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Política exterior, élites y miopía estratégica

18 diciembre de 2018

Por Francisco de Santibañes Analista internacional

El indiscutible éxito que ha tenido la cumbre del G20 en Buenos Aires es una buena excusa para evaluar la política exterior de Cambiemos. En estos últimos tres años, Argentina ha logrado integrarse al mundo. Lo hizo a través del restablecimiento de lazos con los países con los que se encontraba, sin razón evidente, distanciada. Entre estos podemos mencionar a Uruguay, a Chile y, más importante aún, a Estados Unidos. Esto se logró sin perjudicar las relaciones que Argentina mantiene con potencias emergentes como China o Rusia, y menos aún con Brasil, nuestro principal socio regional.

En definitiva, se tomaron los pasos necesarios para atraer inversiones e incrementar el comercio con la mayor cantidad de países con los que esto era posible. Esta es, en efecto, la principal contribución que la política exterior puede hacer, en esta etapa, al desarrollo económico y social de la Argentina. El lector podrá decir que las grandes inversiones nunca llegaron o que el comercio no aumentó demasiado, lo cual en parte es cierto. Pero esto fue responsabilidad de la falta de reformas estructurales en la economía, y no de la política exterior.

El desafío central de la política exterior argentina en las próximas décadas será mantener un equilibrio entre las dos grandes potencias: Estados Unidos y China. Necesitamos efectivamente de ambas para desarrollarnos. Pero mientras hasta ahora lograr esto fue relativamente sencillo, los cambios que están teniendo lugar en el tablero internacional parecen indicar que llevar adelante esta estrategia será cada vez más difícil.

Con el paso de las semanas esta quedando en claro que detrás de la disputa comercial entre China y Estados Unidos se encuentra un conflicto por el dominio de las tecnologías más avanzadas, y que a la vez detrás de esta disputa se esconde la cuestión de fondo: ¿Quién será el poder hegemónico? La historia nos muestra que cuando el crecimiento de un Estado pone en peligro la supremacía de una gran potencia comienzan a desencadenarse una serie de mecanismos (la desconfianza y la incertidumbre pueden por ejemplo impulsar carreras armamentísticas) que, en la mayoría de los casos, han terminado produciendo una gran guerra.

Lo bueno es que, al igual que ocurrió durante la Guerra Fría, la existencia de armas nucleares genera fuertes incentivos para que las dos potencias no se enfrenten directamente. En efecto, esto podría ser suicida. Lo que seguramente sucederá es que sus disputas se resolverán dentro de otros Estados (en donde cada potencia apoyará a una de las facciones internas) o en conflictos entre países de menor peso (que contarán con el padrinazgo de China o Estados Unidos). Esto resulta particularmente preocupante para América latina, ya que el hemisferio occidental es la región a la que pertenece Estados Unidos. Y como Washington intenta meterse en el “patio trasero” de Beijing, en el futuro es posible que China haga lo mismo en el suyo. De más esta decir que estrechar de manera simultánea lazos económicos con ambas potencias también se volverá más difícil.

Pero más allá de estas suposiciones, la realidad indica que Estados Unidos ya está haciendo uso de sus recursos para enfrentar a China. La clase dirigente estadounidenses, incluyendo a sus grandes empresarios, parece haber llegado a la conclusión que la transformación de China en una democracia liberal dispuesta a respetar el conjunto de instituciones multilaterales creadas por Washington luego de la Segunda Guerra Mundial no va a ocurrir.

Este conflicto no es algo que nos afectará en el futuro, ya lo está haciendo. Como ejemplo de esto podemos citar la instalación en la provincia de Neuquén de un observatorio espacial bajo el comando de las fuerzas armadas chinas y las declaraciones del Gobierno de Donald Trump respecto al rechazo argentino a “la actividad económica depradadora” de China, algo que aparentemente Mauricio Macri nunca dijo.

Es posible que el escenario de mayor conflictividad entre las potencias nunca suceda, pero la mera posibilidad de que esto ocurra requiere que repasemos en que situación nos encontramos. Lamentablemente, la realidad nos lleva a ser pesimistas. No tenemos ni las capacidades estatales ni la dirigencia que el país requiere para enfrentar el mundo que se viene.

Por el lado de las capacidades estatales, debemos mencionar que el aparato estatal argentino sigue siendo poco profesional y meritocrático. La situación de la Defensa Nacional es particularmente preocupante. Debido a la falta de recursos y atención, hoy la Argentina quizás sea el único país medianamente relevante, en términos económicos y políticos, que no posee un sistema de defensa operativo. Y el hecho que hoy no enfrentemos una amenaza directa a nuestra seguridad no significa que en el futuro no lo hagamos y, por lo tanto, necesitemos contar con FF.AA. modernas, profesionales y bien equipadas. Su desarrollo, recordemos, es un proceso que lleva generaciones.

Sin una dirigencia capaz de pensar de manera estratégica, la sociedad argentina nunca sabrá en que situación se encuentra o cuales son las opciones que tiene ante los desafíos que le presentará el sistema internacional. A pesar de su importancia, las constantes crisis que han enfrentado nuestros dirigentes parecen haber producido una elite que perdió la capacidad para pensar estratégicamente. En Argentina lo urgente suele, en efecto, imponerse sobre lo importante.

Esto lo vemos por ejemplo en la manera en que algunos políticos analizan el mundo. Tienden a focalizarse en la posibilidad de alcanzar mayores grados de colaboración, ignorando por completo que además de oportunidades el mundo genera desafíos y amenazas. Por otra parte, un repaso por los encuentros de las principales asociaciones empresariales argentinas parece indicar que estas no tienen interés en discutir que el lo que esta ocurriendo en el exterior y de qué manera esto puede afectarnos.

Finalmente, es difícil encontrar intelectuales dispuestos a asumir los costos que implica mostrarle a la sociedad lo que no quiere ver, o promover nuevos caminos a recorrer. La falta de conocimiento internacional que algunos periodistas mostraron durante la cobertura del G20 no hace más que resaltar nuestra falta de pensamiento estratégico.

La miopía estratégica que encontramos en nuestras élites perjudica sus propios intereses. Los ejemplos de Polonia, Hungría y Turquía muestran que hoy en día los países pueden cambiar a sus elites con relativa facilidad, sin que tenga que producirse para ello una revolución. De hecho, la última encuesta de Latinobarómetro muestra que la sociedad argentina esta descontenta con su dirigencia. El 82% de los encuestados sostuvo que unos pocos grupos poderosos gobiernan el país para beneficio propio, mientras que la confianza en los partidos políticos es de tan sólo el 14%.

¿Qué podemos hacer para revertir esta situación?

Pensando en el largo plazo, lo esencial es formar una nueva generación de dirigentes. Desde jóvenes estos deberían generar lazos de confianza, independientemente de si provienen del sindicalismo, del empresariado, del mundo intelectual o de la política. La Argentina hoy carece de estos mecanismos, que sí encontramos en países como Estados Unidos, China o Francia. Esta nueva generación de dirigentes debería focalizarse en el futuro, generando consensos sobre las políticas de Estado que puedan impulsar el desarrollo argentino.

En el corto plazo, debemos implementar una serie de incentivos que mejore la calidad de nuestros funcionarios. Necesitamos por ejemplo incrementar la cantidad y la calidad de los postulantes a ser miembros del cuerpo de oficiales de las FF.AA. y del cuerpo diplomático argentino. Una economía más moderna debería asimismo impulsar el surgimiento de emprendedores, revirtiendo así otro proceso sumamente preocupante: la caída en la cantidad de emprendimientos argentinos con gran potencial.

Lo que está en juego cuando hablamos sobre la necesidad de tener una dirigencia capaz de pensar el lugar de Argentina en el mundo no es la carrera de algún político, empresario o intelectual. Es la seguridad y el bienestar de todos los argentinos. Ni más, ni menos.

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