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Lavagna sabe que el peronismo ya no alcanza

25 marzo de 2019

Muchos no entendíamos la negativa de Roberto Lavagna a una elección interna, su obstinación para rehuir las PASO. Sus propios impulsores la atribuían a la terca autoestima del personaje, a su proverbial soberbia. Una exigencia de reconocimiento de su primacía que le permitiera, de rebote, evitar que le llenen las listas con personajes que le disgustan.

Lo central no es eso. El hombre no quiere ser el candidato oficial del PJ. Para ser preciso, no desea ser -ni será- únicamente el candidato del peronismo. Alternativa Federal, en su estado actual, es incapaz de convertirse en una tercería posible.  Roberto Lavagna lo sabe. No porque le disguste Alternativa Federal, sino porque no le alcanza. En la visión lavagnista la sumatoria de Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey, Miguel Angel Pichetto, Juan Schiaretti y la mayoría de los gobernadores, no logrará construir una opción de triunfo.

Los justicialistas pagan cuentas propias y también facturas lejanas. Lavagna huele esa resistencia al PJ, una mochila hasta ahora inexistente. Así como antes no debía dar explicaciones, hoy el justicialismo está obligado a justificar sus últimos treinta años: desde lo que hizo mal hasta lo que ni siquiera tiene responsabilidad. Siempre es así. La suma no es cero ni estalla necesariamente contra los responsables en el momento oportuno.

Lo cierto es que el PJ pasó del neoconservadorismo menemista al peronismo clásico de Eduardo Duhalde, cuyo heredero (Néstor Kirchner) promovió la Concentración Plural y culminó en el neopopulismo cristinista. Demasiados cambios ?con casi los mismos protagonistas- sin ninguna explicación, sin autocrítica, si pedir perdón, sin discusión interna.

Ya nadie sabe si un gobierno peronista besará a los norteamericanos, se acercará a los europeos, abrazará a los rusos o terminará asociándose a la República Popular China.  Si prefiere a Jair Bolsonaro o a Nicolás Maduro. ¿Cuál es la línea de un partido capaz de sostener todos los rumbos sin siquiera un debate?

Lavagna aspira a convertirse en bisectriz de una constelación. Se imagina candidato de una coalición donde abunden los peronistas, pero también los radicales, el Partido Socialista y planetas menores. Descuenta que estarán la UIA y el grueso de los sindicatos.

En otras palabras, Lavagna sólo se presentará si resulta una opción ante las desventuras de Cambiemos y los límites que padece Cristina Fernández.

Lavagna sabe que él ?o cualquier otra tercería- que pueda llegar a una segunda vuelta contra Macri o contra Kirchner tiene todas las de ganar. Si va contra CFK, conseguiría el voto de Cambiemos y, si enfrentara a Macri, la totalidad del cristinismo.

Mientras, Macri y Cristina cavan sus trincheras, eternizan la grieta y coinciden en tratar de impedir cualquier tercer candidato. Cristina siente que sólo puede vencer a Macri y Macri que sólo tiene chance contra el kirchnerismo.

Lavagna recién empieza. Busca acuerdos políticos y económicos. Y empieza a delinear ?aunque lo niegue- las boletas deseadas. Incluso si combinase su ideal (un vice y un jefe de gobierno radical; un gobernador bonaerense y un vicejefe peronista o alguna sorpresa extra-partidaria) subsisten dificultades prácticas. Además de la fórmula presidencial y las gobernaciones, deberá estructurar con arte incomparable las listas de legisladores, concejales, intendentes, donde  conviven ambiciones de todo tipo.

Otro problema para Lavagna es el tiempo. Le juega en contra. Los plazos, imparables, podrán diluir su construcción. Todavía no tiene socios y es difícil que todo decante en pocas semanas. Si los justicialistas quieren PASO, ¿no terminarán presentando otra lista? ¿Y los radicales anti-Cambiemos? ¿Cuánto representarán a la hora cero?

Parece casi imposible. Lo curioso es que si lo lograra y pudiera ingresar al balotaje  ?hoy parece otro milagro- Lavagna aplastaría tanto a MM como a CFK. Más allá de los operativos de inteligencia, de las fake news, los trolls, los medios y las encuestas, la política seguirá siendo un arte.

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