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El dólar y el Régimen de Inflación (Parte II)

Perseverancia, atención, intervención, paciencia, honestidad: adjetivos que caben a la hora de lidiar contra un pasado complicado.

15 mayo de 2018

Por Pablo Mira Docente e investigador de la UBA

En una nota anterior caracterizábamos un régimen de inflación moderada (RIM) como un fenómeno perdurable donde las respuestas de los agentes económicos convalidan esta dinámica y contribuyen prolongar su lógica. La otra propiedad que comentábamos es que para abandonar este régimen por otro de estabilidad, las medidas a tomar no son para nada triviales. Trataremos de proveer aquí algunos lineamientos al respecto.

La primera regla a adoptar es tomarse el problema con filosofía. Si bien en principio podría concebirse un shock violento que modificara de una vez y para siempre el régimen, los costos podrían ser demasiado altos para los beneficios futuros involucrados. Por ejemplo, un recorte fiscal durísimo podría dar una clara señal de cambio de régimen, pero la economía quedaría durante un tiempo marcada a fuego por la recesión y por el descontento social. En estas circunstancias, el gradualismo no solo es una estrategia “moralmente deseable”, sino además la aproximación adecuada al problema.

En segundo lugar, no puede pretenderse desactivar un régimen de inflación corrigiendo al mismo tiempo los precios relativos en tiempo récord, como fue el caso de las tarifas. Dicho sea de paso, los precios de los servicios públicos estuvieron baratos durante tanto tiempo que los agentes conformaron con ella su propio “régimen”, asumiendo simplemente que los servicios públicos no eran relevantes en su presupuesto, ni lo serían nunca. Pero más allá de la velocidad de los aumentos, lo que importa es que los ajustes indujeron traslados a los precios finales, conforme a la lógica del régimen de inflación imperante. Más aun, como los servicios públicos constituyen insumos generales, como tales repercuten por definición en los precios de casi todos los bienes. La idea de que el mayor costo presupuestario induciría menor demana manda del resto de los bienes disminuyendo la inflación en ese conjunto es incompatible con un RIM. En un proceso de desinflación, los cambios en los precios relativos deben ser realizados con sumo cuidado. Esta misma recomendación vale para la urgencia en contrarrestar el atraso cambiario. Será difícil ganar competitividad velozmente mientras el régimen de inflación se mantenga inalterado. En todas las experiencias de América Latina, las devaluaciones nominales terminaron logrando ganancias en términos reales una vez que la nominalidad de la economía estuvo suficientemente controlada (digamos, por debajo del 8% anual). Intentar devaluar una y otra vez para ver perder costos sistemáticamente vía el pass-through desalienta a los participantes de la política económica, y fortalece el RIM.

Tercero, y en la medida de lo posible, los saltos bruscos en las variables nominales de relevancia deben ser evitados. La flexibilidad cambiaria podría tener algún rol en la amortiguación de los shocks externos, pero si la respuesta del mercado a la suba es demasiado impulsiva, la dinámica podría espiralizarse fácilmente a través de la tradicional heurística popular según la cual cuando el dólar aumenta, es momento de salir a comprar. Se trata de la misma propiedad del régimen: los agentes utilizan métodos sencillos y a mano para tomar decisiones que los protejan contra la incertidumbre nominal.

Cuarto, en tanto el RIM no permite identificar una causa saliente de la inflación, conviene actuar en todos los frentes posibles para menguar su dinámica. Aunque no sea fácil de lograr, hay que darle la oportunidad a la economía de que, al alinearse algunas variables, la inflación pueda empezar a converger a valores más bajos. Ceñirse a una única teoría de la inflación o a un dogma ideológico (“los precios deben ser lo más libres posible”) no nos permite ganar estabilidad y, por el contrario, la amenaza. Si los supermercadistas encaran una campaña para fijar los precios por sí solos por razones de competencia, no es un pecado que el Gobierno los acompañe y trate de generalizarla.

Finalmente, desde el punto de vista de las expectativas podría ser conveniente establecer un diálogo franco con la sociedad acerca de las dificultades de sortear el RIM de un día para el otro. Una señal sincera reconociendo la complejidad del problema podría ayudar más de lo pensado, porque concientizaría a la población de que cada uno de nosotros es “parte del problema”. Si bien esta no es una fórmula mágica, parece una opción más sensata que andar culpando de la inflación a un orate que se le ocurrió ponerse a imprimir, o a dos o tres corporaciones que se aprovechan del público.

Los regímenes de inflación en Argentina se fueron construyendo y fortificando gracias a muchas décadas de inestabilidad. La inflación logró incluso revivir en los 2000 como consecuencia de esta memoria histórica. Queda automáticamente justificada, por tanto, una política activa de lenta convergencia con eventuales reversiones transitorias de la tendencia. Perseverancia, atención, intervención, paciencia, honestidad. Adjetivos que caben a la hora de lidiar contra un pasado complicado.

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