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El apurón de EE.UU. y los debates para fortalecer la OMC

El 24 y 25 de octubre se reunirán en Ottawa trece ministros y participantes especiales para analizar la propuesta que elaboró Canadá para fortalecer la OMC

23 octubre de 2018

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

El 24 y 25 de octubre se reunirán en Ottawa trece ministros y participantes especiales, como el embajador Roberto Azevedo, Director General de la OMC, con el fin de analizar la propuesta de discusión que elaboró Canadá para fortalecer y modernizar esa organización. La convocatoria supone un pequeño cónclave de miembros con pensamiento similar (like minded) identificados como “la franja del medio”, un grupo que esta vez incluye a los gobiernos de Australia, Brasil, Chile, la Unión Europea, Japón, Kenia, México, Nueva Zelanda, Noruega, Singapur, Corea del Sur y Suiza.

El texto a debatir consta de ocho páginas y, a pedido de sus autores, circuló a fines de setiembre como documento de trabajo en Ginebra. Se trata de una iniciativa elaborada con similar formato y objetivos a los identificados semanas atrás por la Unión Europea (UE), cuyos enfoques principales fueron comentados por esta columna. Otras consultas con igual propósito engloban a Washington, Japón y Bruselas, o a un mar de formatos inventados por la UE con naciones y grupos asiáticos de alto vuelo donde también participan China, Corea del Sur, Singapur y el Grupo Asean.

Sin embargo, el representante de la Oficina Comercial (el USTR) de Estados Unidos ante la OMC, embajador Dennis Shea, alega que estos debates y diálogos sólo confirman que los negociadores se limitan a hablar mucho, hacer poco y creer que disponen de todo el tiempo del mundo para acabar esta tarea, lo que no sería un mal resumen si empezara por encabezar la lista de charlatanes que obstruyen y no ponen en la mesa una solución razonable a su propio su país. De paso, con ello, haría honor a la consigna América Primero (America First) del Jefe de la Casa Blanca.

Ese creciente interés por dejar atrás el estancamiento del foro, por asumir la responsabilidad de reparar y fortalecer el Sistema Multilateral de Comercio (la OMC) tras el sonoro fracaso de la reciente Conferencia Ministerial de Buenos Aires (2017), es un impulso que se beneficia de la inquietud que inspiran los exabruptos o disparates que produce minuto a minuto el presidente Donald Trump, cuya guerra comercial contra China preocupa al resto del mundo, a gran parte de la dirigencia de su propio país y a las organizaciones de Bretton Woods como el FMI y el Grupo del Banco Mundial. Si las admoniciones del representante de la Casa Blanca indican que por fin Washington está listo a desbloquear el mecanismo de Solución de Diferencias de la OMC ajustando las piezas que no funcionan, o funcionan mal, eso sí sería progreso. Si su país quiere usar inteligentemente del Artículo 25 del Entendimiento de Solución de Diferencias, como acaba de proponer Jim Bacchus en un reciente paper divulgado por el Cato Institute, sería bueno que su delegación empiece por traer la propuesta, le estampe la firma y comience negociar con respeto y sin preconceptos. Si asume ese rol, Washington dejaría de ser visto como la Corea del Norte del ex mundo occidental.

Al margen de lo anterior, resulta llamativo el criterio que empleó el gobierno de Canadá para armar la antedicha minicumbre informal de Ministros. Ottawa no invitó a representantes de Estados Unidos, China, India o Rusia. El vector tácito del diálogo apunta a un ejercicio orientado a recolectar ideas o reacciones acerca de su propuesta, lo que es una práctica bastante habitual, es decir, un diálogo tendente a buscar consenso inicial con las naciones que tienen reflejos sistémicos conocidos y previsibles, así como voluntad política para encarar la reforma de la OMC sin caer en los absurdos mercantilistas de Washington o en la cuestionable inflexibilidad de los gobiernos que no quieren saber nada de reformas (Sudáfrica, por ejemplo). Por ello no es llamativo que la nómina de invitados no se haya extendido a quienes en estos días se caracterizan por guardar atronador silencio, parecen atontados por la dirección de los hechos o se dedican a reservar toda la pólvora para hacer gestos de relaciones públicas.

De una u otra manera, el balance de este proceso condenará a muerte el principio del compromiso único (“single undertaking”) acuñado en la Ronda Uruguay, que llevó al Sistema, y al Acuerdo de Marrakech, a regirse por la regla de que “nada está acordado hasta que todo sea acordado”, lo que sería el saldo natural de apostar a una futura OMC de varias velocidades, con énfasis en acuerdos plurilaterales o sectoriales más que globales y con una parte de la membrecía dispuesta a sacarle capacidad de veto a las minorías de esa Organización (aunque ellos mismos pueden ser las futuras víctimas del l enfoque que hoy proponen). Dictaminar si tal subproducto es algo bueno o malo, no es un debate que pueden dirimir quienes son ajenos al detalle de lo que pasa en la OMC o, peor, de los que suponen entender del asunto y divagan sin piedad ni prudencia.

Uno de los primeros condenados por estos cambios, serán los temas sensibles. Por ejemplo el proceso de liberalización agrícola, el único sector que está fuera de las reglas generales de la OMC y es parte de los compromisos incumplidos de la Ronda Uruguay. En estos días parece claro que si esto sigue sin que nadie intervenga, tendrá destino de continua amputación, sala de espera o cama criogénica para derechos ya adquiridos. Hasta principios de este milenio, los gobiernos de la Argentina y de buena parte del Grupo Cairns no se encogían de hombros ante semejante perspectiva y entendían que nuestras exportaciones agroindustriales eran una legítima y estratégica fuente de los dólares no retornables que llegan al BCRA. No se resignaban a aceptar de brazos cruzados esta especie de “apartheid” económico.

En las últimas horas el representante de la Casa Blanca ante la OMC también confirmó el shopping list que ensambló su Oficina (el USTR). Sostuvo que, mientras se desarrollan los debates sobre la modernización de la OMC, su gobierno necesita y exige acción inmediata sobre lo que podría llamarse, a nuestro juicio, el “paquete China”: a) la reforma del Acuerdo sobre Subsidios y Derechos Compensatorios, para poner en caja los subsidios industriales; b) un régimen claro y estricto para regular el papel de las empresas del Estado u organizaciones que cumplen la función económica de tales empresas; c) medidas contra las normas de transferencia forzosa de conocimientos y tecnologías que afecten al comercio y la inversión, y d) una clara definición de lo que significa en la OMC el concepto legal de “economía de mercado”. Le faltó agregar, lo que aparece en el primer párrafo del papel canadiense, la noción de falta de reciprocidad en las transacciones, un concepto mercantilista directo que hasta el momento reclamaban los países en desarrollo pero que, con la cantinela del “comercio justo” del Presidente Donald Trump, es un criterio que se intenta aplicar país por país sin entender el concepto de reciprocidad o equilibrio global que rige la OMC. El cambio de las reglas del Nafta por las del Usmca ejemplifica este último e insalubre mensaje.

El otro tema a tener en cuenta, es de diagnóstico. Al sugerir semanas atrás desde esta columna que el gobierno nacional tendría que actualizar ciertos enfoques de la próxima Cumbre Presidencial del G20, dejando de jugar al “honest broker” y poniendo los pies en la Tierra, sólo adelanté lo que acaba de pasar en la Asamblea de Gobernadores del Fondo Monetario y del Banco Mundial, donde encabezó nuestra delegación el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne. Mientras en la sectorial del grupo realizada en nuestro país a fines de julio se le dedicaron en el comunicado tres confusas líneas (ver mis columnas), sin mencionar por su nombre a las guerras comerciales como la de China y Estados Unidos, gran parte de la mencionada asamblea fue un megáfono desde el que todos los dirigentes que hicieron uso de la palabra subrayaron las consecuencias traumáticas y nefastas de estos hechos sobre los niveles globales de crecimiento económico, comercio, empleo futuro, equilibrio financiero y desvío de inversiones. Ninguno de estos enfoques es nuevo, pero el Gobierno argentino no parece haberse enterado. Una de las oradoras más fogosas y elocuentes de esta agenda fue Christine Lagarde, actual directora-gerente del FMI y ex Ministro de Comercio de Francia, cuando aún militaba en la proverbial ortodoxia proteccionista de su país. ¿Pecados de juventud?

Si bien no es intención vapulear el papel canadiense a esta altura, vale la pena alertar sobre la necesidad de mirar con cuidado algunos de sus enfoques. Al igual que el documento europeo, abarca los tres grandes capítulos identificados en esos debates: a) mejorar la eficiencia de la función de monitoreo; b) salvaguardar y fortalecer el Sistema de Solución de Diferencias, y c) construir los pilares que permitan modernizar las reglas de comercio sustanciales cuando llegue el momento oportuno. Tras leer esa sobredosis de lenguaje ambiguo, comencé a preguntarme si Shea no tiene algo de razón, por lo que en los próximos días intentaré concentrar esta columna en un análisis pormenorizado de la propuesta de Ottawa.

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