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Compromiso con el largo plazo

Los gobernantes globales deben dejar de pensar en la próxima elección y concertar un mejor largo plazo. Las soluciones perfectas no existen y está claro que los organismos multilaterales tienen defectos, pero el aislamiento solo empeorará la situación.

13 diciembre de 2018

Por Ricardo de Lellis Consultor

El defecto de las democracias liberales parece siempre, aunque más marcada en los tiempos actuales, su dificultad para planear el largo plazo. A diferencia de regímenes autocráticos como el de China, que cómodamente puede fijar su estrategia a 2025 (Made in China 2025) y planificar sus relaciones con otros países pensados en el largo plazo, las democracias, especialmente las occidentales, cada vez se concentran más en objetivos mediatos. El horizonte de los partidos gobernantes es la próxima elección.

Por ejemplo, la reacción del actual Gobierno de Estados Unidos es “America First”, que tiene más ribetes de antagonismo por la supremacía mundial, aún en poder de ellos, y ganancias de popularidad que de una estrategia de crecimiento.

Venimos de períodos de cooperación entre potencias con vistas a objetivos más ambiciosos e imperiosos que la obtención de un beneficio puesto sólo en miradas cortoplacistas. ¿O acaso puede resultar en ganancias de largo plazo, por ejemplo, para los estadounidenses un mundo fracturado y en reversa de lo construido hasta el presente, y de los cuales ellos han sido los grandes beneficiarios?

Esos períodos permitieron reconstruir Europa, luego de la devastadora Segunda Guerra Mundial y paliar la que pudo haber sido la catastrófica crisis financiera de Estados Unidos en 2008, así como la posterior generada principalmente por lo bonos soberanos en Europa en 2012. Esto último para citar tiempos más presentes que involucran ya a la nueva potencia China como así también a la cooperación surgida del período inaugural del relanzamiento del G20.

Hoy casi todas las instituciones que surgieron y actuaron, con sus aciertos y errores, a propósito de esa necesidad de cooperación están en descrédito.

Pero los problemas de hoy en día son también graves y requieren soluciones globales. La cuestión del cambio climático ya no es una amenaza sino un problema que empieza hacer estragos en el presente. Los movimientos financieros que crecen en forma descontrolada; los sistemas de pensión, aún los de los países más desarrollados creados bajo premisas hoy desactualizadas; el impacto de la tecnología en el trabajo; los movimientos migratorios (obsérvese el impacto de este sobre el Brexit y el aún desconcertante futuro que se ha abierto al ya no tan Reino Unido a partir del referéndum), y así podríamos seguir.

Las soluciones perfectas no existen, pero el aislamiento solo empeorará la situación. Está claro que los organismos multilaterales creados han tenido defectos y requieren se reformulados. Pero para eso necesitan del apoyo de los países integrantes que deben tomar esto como compromisos de mediano y largo plazo y en donde todos deberán ceder par llegar a una solución global.

Muchos de estos organismos fueron creados cuando la población mundial era de 2.500 millones (1950), y hoy está cerca de 7.500, con un gran incremento mediante de capas medias y del consiguiente aumento en el consumo generadas por éstas, y en especial de recursos naturales.

Para mencionar uno de los efectos: según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) cerca de 140 millones de indios respiran aire con partículas consideradas tóxicas 10 o más veces el límite de lo recomendable. Y respecto al cambio climático los efectos abundan en la prensa.

Ahora bien, ¿cómo se aborda esta problemática? Un ejemplo reciente son los disturbios en Francia. La reacción, aunque probablemente sea un disparador, surge de una medida que se entiende que está enmarcada en un camino correcto: el desaliento al consumo de combustibles fósiles. Pero el punto es quien soporta el costo. Una cosa es apoyar una las iniciativas “verdes” de un partido, y la otra es por quién pasa el cargo. A nivel global sucede algo similar, cada uno con su verdad: Estados Unidos, que no adhiere al Protocolo de Cambio Climático de París de 2015, es el que más dióxido de carbono ha emitido hasta el presente, aunque hoy emite menos que China (segundo más grande emisor a nivel

acumulado) y el que más lo ha reducido.

Mientras tanto, los más desfavorecidos, los países pobres, son los que menos posibilidades tienen de defenderse y los que, entonces, peores consecuencias sufren, dado que tampoco disponen de acciones de remedio. Sólo les queda a muchos de sus habitantes emigrar a los países que al menos disponen de esos recursos. Nadie está a salvo, entonces.

La solución sólo puede surgir dialogando, cediendo y acordando, para eso hay que pensar más allá de la próxima elección. Parafraseando a Keynes, aunque sacándolo de contexto, en el largo plazo todos estaremos muertos. Claro que él lo mencionaba pensando en reactivar al enfermo, no para continuar con sus vicios actuales a expensas de agravar su enfermedad en el futuro.

El G20, con su declaración conjunta, pudo haber sido un tímido pero importante punto de inflexión. Esperemos no arruinarlo con objetivo cortoplacistas.

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