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Problemas en medio del río

El Gobierno reaccionó mal y tarde y, así, terminó en el FMI. ¿Cómo sigue?

11 mayo de 2018

Por Matías Carugati Economista Jefe de M&F Consultora

Primera escena. Frente a la Asamblea Legislativa, el Presidente brinda su discurso de apertura del período de sesiones ordinarias del Congreso de la Nación y sostiene que, en términos económicos, lo peor ya había pasado. Segunda escena. Frente a una cámara de televisión, el Presidente anuncia a la sociedad que iniciará conversaciones con el FMI para negociar una línea de apoyo financiero que ayude a estabilizar la situación económica del país. ¿Qué pasó que, en apenas 68 días, no quedó más recurso que ir a golpear la puerta del tan denostado organismo? El gran Rudiger Dornbusch decía: “La crisis tarda más tiempo en llegar de lo que piensas, y luego ocurre mucho más rápido de lo que hubieras pensado”. En medio de días vertiginosos, es útil retroceder un poco para tratar de ver cómo llegamos a esta situación.

La economía como factor (des) ordenador. El plan de estabilización venía dando resultados. El 2017 vio una combinación que se dio sólo tres veces en los últimos 30 años: economía en alza, caída del déficit fiscal y reducción de la inflación. Pero no todo lo que brilla es oro. El crecimiento repercutió positivamente en el empleo, aunque no tanto como se esperaba ni de la forma en que se esperaba (trabajo formal). El ajuste fiscal se basó principalmente en un recorte de subsidios tarifarios que impactó de pleno en el bolsillo y en el ánimo de la sociedad. Y el proceso de desinflación se fue desacelerando hasta frenarse por completo, con una suba de precios en torno al 25% anual (2,1% mensual promedio en los últimos seis meses). El “lado oscuro” del gradualismo también se hizo evidente: los desbalances macro se manifestaron en un fuerte déficit externo. El riesgo estaba latente y hoy hace notar.

Después de la euforia electoral, la sociedad se deslizó hacia la depresión. La aprobación de gestión cayó de 50% en octubre a 35% en nuestro último sondeo. La reforma jubilatoria, el intento de reforma laboral y los escándalos que involucraron a los ministros Jorge Triaca y Luis Caputo ayudan a explicar el deterioro. Pero gran parte se debe a que el ciudadano de a pie siente que la economía no acompaña. No por casualidad, los asuntos económicos son los que más preocupación generan en la sociedad y la evaluación respecto al presente es muy negativa (64% cree que estamos peor que hace un año).

En este aspecto, la nueva ronda de aumentos tarifarios no ayuda y el pesimismo empieza a extenderse. Hoy es más grande el grupo de personas que creen que la economía va a empeorar que el que se muestra más optimista (54% vs 25%, cuando en octubre la relación era 34% vs 40%). También es mayoritaria la opinión de que la situación laboral de 2018 será igual o peor a la del año pasado y que la inflación va a terminar diciembre en un nivel igual o superior al registrado doce meses antes. Lo que están mostrando las encuestas es preocupante para un Gobierno que se vio ayudado, hasta ahora, por las expectativas. La sociedad está cruzando el río y a medida que se cansa por el esfuerzo ve que la otra orilla queda más lejos de lo que le habían prometido.

El shock externo encontró una economía frágil y sin capacidad de respuesta, lo que disparó una alarma para los inversores extranjeros, que son los que venían financiando el gradualismo. El Gobierno reaccionó mal y tarde y, así, terminó en el FMI.

La política como caja de resonancia. Tarde o temprano, los partidos políticos iban a hacerse eco de una sociedad desgastada por una economía en ajuste gradual, continuo y sin línea de llegada a la vista. El tema tarifario se volvió un punto de confluencia. La iniciativa de frenar los aumentos coordina una oposición fragmentada, levanta una demanda social (69% cree que los aumentos son excesivos o innecesarios) y obliga al Gobierno a pagar un costo político por el eventual (¿e inexorable?) veto. Además, posponer las correcciones implicaría que el calendario electoral del 2019 estará teñido por los aumentos tarifarios que el Gobierno deseaba esquivar. En términos económicos, desandar el camino sería un golpe al corazón de la estrategia fiscal del Gobierno.

El peronismo olfateó rápidamente la nueva situación. De repente, la pelea por la presidencia no parecía del todo definida y, cuando es por el poder, el peronismo pelea a fondo, como puede verse por estos días. Resulta extraño que el Gobierno no haya visto el cambio de escenario, con una oposición (en general) razonable pero menos colaborativa y dispuesta a combatir cuando la ocasión lo amerita.

Este cuadro general sirve para entender dónde estamos parados. El shock externo encontró una economía frágil y sin capacidad de respuesta, lo que disparó una alarma para los inversores extranjeros, quienes son los que venían financiando el gradualismo. El descontento social y el ruido político no hicieron más que aumentar su volumen. Como cuando uno se despierta más tarde de lo debido, los fondos de inversión se movieron rápido, descargando activos argentinos e invirtiendo su dinero en otras latitudes. Después de una reacción inicial equivocada, el Gobierno corrió la situación desde atrás, hasta terminar yendo a las puertas del FMI. Veremos si todo esto es suficiente para estabilizar la situación. Ya habrá tiempo para analizar los daños y ver si el gradualismo se mantiene o nos obligan a cruzar el río más rápido.

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