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La nueva concepción militar del equilibrio internacional

Trump buscar denunciar el Tratado de 1987 sobre Armas Nucleares de Medio Alcance suscripto con Rusia

Atilio Molteni 09 noviembre de 2018

Por Atilio Molteni Embajador

Aunque es muy posible que el Gobierno de Donald Trump tenga muy buenas razones para tentarse a denunciar el Tratado de 1987 sobre Armas Nucleares de Medio Alcance suscripto con Rusia, es llamativo que no empezara por proponer (hasta donde se sabe no lo hizo) revisar en lugar de olvidar el antedicho arreglo con Moscú, sobre la base de hacer un esfuerzo conjunto para involucrar a China, borrar lo que hoy está obsoleto o no sirve, agregar lo que falta y darle consistencia a todo el texto.

Es obvio que en Washington se miran los hechos con otro enfoque. Así se explica que el pasado 20 de octubre el jefe de la Casa Blanca anunciara, desde Nevada, que Estados Unidos tenía pensado terminar los compromisos que emergen de dicho tratado alegando tres cosas. Primero, el fin de la tolerancia para las antiguas, reiteradas y sistemáticas violaciones de las reglas del mencionado instrumento legal por parte de Rusia. Segundo, el riesgo que supone tener a China con mano libre y no enrolada en las mismas disciplinas y, tercero, el hecho de que sus reglas hoy impiden el normal desarrollo de nuevas armas más eficaces, potentes y funcionales a los problemas que impone el escenario mundial. En apariencia, los representantes estadounidenses que fueron a Moscú a explicar la medida, señalaron que la alternativa podría ser que esa tríada de naciones se comprometa seria y verificablemente a preservar un equilibrio en el que ninguna de las ellas adopte el camino del desarrolle oficial o extraoficial de ese tipo de armas.

Esta sorpresiva y descarnada forma de militarizar el concepto de equilibrio del poder mundial, induce a preguntar un par de cosas. Ante todo, por qué Washington decidió mover ahora, y con un estilo irritativo, esta clase de piezas. También si el dramatismo elegido para presentar la decisión obedece a un real interés de negociar o sólo es un modo de despejar el camino para dar vía libre a quienes desde siempre rechazaron el control de armas y estiman imperativo desarticular cuanto antes lo que ellos definen o ven como un intolerable chaleco de fuerza que impide la supremacía en el poder de fuego. Cualquier observación debería asimilar el hecho que el 21 de octubre último, el asesor en materia de seguridad nacional de Trump, el furtivo ex embajador John Bolton, un hombre que nunca fue partidario del citado tratado e influye notoriamente en las decisiones del Presidente, fuera el encargado de viajar a Moscú para dar cuenta de esta decisión a la parte rusa. Y si bien todavía no se dio a conocer la comunicación formal del retiro de Washington del tratado, el emisario habría vuelto de su viaje como se fue: con las manos vacías.

Cabe recordar que el tratado existente nació de una secuencia en la cual se destacó la injerencia o respaldo protagónico del Partido Republicano. Los primeros escalones que marcaron la ruta a la firma del Tratado se dieron en 1983, cuando el entonces presidente Ronald Reagan anunció planes para desplegar en territorio europeo misiles intermedios Pershing II, como una forma de neutralizar los SS-20 de la ex Unión Soviética, un enfoque que, al ser llevado a la práctica, encontró tenaz resistencia en varios países europeos. El que suscribió el tratado fue Mihail Gorbachov, decisión que adoptó bajo el entendimiento de que ello pondría fin a la Guerra Fría. El texto de ese instrumento legal destaca que en ese momento los dos países estuvieron de acuerdo en prohibir todos los misiles que pudieran ser disparados desde la tierra y los misiles cruceros que tuvieran un alcance de entre 500 y 5.500 kilómetros dotados indistintamente con cabezas convencionales o nucleares, descripción que no englobó a los que pudieran ser disparados desde el mar o desde el aire. Al implementarse el Tratado, los soviéticos destruyeron 1.846 misiles y 654 SS-20 (misiles de tres cabezas). Paralelamente, Estados Unidos destruyó 846 misiles. Ambas partes completaron nuevas reducciones de estas armas en 1991, cuando se firmó el “Tratado de Reducción de Armas Estratégicas”.

Sin embargo, está claro que, desde 2014, Washington entendió que era vital señalar que Moscú estaba violando el Tratado al desarrollar y desplegar una nueva clase de misiles cruceros basados en tierra, los que se identificaron como los SSC8 (y a los que Moscú llama 9M729), denuncia que Rusia negó repetida y enfáticamente.

El texto en debate admite el retiro de una de las partes con seis meses de preaviso cuando ocurran acontecimientos extraordinarios que ponen en juego sus intereses supremos. Algunos especialistas sostienen que la decisión de Washington no solo responde a las violaciones rusas, sino también al hecho de que, al ser un tratado exclusivamente bilateral no resulta aplicable a China, que hace tiempo entró a este escenario como un nuevo competidor estratégico. Sin embargo, la denuncia del Tratado afecta intereses detectables de aliados europeos y asiáticos de Estados Unidos, lo que incluye la necesidad de controlar y limitar la vocación expansiva del gobierno ruso.

Los especialistas suponen que la decisión de la Casa Blanca se presta a distintas interpretaciones.

La ya mencionada ilusión negociadora de obtener ventajas concretas de Rusia, debido a que ambos países tienen interpretaciones divergentes acerca de cuál es el punto deseable de estabilidad estratégica, lo que aumenta el riesgo objetivo de competencia nuclear.

Buscar la cooperación rusa, lo que no tiene sentido bajo el enfoque de Vladimir Putin.

Iniciar una nueva era de tratados modernos de control multilateral de armas, que respondan a las realidades de las tecnologías emergentes y los riesgos cibernéticos.

Un factor a tener en cuenta es que cualesquiera de estas iniciativas será problemática para Europa, cuya dirigencia no ve con simpatía la frivolidad y beligerancia mal dirigida de Washington, que hoy no parece distinguir adversarios de aliados históricos y genuinos, tiene dudas de que con sus enfoques pueda asegurarse las paz y la seguridad de ese continente e intuye que la denuncia del Tratado permitirá a Rusia el despliegue irrestricto del tipo de armas que se quiere controlar y eliminar. En ese contexto, el planteo de Washington resulta muy inoportuno para quienes deben enfrentar múltiples problemas como el retiro del Reino Unido de la UE, la crisis de la económica de la Eurozona, las amenazas cibernéticas de Rusia, las tendencias antidemocráticas de algunos de sus propios Estados miembros y su dependencia energética de Moscú.

En lo que concierne a China, hoy Washington ve las cosas con ojos de crisis en varios frentes. Le imputa el robo sistemático de sus derechos de propiedad intelectual y de crear obligaciones ilegítimas sobre los inversores radicados en esa economía asiática, así como medidas orientadas a crear y preservar una sistemática y ruinosa crisis de sobreoferta industrial en el campo del acero, el aluminio, los cerámicos y otros sectores cruciales. Por si ello fuese poco, el pasado 4 de octubre el vicepresidente Mike Pence formuló una declaración que equivale a generar de facto de una nueva Guerra Fría, sin importar que en esos mismos días se registrara un incidente entre un buque chino y un destructor norteamericano que estuvieron cerca de colisionar, cuando el segundo estaba ejerciendo el derecho de libertad de navegación.

Lo cierto es que han quedado muy atrás las circunstancias geopolíticas que permitieron al presidente Richard Nixon la apertura a China en los años setenta, que fue consecuencia de la mutua desconfianza de ambos hacia la ex Unión Soviética.

El otro aspecto que suele estar fuera de la atención pública, es que el gasto militar chino aumentó constantemente y guarda proporción con el incesante crecimiento de su PIB. La expansión de su flota no tiene comparación posible, mientras sus misiles antinavales con plataforma en buques, aire y tierra son de tecnología muy avanzada al tiempo que parte de esa ferretería está desplegada en los islotes del Mar de la China. El alcance de los mismos oscila de los 400 a 1500 kilómetros en el caso del DF.21D, y a los 4.000 kilómetros del alcance para el modelo DF-26, lo que constituye un peligro identificable para los portaaviones estadounidenses. Pekín también está desarrollando una nueva generación de bombarderos de gran alcance armados con misiles crucero, que son aviones de combate de última generación, misiles antisatélites, portaviones y submarinos, capaces de desplegarse más allá de su periferia territorial. Todo ello alteró la referencia de equilibrio en la región Asia-Pacífico. Además tiende a crear la necesidad de que Estados Unidos suponga que le resulta indispensable contar con más medios militares para contener y confrontar esta medición de fuerzas, en el marco de una rivalidad estratégica que se proyecta sobre la casi totalidad de las áreas de conflicto que existen en el mar del Sur de China, lo que se agrega al irresuelto y gravísimo problema que plantea Corea del Norte.

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