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Estados Unidos y China abortan el diálogo sobre guerra comercial

Por la guerra comercial, hacia mediados de 2019 veremos un violento recorte del comercio global y, asimismo, una nueva recesión mundial

18 julio de 2018

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Ante la fuerte dosis de cotidianos exabruptos que “twittea” o expresa Donald Trump, no es raro que los analistas cometan, por fatiga de combate, el desliz de pasar por alto anuncios sustantivos como el que produjo la semana pasada el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Steven Mnuchin. Este generó singular perplejidad al informar, con lenguaje tipo “aquí no pasó nada”, que Washington y Pekín habían decidido cerrar, de modo fulminante, el diálogo sobre el desarme de la guerra comercial que hoy trae o debería traer de cabeza a todo el planeta. Ello se compara desfavorablemente con el clima que pareció surgir en el diálogo oficial y paralelo que sostuvieron China y la Unión Europea (UE) los días 16 y 17 de julio, en cuyo contexto se formó un grupo orientado a pergeñar una propuesta de reforma del sistema multilateral de comercio, es decir, la OMC.

Tampoco es un mensaje de paz y amistad la respuesta que brindó el Jefe de la Casa Blanca, cuando a una pregunta de la corresponsal europea de Bloomberg, Ros Frasny, acerca de a quien consideraba en este momento el principal enemigo de Estados Unidos, éste dijo, lacónicamente, “la UE”. De todos modos, nada impide que mañana diga, con igual frivolidad, que se trató de una noticia falsa (fake news) y atribuya su disparate a una sesgada interpretación periodística. Pocas horas antes, Trump había dado vida, dentro de una visita oficial, a un bochornoso e increíble episodio diplomático sobre la gestión del Brexit por parte de la primera ministra del Reino Unido, Theresa May.

Y si bien bastaría combinar una inteligente dosis de voluntad política, convocar a una diplomacia más sofisticada (recurso escaso en el Washington de estos días) y un plan estratégico con objetivos discernibles para crear segundas oportunidades en la relación con Pekín, lo que quizás ya se esté intentando, el habitante de la Oficina Oval le prestaría un gran servicio a Estados Unidos y a las naciones que entienden la gravedad del problema, si por fin decide sustituir el camino de la infantil prepotencia por los atajos de la negociación legal y racional. A esta altura, los grandes centros de política económica saben que será necesario algo más que un milagroso replanteo de la OMC para evitar la inmanejable recesión que surgirá del violento recorte al intercambio que provendría de la guerra comercial en curso, contracción que sería visible a mediados de 2019. Los que previmos tal escenario desde hace cuatro o cinco años (ver mis notas en Agenda Internacional y otros medios) con el simple método de apilar y ordenar criteriosamente los datos, y por supuesto sin olvidar lo que pasó cuando Washington cayó en una parecida idiotez durante los años '30 (enmienda Smoot-Hawley), siempre dejamos en claro que los daños colaterales de este nuevo conflicto no serían fáciles de desactivar sin un radical cambio de la mentalidad y las tácticas de macho Alfa hoy imperantes. La realidad tiende a respaldar cada uno de esas previsiones.

Tales insumos llegaron al Capitolio cuando muchos legisladores, entre ellos notables e influyentes líderes republicanos, como el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan o el senador Kevin Brady, piensan abiertamente que el Jefe de la Casa Blanca se pasó de rosca con las represalias unilaterales a las naciones aliadas que cometieron el “delito” de tener una política comercial más competitiva (esta referencia no engloba a China y regímenes similares de Asia) y superávit en el intercambio con Estados Unidos.

Ellos entienden que Washington debería negociar con vectores claros y previsibles, y alcanzar cuanto antes una buena solución de consenso con el Presidente de China, Xi Jinping, sin dejar a la intemperie el proceso destinado “modernizar” el Nafta (ver mis pasadas columnas). En ese ámbito se percibe, con indisimulable recelo y alarma, el volumen, la falta de reglas institucionales (tanto agresores como agredidos por las represalias comerciales están soslayando la legalidad OMC), los efectos económicos y el nebuloso rumbo que se atribuye a las sucesivas olas de castigo de vena mercantilista que preparó y lanza al voleo Trump y replican con equivalente dureza y furia sus mayores socios comerciales, entre los que se destacan aliados geoestratégicos como los 28 miembros de la Unión Europea, Canadá, México, Turquía, la India, Noruega y otras naciones afectadas.

Testimonio de lo que se destaca precedentemente, es que hay dos iniciativas que tienden a prosperar velozmente en el Senado, una vinculante (del senador Bob Corker) y otra de aplicación voluntaria (esta última ya obtuvo apoyo mayoritario), orientadas a lograr la consulta previa de la Casa Blanca con el Congreso ante cualquier intento de respaldar una medida arancelaria con las disposiciones de la Sección 232 (Seguridad Nacional) de la Ley de Comercio de 1962. Ese fue, precisamente, el resorte legal empleado para justificar el aumento unilateral de aranceles de importación, lo que ya fue objeto de masivas represalias contra Estados Unidos, en el caso del acero y el aluminio. Los países que como Argentina, Brasil, Australia y Corea fueron exentos de esos gravámenes adicionales aceptaron, sin darse cuenta, una cuota arancelaria congelada, a la que se le acaba de poner la traba adicional de ser administrada en tramos cuatrimestrales, lo que resta flexibilidad e integralidad a su explotación comercial.

También ahora el diagnóstico de crisis económica originado por la Guerra Comercial en progreso empieza a recibir el nivel de atención que merece dentro de las cambiantes evaluaciones y pronósticos del FMI, la OCDE y aun en los pronunciamientos abiertos del director general de la OMC, Roberto Azevedo. Nuestro querido colega brasileño, parece competir en forma directa con el hobby de insomnio que acuñó el Presidente de los Estados Unidos, ya que inundó las redes sociales con algunos tweets que constituyen una fuerte y relevante advertencia respecto del accionar del Grupo de los 20 (G20), el que hasta comienzos de diciembre será presidido por el ingeniero Mauricio Macri.

El embajador e ingeniero Azevedo, señala que los miembros del G20 aplicaron, en el último semestre (mediados de octubre del año 2017 a mediados de mayo del corriente año), 39 nuevas restricciones comerciales ajenas a la legalidad OMC que afectan a más de US$ 74.000 millones de comercio internacional, un monto bastante similar a las ganancias obtenidas con la aplicación del nuevo Acuerdo de Facilitación de Comercio de la OMC.

En esos cálculos no fue computado el paquete inicial de US$ 50.000 millones (34.000 más 16.000 millones) de represalias de comercio orientadas a castigar a China, el que se fundamentara en otra secular ilegalidad (la Sección 301 de la Ley de Comercio de Estados Unidos de 1974), a cuyo amparo se preparan dos paquetes adicionales, uno de US$ 200.000 millones que incluye miles de productos y otro de unos US$ 350.000 millones según la cifra mencionada por Barry Eichengreen en Project Syndicate, al analizar el conocido intento de aumentar los aranceles a la importación de automotores terminados y partes automotrices, tema que tiene varias semanas de público baqueteo. En total, resume Martín Wolf (columnista del Financial Times), se afectaría un intercambio que rondaría los US$ 800.000 millones al año, lo que equivale a la tercera parte de las importaciones totales de Estados Unidos (esa cifra podría ser mayor, debido a que Wolf habría subestimado los valores del paquete automotriz).

En el plano político, sólo los grupos ultrainformados que siguen este proceso, están electrificados por los hechos. Pero el ciudadano estadounidense, que se aburre con los ejercicios tecnocráticos, llegará a las elecciones de noviembre próximo con números brillantes de actividad económica y nivel de ocupación, un espejismo que permitiría mostrar a un Trump heroico. Eso resta fuerza, según los consultores de opinión, a la posibilidad de recomponer seriamente la estructura del poder legislativo. La parte durísima de esa película será el despertar de la mañana siguiente.

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