos en la base de la pirámide, el advenimiento de la “era Reagan” desarmó, con sus políticas fiscales y monetarias, todo vestigio de lo que se asemejara a un proyecto de Estado de Bienestar.

Los fragores de la última crisis financiera global y sus correlatos de movimientos de protesta de “indignados” que recorrieron Europa y se asentaron luego en Wall Street parecen haber reavivado el interés de los académicos estadounidenses por indagar en las raíces y las proyecciones de la inequidad socioeconómica en su país.

Comparaciones odiosas

El periodista Timothy Noah, editor de la revista New Republic, contribuyó decididamente a la polémica con su flamante libro “The Great Divergente”. La contradicción actual, señala, no reside en el clásico conflicto entre pobres y ricos, sino en la profundización de la brecha entre los ricos y la clase media. A la hora de indagar en las causas del fenómeno que ha convertido a Estados Unidos en “el país con el mayor nivel de inequidad entre las potencias industrializadas gobernadas por un régimen democrático”, el autor señala cuatro factores que se alejan de las interpretaciones tradicionales de estos procesos:

La importancia sin precedentes que el mercado laboral asigna a la educación universitaria.

La gravitación creciente de economías caracterizadas por sus bajos salarios como socios comerciales de Estados Unidos.

Los cambios en las políticas públicas en materia financiera y laboral.

La fuerte retracción del movimiento sindical.

La creciente demanda (y la insuficiente oferta) de graduados universitarios explica, según Noah, el 60% del ensanchamiento de la brecha salarial en Estados Unidos durante las últimas tres décadas. Otro 13% se atribuye al incremento del intercambio comercial con países que compiten en base a bajos salarios. Los trabajadores norteamericanos menos calificados vienen siendo aceleradamente desplazados por el flujo de las importaciones (y el traslado de operaciones de cada vez más compañías estadounidenses a esos mercados), con lo cual la disparidad de sus remuneraciones con respecto a los segmentos más calificados no hace más que acentuarse.

Por otro lado, argumenta Noah, las políticas públicas que, sobre todo durante los gobiernos republicanos, apuntaron a cercenar la participación de los trabajadores en la renta nacional se vinculan también con el persistente debilitamiento de las organizaciones sindicales (a lo que contribuyeron activamente las tácticas empresarias respaldadas por Washington). La suma de estos dos factores explicaría una cuarta parte de la “gran disparidad”. P

ara subrayar que lo que ocurre en Estados Unidos en este terreno no forma parte de una tendencia global, Noah recomienda comparar el 17% de aumento que ha registrado la participación del 1% más rico de la población norteamericana en el ingreso nacional durante las últimas tres décadas con el 2% que exhiben Francia y Alemania en el mismo período.

El autor propone una batería de medidas para combatir la rampante desigualdad, entre las que incluyen programas de gobierno, como la creación de más empleos públicos, la imposición de controles a las matrículas que cobran las universidades y la institución de la educación preescolar obligatoria. Pero suma a esta receta un ingrediente llamativo: dejar de votar al Partido Republicano, puesto que las estadísticas históricas revelan que los gobiernos demócratas han hecho más por nivelar el terreno en la sociedad estadounidense.

Cuestión de clase

Otro flamante best seller en esta nueva ola de reflexiones acerca del tema de la desigualdad es “Coming Apart”, del politólogo conservador Charles Murray, miembro del ultraliberal American Enterprise Institute. (El título de una de sus obras, editada en 2006, es más que elocuente: “En nuestras manos: un plan para salir del Estado de Bienestar”). En el caso de Murray, tal como en el del millonario Warren Buffett, se observa que el concepto de “lucha de clases”, uno de los pilares de la ideología marxista, ha devenido en una herramienta apta para la divulgación del ideario de la derecha.

Para esclarecer sus postulados, el autor de “Coming Apart” echa mano de una comparación entre dos comunidades (que realmente existen en Estados Unidos). Belmont es una próspera localidad en las afueras de Boston. Fishtown es un barrio obrero de Filadelfia. En ambos, la población es predominantemente blanca. Belmont representa a un nuevo grupo social, que Murray bautiza como “la élite del conocimiento”, integrada por profesionales y gerentes de empresas. Esta exitosa generación tiende a reproducirse a través de hijos que acuden a las mejores escuelas y universidades. Se trata, según explica Murray, de la nueva aristocracia, que hereda inteligencia, más que riqueza.

En Fishtown, en cambio, predomina la frustración, y se han deteriorado los lazos tradicionales de la sociedad civil. Abundan los divorcios y las madres solteras. El desempleo es elevado, no tanto por la escasez de oportunidades laborales, como por la falta de inclinación al trabajo de jóvenes y adultos. Y, por supuesto, el índice de delitos es particularmente elevado.

Estos dos ejemplos emblemáticos ponen de manifiesto, en la óptica de Murray, la tendencia de las nuevas élites estadounidense a aislarse en “bolsas herméticas” en las que las posibilidades de interactuar con compatriotas de otra clase social son casi nulas y los segmentos medios-altos desarrollan su propia cultura, cada vez más alejada del estilo de vida de los demás. “La nueva clase media alta ha perdido confianza en la bondad de sus valores y costumbres, y en lugar de predicar sus virtudes, opta por la neutralidad”, resume el autor, para quien, las razones de la desigualdad deben buscarse en esta falla cultural, surgida de la renuencia posmoderna a comprometerse con las propias creencias y a formular juicios morales.

La inequidad cuesta cara

El nuevo texto de Stiglitz no revindica, en cambio, viejos o nuevos preceptos, sino que traza un diagnóstico despiadado sobre lo que puede esperar la sociedad estadounidense si no se corrigen a tiempo los sesgos actuales en la distribución de la riqueza. “No es por casualidad que los períodos en los que hubo un aumento parejo y amplio de los ingresos (cuando se redujo la desigualdad, en parte gracias a políticas fiscales progresistas) sean los mismos en los que la economía de Estados Unidos registró sus mayores tasas de crecimiento. Y tampoco es una mera coincidencia que la última recesión, tal como ocurrió con la Depresión de 1929, haya llegado precedida por grandes aumentos de la desigualdad”, describe el Premio Nobel.

“Cuando se concentra demasiado dinero en la capa más alta de la sociedad, el gasto medio de los norteamericanos necesariamente se reduce (a menos que se introduzcan estímulos artificiales). La transferencia de recursos de abajo hacia arriba deprime el consumo porque los ricos destinan una menor porción de su ingreso a la adquisición de bienes y servicios”, destaca Stiglitz.

Y a la hora de señalar los factores que promueven la desigualdad, el autor no se detiene en complejas cuestiones culturales. “El desempleo, que es la incapacidad de la economía de generar suficiente trabajo para los ciudadanos, es la peor falla de mercado, la mayor fuente de ineficiencia y una de las principales causas de la desigualdad”, afirma, en respuesta a las estadísticas que muestran que 24 millones de norteamericanos que buscan un empleo de tiempo completo no lo encuentran.

(De la edición impresa)

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