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América Latina y los recursos naturales

Desafíos de la nueva década.

16 diciembre de 2011

(Columna de Ramiro Albrieu, economista del CEDES)

La primera década de los dos mil marcó un punto de inflexión para la macroeconomía de América Latina. En particular, el período 2004-2008 fue excepcional. El PIB por habitante creció 4% al

año, igualando la mejor marca de los últimos 70 años; la expansión se mantuvo por bastante más tiempo que lo usual (seis años seguidos, la mayor extensión de crecimiento desde la explosión de la crisis de la deuda a principios de 1980) y fue generalizada: desde que hay estadísticas no se registraba crecimiento en todos los países de la región. La llegada de la crisis ensombreció el

panorama, pero la rápida recuperación mostró que no cambió el resultado de fondo: la región estuvo transitando en los últimos años una nueva dinámica de crecimiento.

Para la llegada de esta “nueva normalidad” fueron clave dos hechos. Primero, la irrupción de Asia emergente como motor del crecimiento global: el mayor dinamismo de esa región en relación al mundo avanzado incrementó la competencia en los mercados industriales globales y la demanda de productos básicos, todo lo cual volcó los precios relativos hacia los segundos. Para la región esto se tradujo en un boom en los términos de intercambio, de tal magnitud que en 2004-2008 se encontraron 24% por encima del período 1950-2010. Con respecto a las políticas, en general los países han mantenido un perfil frugal que no estuvo presente en booms pasados. Ello se reflejó en

una sensible reducción en la vulnerabilidad externa, hasta el punto que muchos países son ahora

acreedores financieros netos del resto del mundo. También mejoraron las cuentas fiscales, lo cual

dio sus frutos en las masivas políticas anticíclicas aplicadas con la llegada de la crisis a fines de 2008.

Dilemas y conflictos

Desgraciadamente, el boom de materias primas trajo consigo problemas y tensiones que han empezado a llenar la agenda de la opinión pública y de los gobiernos de la región. Se destacan tres: las presiones a la apreciación del tipo de cambio, las pujas distributivas generadas alrededor de los nuevos recursos y los efectos indeseados del cambio estructural.  Con respecto al primer punto, el riesgo es la enfermedad holandesa. En particular, se trata de evitar que el salto en los ingresos de divisas provenientes del sector exportador primario tenga efectos nocivos sobre el desempeño del resto del sector transable. La evidencia al respecto no es concluyente: no han disminuido en términos absolutos los volúmenes de producción o de exportaciones de los sectores afectados. Aunque las señales proyectan una película más preocupante: se observa un menor dinamismo del sector industrial en varios países (como en Colombia y Brasil) mientras que en otros ocurre una reasignación de factores productivos hacia dentro de las actividades  primarias (como ocurre con la “sojización” de la Argentina).

El segundo punto se relaciona con la economía política. La aparición abrupta de ingresos y/o riqueza implica un rezago en los derechos de propiedad: hay fondos disponibles sin dueños preespecificados. Qué hacer con estos recursos es sensible políticamente porque allí se define, al mismo tiempo, a quién beneficiar. Guardarlos es una opción, asegurando estabilidad  macroeconómica hoy y mayores recursos para las generaciones venideras. Pero como se trata de países que, en el mejor escenario, deben evitar quedar atrapados en el grupo de los países de ingresos medios, tiene sentido que se canalice parte de los fondos al desarrollo humano. La

disputa en Chile sobre el uso del Fondo de Estabilización del Cobre para aumentar los gastos en educación se enmarca en esta discusión. Claro que como no existe una receta única para el desarrollo humano tampoco pueden especificarse hacia dónde deben dirigirse los recursos y de allí la posibilidad de capturas de rentas y la “maldición de los recursos naturales”, es decir, terminar con una combinación de abundancia de recursos naturales y magro desempeño macroeconómico. Al respecto, es interesante seguir de cerca la discusión actual en Brasil sobre las características del fondo solidario de Pre Sal, que definiría los destinos de lo producido en la formación geológica submarina. Por lo pronto, están todos anotados.

El tercero se refiere al cambio estructural. Aprovechar los beneficios del nuevo orden  internacional implica reasignar factores productivos y la aplicación de nuevas rutinas que pueden tener efectos distributivos indeseados. Es el caso de la avanzada de la minería en los  departamentos mineros peruanos, como Ancash, que está generando fuertes tensiones sociales por su efecto sobre la agricultura familiar, y los gobiernos ?por el drenaje de votos? y las propias empresas ?en busca de legitimidad? tratan de paliarlo, con subsidios los primeros y fondos solidarios los segundos. A la vez, la aplicación de nuevas rutinas, que incluyen nuevas tecnologías pero también novedosos modos de organización y de distribución de los riesgos, puede  profundizar la dualidad preexistente no sólo entre los productores sino también entre el conjunto de factores productivos aplicados a la vieja y a la nueva forma de producir, lo cual al final del día implica mayor divergencia entre trabajadores calificados y los que no lo están.

¿Un futuro no tan benévolo?

Mientras tanto, del mundo llegan señales mixtas sobre la continuidad de la dinámica de crecimiento global. El statu quo se refleja en que los emergentes siguen acortando distancias con los ricos y hay factores estructurales como la demografía que seguirán jugando a favor de las materias primas. La posibilidad de un cambio régimen se apoya en la posibilidad de un rebalanceo global y la aparición de la agenda del “crecimiento inclusivo” en Asia emergente en respuesta a un mundo más hostil. Precios de materias primas más en línea con la Historia dibujan un panorama distinto, en el cual la década que pasó pasaría a ser una ventana de oportunidad que se cerró. El

tiempo dirá.

(De la edición impresa)

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