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La llegada de Lavagna

El primer ministro de la recuperación.

23 abril de 2012

El Gobierno de Eduardo Duhalde ya había hecho el trabajo sucio. La devaluación formal había sucedido en los primeros días de enero. Después vinieron las implantaciones de las retenciones y de los planes jefas y jefes de hogar. Por último, la pesificación de las deudas 1 a 1. Así había sido la secuencia de la salida de la convertibilidad y de los colchones que se pusieron para amortiguar la caída. La economía estaba en un tobogán. Pero todavía no se había llegado al final. En abril de 2002 quedaba por resolver uno de los temas más sensibles para los argentinos en aquel momento y que hoy todavía provoca escozor su mera mención: el corralito.

Las personas seguían sin poder retirar sus ahorros de los bancos y la única manera era presentando un recurso de amparo. Como la Corte Suprema se hallaba enfrentada el Poder Ejecutivo comenzó un goteo del sistema financiero y eso alentó los fantasmas de la hiperinflación. Remes Lenicov entendió que la única herramienta para enfrentar una corrida era una ayuda del Fondo Monetario. O sea conseguir el respaldo externo. Ahí estaba la llave para salir ordenadamente del corralito y negociar la salida del default. Pero para ello necesita firmar un acuerdo y eso requería el apoyo político. Duhalde estaba dispuesto pero los gobernadores no aceptaban. El FMI creía que las provincias eran responsables del descalabro financiero del país y eran duros con ellas. Cuando Remes regresó de la Reunión de Primavera del FMI y el Banco Mundial de 2002 se encontró con que no tenía el apoyo. Y entonces renunció.

Lavagna, que hasta el momento era embajador en Bruselas, trajo una mirada distinta para negociar con el FMI. Por un lado sabía que Duhalde no estaba en condiciones políticas de aceptar las exigencias del organismo. Por otro entendió lúcidamente que la economía estaba en la víspera de una recuperación fenomenal. El ministro de Economía comenzó las negociaciones sobre la deuda con el Tesoro de Estados Unidos en lugar de Horst Kohler y Anne Krueger, los máximos jerarcas del FMI en aquel momento. Al mismo tiempo comenzaron los primeros ensayos para dejar atrás el corralito y que los bancos devolvieran (gradualmente) el dinero a sus depositantes.

La negociación de la deuda llevó tres años y dos presidentes participaron durante todo ese período. El corralito se desactivó en un año. Lavagna entendió el contexto político y económico en el que se desenvolvió. Por un lado apoyó la posición de los gobernadores que rechazaban las recetas del FMI. Por entonces era común escuchar que una de las razones por las que la convertibilidad había caído era el endeudamiento excesivo de las provincias. Lavagna enseguida ganó el apoyo de los principales líderes del peronismo (Felipe Solá, Carlos Reutemann y José Manuel De la Sota) diciendo que “las provincias no tienen la culpa de la situación”. Y comenzó una negociación con el Tesoro de Estados Unidos en la que se fijaron algunas prioridades.

Pagarle al FMI la deuda que estaba en default (según las autoridades argentinas fue algo acordado con el Tesoro de EE.UU.), negociar una quita con los acreedores privados y trabajar un acuerdo con el FMI. Lavagna procuró que cualquiera de estas negociaciones tuvieran el mínimo impacto político porque el país aún se recuperaba de la crisis de diciembre de 2001. Lavagna también comprendió que el contexto económico había cambiado. Fue el primer ministro de Economía de la recuperación. Algo que no había experimentado ninguno de sus cuatro antecesores en el cargo: José Luis Machinea, Ricardo López Murphy, Domingo Cavallo y Jorge Remes Lenicov. Todos ellos habían llegado a la función cuando la actividad caía.

El ministro fue entonces esquivando las presiones para que anunciara un plan económico. Para él no hacía falta. Lavagna se hizo cargo de la conducción cuando los pilares ya habían sido puestos. Y él edificó sobre ellos. Algunos creen que una de las consecuencias de esa edificación fue el aumento de la tasa de inflación a partir de 2005. Ni Lavagna ni sus sucesores creyeron que fuera conveniente aplicar un esquema de metas de inflación como el que el Banco Central ?conducido por Alfonso Prat- Gay? proponía en 2002.

(De la edición impresa)

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