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La tierra es una fábrica y la vaca es más que un asado

Un enfoque novedoso sobre "el campo".

14 septiembre de 2011

(Columna de opinión del economista Roberto     Bisang, docente de la FCE-UBA)

Los recursos biológicos ?tierra, agua, vegetales y animales? están sometidos a creciente presión.

La mayor demanda por más y mejores alimentos, el desvío de granos para biocombustibles u otros usos industriales (los “bioplásticos”), tornan ineludible un replanteamiento. El agro va dejando de ser una actividad tecnológicamente anómica y productivamente sencilla en pro de una creativa complejidad.

Ahora esta actividad se concibe como una “industria trasformadora de energía a cielo abierto”.

La idea es captar energía libre ?luz, agua? y convertirla en granos y/o carne como base de complejos industriales “aguas abajo”. “La tierra” va dejando de ser un activo inmóvil: es una plataforma de minerales poblado de microorganismos con una vida evolutiva capaz de afectar el rendimiento de las plantas. Estas son percibidas como verdaderas máquinas que transforman

energía en granos; algo parecido ocurre con los animales: una vaca es algo más que un asado en potencia, es una máquina que transforma pasto y granos en varias materias primas (carne, cueros, sangre, grasa, huesos).

¿Cómo es la “eficiencia” de tales máquinas biológicas? Ultimamente la pregunta despabiló el interés de los científicos, desperezó a los innovadores e interesó a los empresarios. El epicentro de estas motivaciones son las innovaciones aplicadas a “lo biológico”; pero las innovaciones en suelos, plantas y animales (y sus interacciones) no son sencillas: a la complejidad innata de la vida se le suman innumerables variables de entorno de difícil control y predicción.

Inicialmente, Gregor Mendel ?con su ley sobre la herencia de caracteres? estableció un hito en el mejoramiento de variedades vegetales y razas animales vía observación/ prueba y error; los híbridos, junto a la mecanización del agro, dieron marco a la denominada “revolución verde”. Ahora la biotecnología y otras innovaciones ?como la siembra directa? van perfilando otro salto copernicano. Los cambios afectan a los técnicas de cultivos y al comportamiento de las plantas; en menos de dos décadas mejoraron notablemente su eficiencia volviéndose resistentes a

enfermedades, tolerantes a herbicidas e incluso con nuevas propiedades. Mejoras en razas bovinas, ovinas, porcinas y aviar ?ahora seleccionadas en base a criterios genómicos? van por un camino similar. Todo indica que las semillas y razas siguen “diseños” predeterminados: más que reproducirse van camino a fabricarse.

El segmento más dinámico “del campo” incorpora términos académicos (“los eventos transgénicos”), los innovadores recrean inquietudes otrora vedadas (“los derechos de propiedad intelectual”), los científicos además de interesados se vuelven involucrados (“interesa el paper?

y las patentes”), las empresas industriales y de servicios sofisticados invaden el campo (“los paquetes tecnológicos”, el “GPS”) y el cambio organizacional es constante (“la agricultura bajo contrato? o remedo de outsourcing industrial?”).

¿Y la Argentina? En el siglo pasado adoptó con retraso a la revolución verde; en el presente todo

indica que los albores de la revolución biotecnológica nos cuenta entre uno de sus líderes. En un proceso no exento de rispideces y problemas sociales por resolver, la Argentina tiene hoy parámetros productivos y tecnológicos similares a los mejores estándares mundiales.

Desajustado parece el calificativo de primario para esta actividad. Todo indica que “el campo” rápidamente se asemeja a una industria a “cielo abierto” productora de insumos biológicos renovables de alta complejidad. El país tiene el desafío de aprovechar las condiciones y posibilidades que abre el nuevo paradigma productivo como punto de partida de una remozada matriz productiva. Quizás sea necesario analizar el presente y proyectar el porvenir con conceptos del futuro y?no del pasado.

(De la edición impresa).

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