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Disparen sobre el gradualismo

Macri debe construir una estrategia (y una narrativa) acordes a las menos apacibles aguas que habrá que navegar

14 mayo de 2018

Por Ignacio Labaqui UCA y UCEMA

En el curso de pocas semanas, el panorama se ha complicado significativamente para el Gobierno. El peronismo, aún fragmentado y con severas dificultades para resolver sus problemas de coordinación y liderazgo de cara a generar una oferta electoral unificada en 2019, está envalentonado y muestra los dientes al Gobierno con el poco realista proyecto sobre tarifas.

Los problemas en el frente interno no pueden separarse de las complicaciones provenientes del entorno internacional. Al cabo de unos pocos meses, Argentina pasó de ser la “niña bonita” de las economías emergentes a una decepción, primero y a oveja negra, ahora.

Un escenario internacional más complejo encuentra a Argentina en una situación de vulnerabilidad debido a sus elevados déficits gemelos. Ello, combinado a errores no forzados (el 28D) o el fuego amigo (los cuestionamientos de los aliados en Cambiemos a los ajustes tarifarios) explican para algunos analistas el presente episodio de volatilidad cambiaria y la aversión al riesgo argentino de las últimas tres semanas, que llevaron al gobierno a iniciar negociaciones con el Fondo Monetario Internacional.

A raíz de esta combinación de factores internacionales y domésticos, la reelección de Mauricio Macri, que parecía un hecho garantizado luego de superar con éxito el test de las elecciones de octubre, hoy parece incierta.

Frente a esta situación algunos analistas que desde el comienzo del Gobierno de Cambiemos reclamaron medidas fiscales heroicas, aprovechan el mal momento que atraviesa Argentina para señalar que ellos advirtieron que esto podía pasar y que ahora la única salida es aplicar sus recetas.

Hay algo en lo que uno podría acordar con este grupo de economistas: el tiempo del gradualismo ha terminado. Frente a un escenario internacional más adverso para los emergentes, y dada la mayor vulnerabilidad de Argentina, el Gobierno no tendrá otra alternativa que acelerar la corrección de los desequilibrios macroeconómicos heredados. Y si el financiamiento del mercado no está disponible o se torna demasiado oneroso, mejor hacerlo con la asistencia del FMI, a hacerlo sin red.

A raíz de una combinación de factores internacionales y domésticos, la reelección de Mauricio Macri, que parecía un hecho garantizado luego de superar con éxito el test de las elecciones de octubre, hoy parece incierta

El fin del gradualismo es un hecho. El FMI pedirá que la Argentina alcance en un plazo más breve el equilibrio primario tal como se desprende de la lectura del reporte de la revisión Artículo IV del organismo.

Ahora bien, ¿el fin del momento gradualista implica que los partidarios de un duro ajuste fiscal inicial tenían razón? Si su punto es que la política económica de Cambiemos era vulnerable a una reversión del entorno internacional, su hallazgo es tan novedoso descubrir la pólvora o la rueda en pleno Siglo 21.

Si era un hecho conocido que Argentina era altamente vulnerable a una mudanza del escenario internacional, surgen entonces una serie de interrogantes que vale la pena analizar.

Si el Gobierno era consciente de los riesgos del gradualismo, ¿por qué no hizo algo diferente desde un comienzo?

¿Era posible que Macri comenzase su gestión con un discurso en cadena nacional blanqueando la herencia y anunciando “sangre, sudor y lágrimas”?

Más importante aún, ¿hubiera sido exitoso el plan que aconsejan los ajustadores severos del gasto?

¿Si el gradualismo implicaba riesgos potenciales, que hoy se están materializando, por qué no se hizo algo diferente? La respuesta es sencilla: recordemos que Macri asumió con el apoyo de tan solo un tercio de la sociedad -el apoyo que obtuvo en la primera vuelta- y sin mayoría en ninguna de las dos cámaras del Congreso.

A ello agreguemos que ningún presidente no peronista democráticamente electo ha sido capaz de completar un mandato presidencial desde 1928, y que Macri es el primer presidente surgido de elecciones libres que no proviene ni del radicalismo ni del peronismo. Por otro lado, recordemos que Cambiemos asumió en un contexto de transición sin crisis. Las crisis profundas proveen la justificación para las medidas heroicas. Finalmente, consideremos el karma que ha sido para los gobiernos no peronistas su relación con el movimiento obrero organizado ?y posterior a 2001 agreguemos a los inorgánicos movimientos sociales- y la falta de control de “la calle”.

¿Cuál habría sido la reacción de la opinión pública, el sindicalismo, los movimientos sociales e incluso de un peronismo en crisis, frente a un Gobierno que comienza su mandato anunciando un severo plan de ajuste? El gradualismo no fue una opción óptima en términos económicos, pero fue la alternativa disponible en materia de viabilidad política, frente a las demás opciones: a) la kirchnerista: solucionar con más cepo los problemas del cepo; b) la sciolista: no hacer nada ni con tarifas ni con los controles cambiarios y c) la ortodoxia dura: dirigirse hacia la sociedad pidiendo sacrificios heroicos, blanqueando la herencia y confiando en que la docencia del Presidente a través de una lección impartida desde la cadena nacional hiciera la magia de suavizar el mal trago de los ajustes por venir.

Las protestas en 2016 frente al ajuste de la tarifa de gas, el reciente descontento frente al tramo final de la eliminación de subsidios y la resistencia frente a la reforma previsional son un indicio de la tolerancia social a un ajuste draconiano.

¿Qué habría ocurrido si Macri hubiese escuchado a quiénes hoy festejan el fin del momento gradualista? Teniendo en cuenta las consideraciones mencionadas, probablemente hubiéramos tenido niveles aún más elevados de conflictividad social a los que vimos en 2016 y 2017, y peor aún, el Gobierno habría perdido las elecciones de mitad de mandato, acentuando aún más su debilidad.

El gradualismo no fue una opción óptima en términos económicos, pero fue la alternativa disponible en materia de viabilidad política

Cabe considerar por otro lado que el shock inicial, la adopción de medidas duras durante el comienzo de una gestión, tampoco ha mostrado ser una garantía de éxito. Las experiencias de los segundos mandatos de Carlos Andrés Pérez en Venezuela y Gonzalo Sánchez de Losada en Bolivia deberían ser un recordatorio de que la viabilidad política es un elemento a considerar en cualquier plan económico.

¿Fue un problema no haber blanqueado la pesada herencia? ¿Hubiera servido de algo decirle a la sociedad “heredamos un país quebrado, solo puedo prometerles 4 años de sacrificios y luego tal vez la tierra prometida”? La resistencia a la eliminación de los subsidios en materia de energía y transporte nos otorga nuevamente algo de evidencia al respecto. A la vez, si algún legado positivo dejó la política del kirchnerismo es que al haberse financiado durante 8 años agotando stocks, dejó abierta la posibilidad de realizar la corrección de los desajustes de manera gradual financiando la transición con deuda. ¿Qué gobernante optaría por ir a una cirugía mayor sin anestesia pudiendo optar por un tratamiento menos severo, especialmente sabiendo que tampoco la cirugía mayor sin anestesia es garantía de éxito?

¿Y qué hay de las restricciones políticas? Los neoliberales suelen ignorarlas. Este hecho no es novedoso. Kurt Weyland escribió en los '90 sobre la inesperada afinidad electiva entre economistas “neoliberales” y líderes “neopopulistas” como Alberto Fujimori, Carlos S. Menem o Fernando Collor. La restricción política se resuelve de manera simple: a base de decretos legislativos. La división de poderes y la seguridad jurídica bien gracias.

Las circunstancias internacionales han cambiado y por ende es necesario que el Gobierno modifique su estrategia. Algo de eso ya venía ocurriendo. El apuro del Gobierno por terminar con la normalización tarifaria y por aprobar la tan cuestionada reforma previsional ?algo que como muestran experiencias tan disímiles como la brasileña o la de Nicaragua no es un tema simple-, así como la Ley de Responsabilidad Fiscal revelan que había conciencia de la necesidad de ir más rápido en el saneamiento de las cuentas públicas.

¿Implica todo esto que el Gobierno no cometió error alguno? Para nada. El problema principal no parece haber sido como creen muchos no blanquear la herencia, sino haberla subestimado. Es evidente que el gobierno subestimó el impacto del ajuste tarifario y de la salida del cepo sobre la inflación, sobre estimó la respuesta de la inversión extranjera directa frente a la llegada de una administración reformista y partidaria de políticas promercado y se confió en sus chances de bajar la inflación a un dígito en el curso de un mandato sin apelar al atajo usual del ancla cambiaria (como en el Austral o la Convertibilidad), ignorando la experiencia de casos como el de Chile, Colombia, México o Israel, países a los que les tomó al menos una década llegar a una inflación de un solo dígito partiendo de niveles similares a los que mostraba la economía argentina en diciembre de 2015.

Ahora, frente a un escenario internacional más adverso no quedará más alternativa que corregir los desequilibrios a un ritmo más acelerado, agradecer al gradualismo los servicios prestados (que no son pocos), acomodar la política económica y el proceso de toma de decisiones a las exigencias provenientes de este nuevo contexto y construir una estrategia política y una narrativa acordes a las menos apacibles aguas que habrá que navegar de aquí en adelante.

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