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Argentinos, bajemos la tasa

Hoy, el Gobierno enfrenta un obstáculo recurrente: la inconsistencia entre el tipo de cambio que hace sostenible el sector externo y aquel que satisface las expectativas de gasto de amplios sectores de la población

03 julio de 2018

Por Jorge Pazzi Economista

Hay un gran número de nuestros compatriotas que albergan un sentimiento de paraíso perdido y participan de la idea que existió un pasado, que casi todos ellos no vivieron, pero que fue mucho mejor que el presente que les toda transitar y al cual es deseable volver. Claro que lo que se comparte es esa sensación de que algo decisivamente mejor hubo, aunque si se contrastan las memorias que las alimentan se advierte que están referidas a mundos distintos, cuando no opuestos.

Hay un gran número de nuestros compatriotas que albergan un sentimiento de paraíso perdido y participan de la idea que existió un pasado, que casi todos ellos no vivieron, pero que fue mucho mejor que el presente que les toda transitar y al cual es deseable volver

Un conjunto de argentinos supone que el país previo a la crisis del '30 expresa lo mejor de nuestra historia y explica, para ratificarlo, nuestra ubicación en el concierto de las naciones de esos años. La vuelta al funcionamiento económico de entonces describe su paraíso perdido. Otro grupo de connacionales, en cambio, enmarca su memoria deseada en el modelo manufacturero de la segunda posguerra, con su secuela de pleno empleo de trabajadores sindicalizados en gremios pertenecientes a actividades industriales protegidas.

Curiosamente, ambos grupos, aunque con modelos opuestos en sus cabezas, comparten dos creencias. En primer lugar, todos asumen que si se colocan los incentivos correctos el país que imaginan puede ser recreado a imagen y semejanza de sus nostalgias. En segundo término, ambos grupos suponen que somos más ricos de lo que realmente somos. Convengamos que esta última convicción, como la asistencia perfecta sarmientina, es una idea que se inculca desde primer grado y que tiende a consolidarse como una certeza generalizada.

Los escuderos del modelo de fines del siglo diecinueve y principios del veinte entrevén la posibilidad de una vuelta al mismo de la mano de una China cumpliendo el rol británico de entonces. Tienden a no contemplar que es este un país demasiado grande en términos de población como para poder sostenerse con la soja, y sin que estén claras que otras actividades proveerán la demanda de empleo que evite una conflictividad social que ponga en peligro la gobernabilidad.

Por otro lado, los cruzados del mercado internismo de fines de los '40, donde ubican lo mejor de su añoranza, parecen no considerar que entonces se presentó una constelación irrepetible de circunstancias domésticas e internacionales que permitió financiar el inicio de un sistema que se haría insostenible. Considerable stock de reservas internacionales ?la parte convertible de ellas?, cajas jubilatorias recientes y largamente superavitarias, y un extraordinariamente benevolente contexto internacional donde el mundo ávido de alimentos de la segunda posguerra brindó al peronismo temprano los términos de intercambio más altos del Siglo XX.

Tratando de recrear un capitalismo más moderno y competitivo, el Gobierno actual busca una diagonal entre esos recuerdos idealizados que, sabe, no son repetibles. No es posible “vivir con lo nuestro” en el mundo de hoy mientras que lo opuesto, una inserción poco prudente en ese mundo, puede llevar a una modernización con excluidos que no va a ser tolerada. Esperando atravesar el sendero que conduzca finalmente al desarrollo, el Gobierno enfrenta, como otros antes, al obstáculo más grande y persistente que se interpone para alcanzar ese objetivo: un conflicto distributivo que no ha podido ser procesado desde hace décadas, y cuya expresión en términos de política económica es la inconsistencia entre el tipo de cambio que hace sostenible el sector externo de la economía y aquel que satisface las expectativas de gasto de amplios sectores de la población.

No es posible “vivir con lo nuestro” en el mundo de hoy mientras que lo opuesto, una inserción poco prudente en ese mundo, puede llevar a una modernización con excluidos que no va a ser tolerada

Si bien ese dilema atravesó los diseños de política desde mediados del siglo pasado, las crisis profundas y recurrentes que se desataron desde sus últimos veinticinco años, y que infligieron problemas severos cuando no sufrimientos poco tolerables para algunos, tendieron a agravar el problema al acortar la paciencia popular. No sólo el paraíso perdido era renuente a regresar, sino que una crisis se percibía a la vuelta de la esquina cuando aún perduraban los dolores de la anterior. Se cristalizó un esquema de expectativas en el que aunque haya promesas de un futuro diferente este es descontado con una tasa cercana a uno, por lo que hoy ese futuro vale cero. La consecuencia es inmediata: todo el mundo piensa que el momento de cobrar es ahora.

Si, como apuntamos arriba, desde hace mucho nos dijeron que éramos ricos pero en realidad no lo somos ?ni siquiera somos tan educados como sí lo fuimos entonces?, lo de cobrar ya no es posible, al menos no en forma sostenida. El Gobierno anterior lo intentó y buscó pagarles a todos rápidamente. Claro que lo hizo a costa de consumir stocks diversos y con represión financiera, a partir de una política inconsistente e irresponsable.

Teniendo en cuenta que son muy pocos los grados de libertad que le quedan a la política económica, hay que bajar la tasa con la que los argentinos descuentan el futuro. ¿Cómo hacerlo? Para echar luz sobre el grado de dificultad que plantea esta cuestión, baste señalar que, mientras se mantiene la protección sobre la población en situación muy vulnerable, se debe convencer al resto de los argentinos que son menos ricos de lo que creen ser y que, entre otras cosas, tienen que aumentar su tasa de ahorro. ¿Cuáles pueden ser los incentivos que induzcan semejante cosa?

Mientras se mantiene la protección sobre la población en situación muy vulnerable, se debe convencer al resto de los argentinos que son menos ricos de lo que creen ser y que, entre otras cosas, tienen que aumentar su tasa de ahorro

Tal vez la promesa de una mejor educación en el futuro y de una salud de más calidad y mayor cobertura; claro que es ésta una apuesta al bienestar de sus hijos, cuando no de sus nietos. Como ese esquema remite a un futuro indeterminado, tal vez haya que introducir incentivos más inmediatos. Mecanismos de participación en las ganancias que vaya generando el nuevo modelo de desarrollo de crecientes grupos de trabajadores tal vez deberían ser explorados.

Hay que pensar que es imprescindible lograr una mayor cooperación en la sociedad, para procesar adecuadamente ese conflicto mencionado. Admitamos que no hemos sido buenos hasta ahora en ese aspecto. Si el camino al desarrollo tiene como insumo imprescindible mayor cooperación, el desafío es poner de acuerdo a la gente. Esa es una tarea que sólo puede llevar adelante la política.

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