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El acuerdo, que muchos reclaman (¡bienvenidos!), es posible cuando todos aceptan que algo tienen que ceder. Es obvio.

Carlos Leyba 21 diciembre de 2018

Por Carlos Leyba

La economía, que viene de un largo estancamiento, ahora, mientras atraviesa una recesión seria, ha logrado que parte de los entusiastas oficialistas del periodismo acepten su complicada realidad.

Las críticas han aparecido después de meses de información negativa coincidente. Hoy sabemos que todo lo que debía subir baja y todo lo que debía bajar sube. Hay excepciones.

Los medios que crean opinión, luego de la confirmación por parte de la casi totalidad de los economistas profesionales, balbucean que vamos mal.

Al igual que en el siniestro período de 6,7,8, los periodistas que interpretan y editorializan, le hacen un enorme daño al Gobierno que pretenden ayudar. Son espejos que deforman, mecanismos que ocultan los errores. ¿Cómo corregir entonces?

Ocultar errores es grave. Por ejemplo, el feminismo ha visibilizado, aun las incomodidades personales, llevando la memoria de las causas a dos y tres décadas atrás, y haciendo públicamente responsables a los acusados de acoso, abuso de poder y crímenes mayores como la violación, instalándolos en los medios para que, en el caso de quedar impunes en la Justicia, no lo sean en el tribunal de la opinión pública. Pero no olvidemos los riesgos terribles de la condena mediática. El Papa menciona el terrorismo de la palabra.

No son tiempos de ocultar. En este río revuelto la hipocresía es un vicio que daña. Si hay alguien que ha contribuido a la cosificación de la mujer y alimentar patologías, digamos masculinas, han sido los programas de televisión (protagonistas, guionistas, propietarios, avisadores y el COMFER) que han apostado al beneficio monetizable del rating basado en acosos cuando no en abusos en clave de risa. Esto es lo actual. Un tema mayor.

También en la economía hay silencios cómplices que de no haber existido habrían ayudado a quienes, con el silencio del error, se los pretende proteger.

Un intelectual y un grande de la vida pública, Raúl Scalabrini Ortiz, luego del triunfo de Juan Perón en el '45, recibió la propuesta de dirigir un diario “oficialista”. Contundente: “No. Oficialista jamás. Porque mi deseo es que este proyecto (pensaba en las banderas del partido ganador) reciba de sus leales los avisos de desviación para que se pueda recuperar el rumbo”.

Don Raúl era un intelectual comprometido con las ideas. No un guardaespaldas, función respetable, pero que nada que ver tiene con el periodismo.

El discurso periodístico está en dirección a convertirse en un lenguaje barra brava, tanto para defender a los gobiernos, evitando contribuir a corregir sus errores, como para difamar a los elegidos como enemigos, aunque no lo sean.

Un famoso “articulista” tratando de aparecer como razonable e independiente, para avalar su interpretación de una alocución del Papa, dijo que su religión era la católica, pero que era agnóstico y que, sin embargo, se persignaba cuando pasaba por una Iglesia (sic). El mismo escribió y lo repitió en un reportaje radial, que, siendo hijo de inmigrantes, asistió a la escuela en Argentina, pero que recién se sintió argentino cuando cantó la marcha peronista (sic).

Hoy, macrista, hace del peronismo y del Papa, el alfa y omega de todos los males que vive y ha vivido nuestro país. No se arrepiente de su contribución militante.

Muchos editorialistas que han sido militantes o simpatizantes, cuadros políticos de organizaciones armadas de los '70, sin reconocerlo y sin pedir perdón, ahora dictan cátedra democrática de no violencia y transpiran una intolerancia ad nauseam cuando escuchan, en boca de otros, argumentos que podrían tener un aire de familia con los que sostenían las armas de aquellos jóvenes que ellos empuñaban o acompañaban. Mucha hipocresía, demasiado silencio, mucha deformación de la realidad.

Usted dirá. ¿Y todo esto qué tiene que ver con la recesión que atravesamos? Allá voy.

Estamos en la Navidad. Para los cristianos y para los que no lo son, y aún para los que se mofan de la fe, es un tiempo en que gobierna el espíritu de la reconciliación.

El tiempo de Navidad es un tiempo de reconciliación: nadie se sorprende de un llamado, de un regalo, de un saludo. Nadie se sorprende porque está dispuesto también a hacerlo.

La reconciliación apela al pasado, a relaciones previas, a historias comunes y a rescatar lo valioso de ese tiempo. Las familias, los amigos, los compañeros, tal vez sin saberlo, se “reconcilian” se juntan y tienen ?la mayor parte de las veces? deseos verdaderos de bien para los demás. La reconciliación con los otros implica la personal. La mirada hacia adentro. La puesta en protagonismo de la conciencia propia. Algo así como “la viga en el propio”. Sin ese estado personal, la reconciliación es débil o no es verdadera.

Los argentinos no estamos viviendo un estado de reconciliación. Pero condenados o bendecidos, poca importa, sin estar juntos no somos lo que estamos siendo y lo que vamos a hacer: vamos en reversa.

La habitación es común, sin reconciliación o con ella.

Estamos en estado de grieta, el desencuentro.

El teorema de las fuerzas dividas y de los vectores opuestos. Ahí estamos.

Primero “la viga en el propio” y segundo, los buenos deseos.

Dice bien el Presidente: lo primero es la verdad. Toda la verdad.

Y la primera, es decir en común dónde estamos: en todo, en la cuestión de la cosificación y en la economía. Estamos aquí. Mas allá de haber caído en un tobogán tan largo como queramos. Pero estamos aquí. Esa es la primera verdad. Vamos a la economía.

Un fracaso social interno que se mide por la descomunal pobreza y la infamante desigualdad. Nada nuevo.

Un fracaso gigante de la relación económica con el mundo: deudores patológicos incapaces de construir un país de productores y no uno de consumidores. Nada nuevo.

La desigualdad hace que unos consuman (en dólares) lo que el conjunto no puede pagar, mientras la pobreza erosiona todos los pilares que sostienen la estructura que inexplicablemente todavía resiste.

Si no vamos al estado del Encuentro, a la reconciliación, nos esperan horas amargas.

Esas dos tensiones, lo social y lo externo, están en el límite.

El tema del acoso, el abuso, la cosificación de la mujer, tiene un protagonismo de debate en los medios, pero permanece la cosificación en las publicidades, las imágenes, los programas.

¿Quién está dispuesto a perder rating, impacto, a cambio de una cultura de la no cosificación? No es un problema menor.

La familia, la escuela, hoy no pueden superar el peso de los medios que atraviesan transversalmente la familia y la escuela.

La cuestión de los medios es una cuestión de política y poder.

La política son las ideas que consensuemos acerca de los medios y su función en libertad; y el poder es la manera en que esas ideas se podrían materializar.

¿Hay valor para una política y para el ejercicio del poder frente al rating?

Notable. Pasa lo mismo en la cuestión económica. Las cifras del PIB nos informan de una caída enorme luego de un largo estancamiento. No es posterior a un largo período de crecimiento que nos dejaría en niveles superiores al inmediato pasado. No. Caemos de un estancamiento que está por cumplir una década.

Titulan los diarios oficialistas: cayó la actividad pero no el nivel de empleo. Buena noticia, muchas personas conservan su puesto de trabajo. Discutible.

Mala noticia: ha bajado la productividad y, además, cayó abruptamente la inversión, es decir, la productividad a futuro.

El FMI avala los compromisos del gobierno.

Pero el riesgo país supera los 800 puntos básicos. La economía no puede retornar a los mercados de crédito. Objetivo incumplido. Se terminaron los proyectos a financiar con el jugoso sistema de PPP.

Mauricio Macri, después del G20, no logra generar confianza ni adentro ni afuera.

Con confianza en baja, la deuda externa no deja de crecer y nada hay en el horizonte que augure la mejora en las cuentas externas de modo que la Argentina tenga sus propios dolares ganados con el sudor de su frente. No.

La postergación de las PPP pone en jaque obras imprescindibles, por ejemplo, para bajar costos y aumentar la productividad y acelerar la explotación de Vaca Muerta.

La presión por el déficit cero obliga al gobierno a bajar los subsidios a la explotación de Vaca Muerta. Subsidios injustificados, que CFK puso en marcha, pero sin los cuales Paolo Roca no hubiera conformado los compromisos de inversión.

Insólito: dados los subsidios pactados, si aumenta la producción de Vaca Muerta se hace crema el déficit cero. Inconsistencia.

Futuro incierto y recesión declarada, no han sido óbice para la generosa expectativa oficial sobre la baja de la la inflación liquidando la demanda. Pero todo parece indicar que la tasa de inflación, por ahora, no amaina al ritmo deseado.

La paradoja de la recesión urbana “sin desempleo consecuente”, es un problema de formas y tiempos de información: más tarde o más temprano a la recesión la sucede el desempleo. Bien leídas las cifras son mayores.

El desempleo es, por definición, más lento que la caida de la producción. Pero el reempleo es, por definición, mucho más lento que la recuperación de la actividad.

Para el gobierno ni la actividad ni el empleo son un objetivo: son una consecuencia.

El triple objetivo es déficit cero, baja de la inflación y baja del riesgo país.

El instrumento es la congelación monetaria, la tasa de interés y el dólar tablita en la zona baja.

Por eso el estancamiento está garantizado. El desempleo abierto y peligroso llegará después.

Lo que ellos llaman la política económica está acorralada y hoy es un oximoron.

Lo imprescindible, hoy, es recuperar la política y el poder.

Y para eso no hay otra herramienta que el encuentro, la reconciliación y como lo han pedido, qué sorpresa para uno, Guillermo Calvo y Alfonso Prat Gay, un acuerdo, un pacto, una concertación social.

Es tan obvio para la economía como lo es un acuerdo para derogar la cosificación de la mujer en la publicidad y la televisión.

El acuerdo es posible cuando todos aceptan que algo tienen que ceder. Es obvio.

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