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En defensa de lo extranjero

Si bien la xenofobia no es nueva, nuestro país se ha caracterizado por el respeto, la aceptación y la invitación al extranjero.

24 enero de 2019

Por Gustavo Lazzari Economista

En las últimas semanas, diversas protestas sindicales dan cuenta de un reverdecer del nacionalismo xenófobo. Desde las protestas de los sindicatos de Aerolíneas Argentinas oponiéndose a los 27 pilotos extranjeros sobre un total de 1.700 ?el 1,59%- hasta los proyectos oficiales de “regular la inmigración descontrolada” han pululado diversas iniciativas linderas a la xenofobia.

Dicho sentimiento no es nuevo en Argentina ni en el mundo.

Sin embargo, nuestro país se ha caracterizado desde sus orígenes por el respeto, la aceptación y la invitación al extranjero.

La Asamblea de 1813, si bien no logró el objetivo de redactar una Constitución, estableció principios muy importantes tales como “la libertad de vientres”. Eso significaba que los hijos de los esclavos nacidos en territorio “de las provincias unidas” eran automáticamente libres por el solo hecho de haber nacido en nuestro suelo.

Significó el primer paso para la abolición de la esclavitud (la mayoría de los esclavos eran de origen extranjero) en un mundo donde la esclavitud era moneda corriente.

La constitución de 1853, en su artículo 15 estableció el fin de la esclavitud en Argentina. “En la Nación Argentina no hay esclavos: los pocos que hoy existen quedan libres desde la jura de esta Constitución (?) Y los esclavos que de cualquier modo se introduzcan quedan libres por el solo hecho de pisar el territorio de la República”. Quiere decir que cualquier extranjero esclavo era recibido y premiado nada menos que con la libertad con solo pisar nuestro país.

Pero no sólo eso. La Constitución de 1853 establecía un verdadero régimen de bienvenida a todos los extranjeros de todas las nacionalidades. El mismo preámbulo de la Constitución refiere “para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”. En aquel momento los constituyentes no debatieron si la palabra “todos” se escribía con “x” “@” ó “e”. La palabra “todos” refería a todos los habitantes del mundo.

“Los extranjeros gozan en el territorio de la Nación de todos los derechos civiles del ciudadano; pueden ejercer su industria, comercio y profesión; poseer bienes raíces, comprarlos y enajenarlos; navegar los ríos y costas; ejercer libremente su culto; testar y casarse conforme a las leyes. No están obligados a admitir la ciudadanía, ni a pagar contribuciones forzosas extraordinarias”, dice el artículo 20.

En todo el texto de la primera parte, sobre Deberes, Derechos y Garantías, se refiere a los “habitantes” y no a los “ciudadanos argentinos” tratando por igual tanto a extranjeros como a nativos respetando las gloriosas libertades del artículo (libertad de trabajar y ejercer toda industria lícita).

Incluso el respeto a los extranjeros está consagrado en el reconocimiento de “la libertad de circulación a los artículos de fabricación nacional o extranjera” (artículos 10 y 11).

El 8 de julio de 1884 se promulgó la Ley 1.420 de educación común obligatoria y gratuita para todos los niños de seis a catorce años. Dicha obligación regía para “todos” los padres sin distinguir nacionalidad.

Este breve repaso histórico muestra que Argentina no sólo fue uno de los primeros países del mundo en abolir la esclavitud sino también en recibir inmigrantes pobres e iletrados, reconocer los mismos derechos e incluso educar gratis a sus hijos. Nos puede parecer obvio y normal en el Siglo XXI, pero era una absoluta novedad institucional en el Siglo XIX.

Al amparo de estas instituciones llegamos a que, en 1914, el 49% de la población de Capital Federal era extranjera, el 34% en Buenos Aires, 35% en Santa Fe, 52% en Tierra del Fuego y 62% en Santa Cruz. Totalizando 29% de extranjeros respecto a la población total del país en 1914.

Ese país de inmigrantes logró resultados económicos maravillosos. En 1870, un año después del primer censo y cuando iniciaba el período migratorio, el PIB per cápita argentino representaba el 50% del PIB per cápita italiano, el 38% del Reino Unido, el 68% de Canadá y el 50% del estadounidense.

Sólo veinticinco años después, en 1895, nuestro PIB per cápita representaba el 152% del italiano, el 104% del canadiense, el 60% del británico y el 71% del estadounidense.

Quiere decir que en sólo dos décadas y media la productividad de argentino promedio creció 50% más que la productividad de un estadounidense que, por cierto, creció 49% en el mismo período.

Estos resultados fueron posibles en un marco institucional abierto, liberal, con impuestos bajos y una manifiesta apertura a “lo extranjero”.

No es cierta la falacia por la que los extranjeros “atentan contra nuestra riqueza”. Los datos dan por tierra tal argumento.

Quizás, sin aburrir con tantos datos, la mejor manera de comprender la importancia de los inmigrantes en Argentina sea recorrer visualmente una guía telefónica que aún circulan por nuestras ciudades.

La edición 2017/18 de la Guía Telefónica Oficial de la Ciudad de La Plata informa los números telefónicos fijos de 138.000 abonados. Recorriendo los apellidos cuesta mucho trabajo ubicar apellidos originarios. Más allá de los 1.595 “Gonzalez”, los 1.160 “Fernández” o los 870 “Gómez” que dan cuenta de una nutrida presencia española es común encontrar apellidos italianos de todas las regiones.

A su vez, los apellidos “Chen”, “Krawczyk”, “Roux”, “Silveira”, “Schwitzki”, “Schleger”, “Svhwerdt”, “Shimizu”, “Kolodoczka” y “Kohan”, “Krikorian” y “Wright” confirman el crisol de nacionalidades que ha poblado nuestras ciudades.

Por último, aborrecer “lo extranjero” supone también aborrecer lo producido por las personas nacidas más allá de nuestras fronteras.

Una verdadera y consistente postura nacionalista xenófoba debería incluir el rechazo a la agricultura, cerámica, balanza, tejido, cobre, bronce, relojes de sol, carros, escritura, arados, vidrio, matemáticas, hierro, faros, reloj de agua, palanca, norias y demás objetos inventados antes de Cristo y, por lo tanto, antes de Argentina.

A dicha lista deberíamos incluir el papel, las carretillas, las máquinas de escribir, la corriente eléctrica, las síntesis de proteínas, los clones, la fibra óptica, las calculadoras de bolsillo, el disco láser, las PCs, el Internet, el GPS, el genoma humano, los teléfonos móviles y, entre miles de otros objetos, cada uno de los dispositivos de seguridad y control de los aviones que pilotean señores que detestan lo extranjero.

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