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¿Cuánto vale un peso?

Si continuamos por el sendero de inflación anual de dos dígitos, no es aventurado pronosticar que no pasará mucho hasta que circulen billetes de $5.000 y $10.000. Sólo resta definir cuáles serán las especies en extinción de nuestra fauna y fauna que los representarán.

20 marzo de 2019

Por Ramón Frediani Economista

Aparentemente, la moneda de un país es un pequeño y a veces deteriorado trozo de papel que a menudo llevamos arrugado en el bolsillo. En realidad es mucho más que eso. Es una institución económica (regla de juego) de primer orden y tal vez la más relevante, el GPS de la economía sin la cual no sabemos a dónde vamos, porque es la unidad de medida patrón para adoptar decisiones en economía, de la misma manera que en otros ámbitos también se requieren y definen unidades de medida de aceptación general e inmutables en el tiempo.

Así, para medir distancias está el metro patrón, definido como la 10 millonésima parte del cuadrante de un meridiano terrestre, a partir del cual se construye toda la escala del sistema métrico decimal, corporizado en una barra metálica de platino e iridio depositada en la Oficina Internacional de Pesos y Medidas en la ciudad de Sévres, cerca de París, o el patrón de peso a partir de la definición del kilogramo, como la masa de una aleación de platino (90%) e iridio (10%) con una altura y un diámetro de 39 milímetros, guardado en esa oficina bajo condiciones constantes de humedad y temperatura.

Otros ejemplos de unidades de medida patrón: el meridiano cero o de Greenwich, que toma como georeferencia al edificio del Real Observatorio de esa ciudad en las afueras de Londres, a partir del cual se definen y miden hacia el este y el oeste los sucesivos meridianos y sus longitudes entre los polos del planeta. Otros patrones de medida adoptados e inmutables son por ejemplo, para medir la corriente eléctrica (el ampere), la temperatura (el kelvin), la presión (el pascal), la cantidad de materia (el mol) y la unidad de medida del tiempo (el segundo), éste último definido desde el año 1967 en términos atómicos ?más preciso que la anterior en base al tiempo solar y la rotación de la tierra? como 9.192.631.770 períodos entre dos estados de radiación del isótopo 133 del átomo de cesio, a una temperatura de cero grados Kevin (-273,15 ºC).

Como se aprecia, hay patrones de medida definidos con extrema precisión para realizar mediciones en el mundo físico, con aceptación universal y mantenidos en el tiempo. ¿No debería ocurrir lo mismo en economía, en lo que respecta a la estabilidad del valor de la moneda como unidad de medida para medir el valor monetario de todas las transacciones económicas?

Analicemos nuestro billete de mayor circulación (el de $ 100), hoy vigente con las imágenes del general Julio A. Roca o Eva Perón, aunque desde el pasado 19 de diciembre se imprime con la imagen de la “taruca”, ciervo andino en extinción en zonas altas de las provincias de La Rioja, Catamarca, Salta y Jujuy.

Tomemos al azar uno de esos billetes, suponiendo que estaba olvidado en algún bolsillo el día que asumió Mauricio Macri el 10 de diciembre de 2015, y vayamos descontándole la inflación ocurrida desde entonces. Al 31 de diciembre de ese año (3% mensual de inflación) valía $ 97. Al 31 de diciembre de 2016, con una inflación anual del 40,3%, su valor caía a $ 57,90. Luego, al 31 de diciembre de 2017 (inflación del 24,8% anual), bajaba a $ 43,54. Al concluir el 2018 con una inflación del 47,6% anual, su valor se reducía a $ 22,81, y ahora, descontada la inflación del 6,8% de estos 2 primeros meses del año, alcanza a $ 21,26.

Si de marzo a diciembre de este año la inflación probable sea del 30%, entonces aquel billete de $100 olvidado en un bolsillo el día que asumió Macri, valdrá sólo $ 14,88, como capacidad de compra o valor adquisitivo en el mercado. Habrá perdido en estos 4 años el 85% de su valor de cambio. Como vemos, su valor se derrite como una barra de hielo expuesta al sol.

Si la depreciación del mismo billete la hacemos en relación al dólar, estaríamos calculando su pérdida como depósito de valor. Nuevamente, partamos del día en que asumió Macri, cuando el billete de $ 100 equivalía a US$ 6,85 (dólar libre a $14,60 en ese entonces). Ahora, con un dólar a $ 41, vale sólo US$ 2,43 pero si al final de este año, el tipo de cambio supuestamente alcance $ 50 nuestro billete de $ 100, valdrá sólo US$ 2. En otras palabras, en los cuatro años de Cambiemos, el billete de $ 100 habrá perdido el 71% de su valor en dólares, en su rol de depósito de valor.

En cuanto al billete de mayor valor facial en circulación ($ 1.000), nació el 1º de diciembre de 2017, con un valor equivalente a US$ 57. Ahora su valor es de aproximadamente US$ 24, una pérdida del 58% como depósito de valor. Nuevamente, si consideramos que el dólar llegará a fin de año a $50, nuestro billete de mayor denominación valdrá para ese entonces sólo 20 dólares, muy por debajo del de los billetes de mayor denominación en circulación en los principales países, tales como EE.UU. (US$ 100), Suecia (1.000 coronas suecas = US$ 100), Gran Bretaña (50 libras = US$ 65), Japón (10.000 yen = US$ 91), Canadá (100 dólares canadienses = US$ 77) o en los 27 países que conforman la Unión Europea (? 500 = US$ 570), y el caso extremo de Suiza (billete de 1.000 francos suizos = US$ 993).

Sigamos con el de $ 1.000. Si calculamos la desvalorización de su capacidad adquisitiva en el mercado interno (valor de cambio) con la inflación acumulada (67%) durante los 15 meses que lleva de vida, su capacidad de compra en moneda constante se redujo a $ 330, una pérdida del 67% desde su nacimiento. Si adicionamos la posible inflación marzo-diciembre de 2019, estimada en 30%, su capacidad adquisitiva será de sólo $ 231 en relación a la que tenía al nacer, es decir, una pérdida del 77%.

Obviamente, no podemos juzgar que una moneda sea de menor calidad que otra, basándonos sólo en su valor facial expresado en términos de una moneda dura alternativa tomada como referencia como el dólar. Una moneda es fuerte cuando es estable y mantiene su valor y capacidad adquisitiva a lo largo del tiempo. No importa que nuestro billete de $ 1.000 eventualmente llegue a valer US$ 10 a fines del 2020. Lo importante es que si ello ocurre, se mantenga relativamente estable en torno a ese valor durante años.

Si continuamos por este sendero de inflación anual de dos dígitos, no es aventurado pronosticar que no pasarán muchos años hasta que circulen billetes de $ 5.000 y $ 10.000. Sólo resta definir cuáles serán las especies en extinción de nuestra flora y fauna que los representarán en sus impresiones.

Décadas de ininterrumpida inflación erosionaron el valor, el respeto y la aceptabilidad de nuestra moneda, aunque no fue así con nuestro primer peso moneda nacional (18811969) que fue muy estable. Su posterior declinación llevó a cambiarlo cuatro veces (peso ley (1969-1982); peso argentino (1983-1985), austral (1985-1991) y peso (1991-?) eliminándole 13 ceros (el peso actual vale la diez billonésima parte de un peso de 1969), impidiendo a familias, empresas y Estado realizar un cálculo racional en sus decisiones, demolió la cultura del ahorro al destruir su rol de depósito de valor, desalentó el surgimiento de miles de nuevos emprendedores, promovió fugas al exterior de capitales y personas calificadas, y empequeñeció la capacidad prestable del sistema financiero (como porcentaje del PIB, la más baja de América Latina), inhibiendo el crecimiento de la economía, pues no hay capitalismo al contado. Sin crédito, la economía de mercado languidece.

Con gran perspicacia y agudo sentido de la observación, el escritor irlandés Oscar Wilde, en su obra de teatro “El abanico de lady Windermere”, estrenada en Londres en 1892, decía “los economistas conocen el precio de todo y el valor de nada”. A modo de reflexión, diríamos que, también en Argentina, “la moneda nacional mide el precio de todo y el valor de nada”.

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