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La tortícolis de Jano

Lo cierto es que, en los hechos, la gestión PRO, lamentablemente, es el paradigma de la tortícolis de Jano. Ganar con el pasado y sin abrir la ventana al futuro que, sin plan, es pura incertidumbre. Sin pensar, y sin consensuar el futuro, somos una nave sin destino.

Carlos Leyba 25 enero de 2019

Por Carlos Leyba

Jano le ha dado el nombre al mes de enero. Sus dos caras, en una y otra dirección, tienen distintas interpretaciones que ayudan a reflexionar. Tal vez la que tiene menos fundamento, es la que ve en Jano una estación en la línea del tiempo: aparece en la puerta de entrada. Enero es como llamamos la puerta del año. La Historia, distinto de la eternidad, necesita de un comienzo, una puerta de entrada. El Jano bifronte mira al pasado y al futuro.

Empezamos 2019 con tortícolis de pensamiento. Rigidez de cuello, volcado hacia un costado y con incapacidad de giro. El Jano nacional, en este estado, nos condena a mirar sólo el pasado y con un sesgo que reduce la óptica de mira. Mira al pasado, con una inclinación anatómica, mutilado, con una sola mirada. Inhabilitado de imaginar, de siquiera imaginar, el futuro.

Una condena a caminar a ciegas en un territorio repleto de accidentes a los que sólo se puede evitar munido de la imagen del futuro, la que nuestra tortícolis de Jano, unifronte, no nos permite divisar.

“El futuro” es, en realidad, lo que estamos haciendo ahora. No es sólo “lo que vamos a hacer”.

Estamos sobre esa línea del tiempo: aunque sólo miremos para atrás, estamos haciendo el futuro. No podemos detener la Historia: el pasado es irrevocable y el futuro es inevitable.

Lo estamos haciendo, aunque sólo seamos capaces de discutir el pasado y no pongamos nuestra capacidad de imaginación y diseño, en eso que llamamos el futuro que por no mirarlo no debatimos acerca de él. No es solamente donde vamos a vivir sino donde estamos viviendo. Imaginar el futuro es un deber moral y debatirlo es una necesidad histórica.

Es imprescindible proyectar las consecuencias de nuestros actos. Y es imposible juzgar las consecuencias de nuestros actos si no disponemos de un “ideal histórico concreto” con el que debemos mensurar daños, siembras y brotes. Nuestros actos deberían estar direccionados a superar los errores del pasado y a dar pasos hacia el futuro deseado.

Para direccionar, es cierto, hay que inventariar el pasado, pero, a la vez, diseñar el futuro deseado. Y entre ambos puntos trazar las líneas, no necesariamente rectas ni las más cortas, que son el camino a transitar. Nunca el camino es único si el rumbo es claro.

En la entrada, donde se comienza a hacer la Historia, está la cabeza bifronte de Jano, el pasado y el futuro. No se ingresa a la propia historia sin esas dos miradas. La Historia, por cierto, transcurre igual.

Pero, sin esas dos miradas, la historia que se hace no es la propia. Será una respuesta a las acciones de los otros. Toda historia es un proyecto. O propio o ajeno.

Hace muchos años que Argentina, independientemente de los errores de administración de la coyuntura, está sobre la línea del tiempo sin un proyecto propio. Sin una mirada ni un debate hacia el futuro. Estamos volcados al pasado y ? encima ? con el cuello inclinado a una mirada sesgada y generando un inventario incompleto de los males a reparar.

Las últimas gestiones, incluyendo la presente, son responsables de no haber realizado ? en su momento ? ni el inventario de problemas ordenado en jerarquías y prioridades; y muchos menos el diseño adulto de un futuro deseado. Este es un mal común de cuatro décadas. Algunos presidentes de la democracia imaginaron que, un grupo de intelectuales, podrían, de manera amateur y a tiempo parcial, realizar algunos bocetos de esas tareas.

El primero fue Raúl Alfonsín y, si bien no es exactamente lo que le sugirieron, su buena (tal vez exagerada voluntad) lo llevó a proponer un Tercer Movimiento Histórico. Con poco contenido. El decía, ante la demanda de la elaboración de un proyecto articulador, que eso era “la causa radical”.

Fue notable su contribución a la construcción de una República a la salida dramática de una dictadura genocida. Pero es difícil olvidar la fragilidad de una concepción que podemos llamar inversa: “con la democracia se come, se educa, se cura”.

Inversa porque, de alguna manera es al revés, si no se come (sin empleo, sin inversión, sin productividad); si no se educa (sin revolución educativa en la base de la pirámide social); si no se cura (sin el cuidado del cuerpo que incluye la preservación de la salud con la que nacemos, droga, adicciones y demás) no hay camino. La democracia es marcha hacia la igualdad, en la fraternidad y en la libertad.

No puedo imaginar una democracia (libertad, igualdad, fraternidad) sin un proyecto esencialmente incluyente. Alfonsín no elaboró ni propuso ese proyecto. Olvidó la presidencia de Arturo U. Illia que, veinte años antes, fundó el Consejo Nacional de Desarrollo bajo la conducción del ingeniero Roque Carranza y del que participaron los más brillantes técnicos y profesionales de todo el espectro ideológico y político de la Nación y expertos extranjeros. Una lección olvidada.

Carlos Menem, supuesto heredero de una tradición de proyectos de largo plazo ? no haré el inventario ? renunció, desde el primer día, al boceto que había dado sustento a su campaña. Renunció a desarrollar el boceto original y a diseñar uno propio convocando, como hicieron Illia y tantos otros, a la inteligencia nacional a pensar el país.

Menem entregó la llave, aplicó el somnífero de la aparente y transitoria estabilidad de precios (por vergüenza ajena no haré el inventario de las declaraciones entusiastas de entonces de los hoy adversarios de Menem y Domingo Cavallo) y nos hizo pagar, a su retiro, el precio más alto imaginable en términos de desindustrialización, pobreza e híper desempleo.

¿En qué grupo de expertos (o simplemente sensatos) cabría levantar el FF.CC.? Esa decisión debería haber sido suficiente para un Juicio Político. Hubo más.

El kirchnerismo, en sus doce años, negó (Cristina enfáticamente) la necesidad y conveniencia de articular un programa, de pensar las consecuencias de las decisiones de aquel presente. De formular un país deseado y posible. Nada de compromisos. Dejame a mí.

Los términos del intercambio, las condiciones financieras internacionales y el ritmo de la economía mundial, conformaban una constelación de fuerzas positivas para un proyecto de desarrollo en términos de un país deseado. Extraviamos la mejor oportunidad de un siglo.

Un plan es una renuncia a la improvisación, y es una herramienta para detener la presión de la codicia y la corrupción: es difícil proponer lo que “no hay que hacer” si eso no esta programado. No hay plan imaginable para el “tren bala a Rosario”.

Los K ? como Alfonsín ? acudieron a intelectuales que se autodenominaron “Carta Abierta”, fueron una funcional Boca Cerrada cómplice del desprecio por la acumulación genuina, que es la condición necesaria para la generación de derechos. Mirada sesgada hacia el pasado, con vocación autoexculpatoria, y ausencia absoluta de mirada hacia el futuro.

Lo que heredó el PRO, no sólo en términos económicos, fue un agotamiento de stocks, dilapidados, y un “endeudamiento social” extremadamente difícil de solventar. Es la consecuencia de no haber tenido la menor preocupación por el futuro y por las consecuencias de los actos de aquél presente.

¿No puedo dejar de preguntarme por qué ese silencio de la inteligencia del peronismo durante los diez años de Carlos S. Menem y los doce años K de evidencias acumuladas y por qué la incapacidad, de quienes se sienten parte de esa tradición, de reivindicar la idea concreta, material, de proyecto de desarrollo?

Mauricio Macri llega en una condición integral de agotamiento. Es innegable. Y esboza eliminar la pobreza, unir a los argentinos y combatir el narcotráfico. No es mucho. No es muy claro. Pero es hacia el futuro. Bien por eso.

Instalado en el poder, por incapacidad o por no haber tenido consciencia de lo que implicaba, ha hecho más que nadie ? a nivel de Néstor y Cristina ni más ni menos ? en aplicar la doctrina que “el odio se alienta mirando al pasado”. La grieta nos está llevando a esta encerrona dramática de Mauricio o Cristina, dos fracasos: uno más largo y otro más corto, pero más reciente. Mauricio no mide las consecuencias de sus actos y sus palabras del presente sobre aquellos objetivos.

La pobreza no es algo que surge de la naturaleza, no es una catástrofe natural, pero su continuidad garantiza altas tasas de reproducción. Es evidente. Y las consecuencias de la política económica, los objetivos y las herramientas, del PRO no pueden sino reproducir y profundizar la pobreza y la fractura del empleo y de la estructura productiva urbana. No es inevitable. No es el único camino. Es el camino equivocado y además es evitable.

La droga, el poder de los narcos, es cierto, han sido focalizados, por primera vez en muchos años, y este gobierno ha generado acciones positivas. Pero hay mucho posible por hacer. Particularmente en el campo de las finanzas. No son los hombres de las finanzas los moralmente aptos para hacerlo. Es una lucha de valores además de técnicas, como dice Saskia Sassen en “Los Nuevos Depredadores”.

Los tres ejes inaugurales de Macri, importantes, traicionados o abandonados, no constituían un programa pero eran una referencia hacia el futuro. Lo cierto es que, en los hechos, la gestión PRO, lamentablemente, es el paradigma de la tortícolis de Jano. Ganar con el pasado y sin abrir la ventana al futuro que, sin plan, es pura incertidumbre.

Sin pensar, y sin consensuar el futuro, somos una nave sin destino, sin rumbo, con una tripulación y un pasaje que no desarrolla otro lenguaje que el de echar la culpa y tratar de tirar por la borda al otro. Una pena.

Umberto Ecco nos recuerda:“Los aborígenes australianos ? en el inmenso desierto?seguían su exploración girando siempre en redondo? capturaban un lagarto? que era toda comida? y ? por la mañana, volvían a ponerse en marcha. Si en lugar de haber girado en círculo, por un instante hubieran seguido en línea recta, habrían llegado al mar, donde los esperaba un festín de tortugas y langostas”.

Esa línea recta es pensar el futuro, salir de los límites del pasado que nos obliga a repetirlo. Curarnos de la tortícolis es el desafío.

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